“Arranque o lo mato”, fue lo primero que escuchó el motociclista que terminó metido en el plan de fuga del sicario que acabó con la vida del auditor Hernán Franco, en las puertas de su oficina, cerca del Parque de la 93. El asesino, de capucha y tapabocas, le apuntó con una pistola plateada, con silenciador negro, la misma que usó, segundos antes, para matar al auditor. El motociclista estaba por llegar a su trabajo, lo recuerda, y en detalle cuenta que le dijo dos veces: “Arranque o lo mato”.

Él llevaba la misma rutina de todos los días antes de las ocho de la mañana, pero ese miércoles 21 de febrero de 2024, mientras esperaba el cambio de semáforo, en las inmediaciones del Parque de la 93, escuchó una algarabía: “Cójanlos, cójanlos”, y de repente aparecieron varios hombres de traje persiguiendo a otro de saco estampado y sudadera negra.

“Una vez en el intercambio de disparos entre las dos partes, observo que el sujeto que iba de conductor de la motocicleta intenta prenderla, pero la misma no prende, entonces ambos sujetos empezaron a empujar con los pies y el parrillero, al ver que no prende la motocicleta desciende de la misma y se dirige a donde me encontraba yo”, dijo el motociclista cuando su recorrido cambió, como solo puede pasar en una película de asesinos. El sicario, que se quedó sin vehículo de escape, le apuntó al motociclista, lanzó la atemorizante sentencia y se subió en la moto. Sin casco, tomaron rumbo al norte de Bogotá.

Los planes criminales salieron mal, la moto en la que se iban a fugar no prendió y un ciudadano, amenazado, se convirtió en el móvil para la fuga.

El conductor de la moto se detuvo en un semáforo en rojo, fue allí donde el sicario lanzó otra frase: “Pásese el semáforo”. “Pasamos la glorieta del deprimido con rumbo hacia la calle 100, sentido norte y en eso andamos por toda la Autopista Norte en diferentes carriles, todo con el fin de evitar que nos parara la Policía, todo dicho por el sujeto que me tenía amenazado”, señaló el motociclista, que en la espalda sentía el arma de fuego.

La suerte del criminal la odió el motociclista secuestrado en su propio vehículo. Recorrieron la Autopista Norte, llena de cámaras de velocidad y puestos de control de la Policía de Tránsito. El sicario iba sin casco en la moto, dando indicaciones y preguntando dónde queda La Sevillana (un conocido sector en la salida de Bogotá, por la Autopista Sur, con una torre muy alta que sostiene una bola gigante de acero).

Finalmente, el sicario le dijo a su víctima que lo dejara en un parque que estaba lleno de gente. “Andamos toda la autopista y cerca de la calle 170 esta persona me dice que la dejara a un costado de la misma calle, para tomar la oreja y estar sentido oriente-occidente. Seguimos avanzando hasta llegar a la variante de Cota y hacia el sur, donde está Suba, me hizo meter por una calle hasta un barrio que está ubicado antes de un CAI”, señaló en su declaración el motociclista, que vivió el recorrido con el asesino como pasajero.

El sicario, que aparece en los videos de seguridad, escurridizo, silencioso y asesino, tenía acento venezolano, dijo el motociclista que le sirvió de conductor.

El sicario, que aparece en los videos de seguridad, escurridizo, silencioso y asesino, tenía acento venezolano, dijo el motociclista que le sirvió de conductor. No conocía la ciudad, porque repetía la pregunta de dónde quedaba La Sevillana y hasta cómo podría llegar allá, incluso cuando más se alejaba del destino que tenía en su mente y que repetía como si fuera el único destino posible.

“Me decía que hacia dónde quedaba La Sevillana y más o menos cuando íbamos por un paradero del SITP, por la calle 170, me dijo que si podía coger uno de esos hasta La Sevillana, yo del susto le dije que sí, ‘coja uno de esos’, pero el sujeto no se bajó y me siguió dando indicaciones”, dijo el motociclista, cuando trataba de deshacerse de su carga asesina y que lo convirtió en vehículo de fuga. El sicario llevaba un celular y constantemente hablaba con alguien para pedirle que lo recogiera; el interlocutor, de lo que alcanzó a escuchar el motociclista, le repetía que “sí”.

El recorrido continuó, fueron más de cinco kilómetros que en día normal para un conductor de moto, con un parrillero sin casco, se convierte en una parada segura en los puestos de control de la Policía o guardas de tránsito, pero que ese día no ocurrió. La ruta terminó solo hasta que el sicario se convenció de su escape, que no eran perseguidos por la Policía y que podía cambiar su ruta al sector de La Sevillana, al otro lado de la ciudad.

SEMANA conoció en su totalidad la declaración del motociclista que, en una historia que parece sacada de una película, fue obligado por el asesino del auditor Hernán Franco a trasladarlo desde el Parque de la 93 hasta la localidad de Suba. El homicida era venezolano. Hoy es prófugo de la justicia.

“Una vez esta persona se baja de la motocicleta, traté de no hacer contacto visual y conduje unos metros más a llamar a mi jefe directo y contarle todo lo que estaba sucediendo”, explicó el motociclista. Lo que resultó curioso, indignante, dirían otros, es la forma y lo que dijo el asesino cuando se despidió del motociclista. Agradeció el recorrido, hasta le lanzó un gesto de amistad a su recién secuestrado, un puño de ‘compadres’, y una frase que sigue en la memoria del conductor, pieza clave en la investigación por el asesinato de Hernán Franco.

“El sujeto se bajó de la motocicleta, me dio el puño y me dijo: gracias, manito, me salvó la vida”, señaló el motociclista quien, luego de llamar a su jefe, buscó a los policías de un CAI en el sector del Pinar, en la localidad de Suba, que no le prestaron mucha atención, quizá porque la noticia apenas empezaba a saltar en los informes policiacos, por eso decidió regresar al Parque de la 93.

Cuando el motociclista llegó al punto de origen, entendió la gravedad de lo que acababa de ocurrir. Decenas de policías, patrullas y cintas para acordonar llenaron las inmediaciones del Parque de la 93. Estaba asustado, pero se acercó al sitio donde una hora antes quedó el cuerpo del auditor y un policía le preguntó rápidamente: “Quién era”, la respuesta dejó sentado al uniformado.

El empresario Hernán Franco fue asesinado cuando llegaba a su oficina.

De inmediato, los investigadores de homicidios que estaban en el sitio, priorizados por la relevancia del caso, se sentaron con el motociclista para escuchar su versión, la misma que revela SEMANA con el detalle de un recorrido frío, el que solo se puede imaginar con un asesino como copiloto, con su arma homicida en la espalda y con el miedo de coger algún hueco o calle que motivara un disparo.

El motociclista les contó a los investigadores toda su experiencia, la forma en que, a solo una cuadra de su trabajo, lo convirtieron en cómplice secuestrado del asesino. El recorrido que hicieron, la impotencia de no poder escapar de su propia moto y la ironía de un agradecimiento descarado del sicario.

No es fácil entender que un asesino de copiloto intente ser amable después de la frialdad de su crimen y, peor, explicarles a los investigadores por qué lo llevó en su moto.

“Porque ese sujeto me amenazó con un arma de fuego y me dijo que si no lo transportaba iba a atentar en contra de mi integridad, por tal motivo y obligación me tocó transportar a esa persona”, dijo el motociclista en la entrevista con los investigadores, que no podían creer que el encargado de sacar al asesino regresó a contar su historia.

El motociclista recuerda la escena, la misma que quedó en las cámaras de seguridad, segundos de acción, de un cruce de disparos y él, en la mitad, luego con el asesino en la espalda.

El motociclista recuerda la escena, la misma que quedó en las cámaras de seguridad, segundos de acción, de un cruce de disparos y él, en la mitad, luego con el asesino en la espalda. Cuando los investigadores le preguntaron si recordaba algo más, les dijo: “No, señor, esto es todo lo que sé y me sucedió”.