La temida banda transnacional conocida como el Tren de Aragua se ensañó con los habitantes del barrio El Amparo, ubicado en la localidad de Kennedy. Cuando respiraban un poco de tranquilidad por las detenciones de alias Satanás y su compañera sentimental, identificada como Leidy, los temidos jefes de esta organización criminal, una serie de mensajes amenazantes y llamadas intimidatorias volvieron a sembrar el temor y la zozobra.
Detrás de estas intimidaciones está una mujer que se hace llamar Jenny o La Esposa de Satanás que les pide grandes cantidades de dinero semanales para no atentar en contra de la integridad de comerciantes y residentes del sector, ni sus establecimientos o viviendas. El saber quién es esta misteriosa mujer se ha convertido en un verdadero rompecabezas para las autoridades.
Esto debido a que alias Leidy, la compañera sentimental de Satanás, se encuentra en un pabellón de máxima seguridad cumpliendo una condena de 32 años de prisión por varios homicidios; mientras que Satanás está actualmente en la cárcel de la Tramacua, en Valledupar.
“¿Será más peligrosa que Leidy, la mujer que se caracterizó por retener, torturar, asesinar y embolsar a una decena de personas?” Esa es la gran pregunta que ronda entre los habitantes del que, por décadas, ha sido catalogado como el barrio más peligroso de Bogotá.
Son más las dudas que certezas de cómo luce esta mujer, su verdadera identidad y si tiene algún vínculo con el temido Satanás. Varios de los residentes han señalado que siempre anda con hombres fuertemente armados y que caminan a sus anchas, principalmente, por el sector de Corabastos, identificando a los comerciantes que van a extorsionar.
Como si fuera poco, también le están exigiendo un porcentaje a los residentes por cada persona que viva en las casas. En simples palabras, todo el mundo tiene que pagar por sí quiera vivir en ese barrio donde habitan cerca de 30 mil personas y que ha sido uno de los epicentros de la migración venezolana.
Los habitantes de El Amparo ya están cansados
Candados de la situación, algunos han preferido emigrar; mientras que otros simplemente, ya resignados, pagan la extorsión. Por antecedentes recientes saben más que nadie que con los integrantes de esta banda no se juega, todavía están frescos en su memoria los cuerpos embolsados que aparecían en las calles del barrio, los grafitis con mensajes amenazantes o los ataques con los que buscaban controlar el territorio.
SEMANA consultó a varios comerciantes y residentes del sector que coincidieron que a mediados de agosto las intimidaciones se acrecentaron en forma de mensajes extorsivos, audios en WhatsApp y videos.
Los que por alguna razón no pudieron pagar las extorsiones vieron como sus establecimientos eran atacados por hombres fuertemente armados. Hasta ahora se atreven a denunciar públicamente estos hechos puesto que saben cómo actúa esta banda originaria de Venezuela y que se ha extendido rápidamente en los últimos años sembrando el terror.
Los testigos, por miedo a represalias, revelaron sus historias con la única condición de la reserva de sus nombres y datos que permitieran ser identificados. Es tal el temor que prefirieron que no quedara siquiera registro de sus voces pues saben la peligrosidad de esta banda organizada.
Don Luis*, quien lleva viviendo en el barrio hace diez años y tiene una ferretería, aseguró que en agosto empezó a recibir varias llamadas al día para que pagara. Al otro lado de la línea estaban “personas con acento extranjero” que les exigían cerca de un millón de pesos al mes para permitirle abrir las puertas de su negocio.
De no hacerlo pues “que se atuviera a las consecuencias”. En una de las llamadas, antes de colgar, uno de los hombres fue claro en señalarle que lo tenían ubicado, detallándole la forma en cómo estaba vestido y qué había hecho durante esa mañana. Esto para advertirle que ellos “no se andaban con rodeos” y que el tiempo para pagarles se estaba acabando.
Por su parte, María*, quien le vende café, golosinas y dulces a los trabajadores de las bodegas del sector, fue clara en señalar que “de un tiempo para acá” empezó a ver “gente rara” otra vez en el barrio, “rondando por los establecimientos, realizando anotaciones en libretas, haciendo llamadas constantes con un evidente tono amenazante a vista de todos e intercambiando información”.
Por su cercanía con los trabajadores, supo que las extorsiones y las a estaban al auge y que muchos estaban buscando nuevos horizontes pues “tener un local ahí era imposible”. En un pasado no muy lejano, varios de sus clientes habían salido espantados por las olas de crímenes y la sevicia con la que esta banda delincuencial quería “distinguirse” de las otras.
Para esta vendedora, que lleva 20 años en el barrio, el Tren de Aragua se ha convertido en la peor amenaza que sus ojos han visto. La certeza de sus palabras consterna si se tiene en cuenta que en El Amparo delinquieron todos los grupos protagonistas del conflicto armado en Colombia, desde el M-19, el EPL, las Farc y hasta las AUC.
Por su parte, Miguel*, uno de los líderes comunales que todavía viven en El Amparo, aclaró que han visto, ya con resignación, cómo los policías que han llegado al barrio para brindar protección y seguridad, en muchas ocasiones, se han aliado con los integrantes de esta banda trasnacional. Por esto, ya no le sorprende cuando le llega una noticia de la detención de algún agente por hacer parte del Tren u organizaciones asociadas.
“No se puede confiar en nadie”, advierte este líder que no dudó en señalar que esta alianza criminal le permitió al Tren extenderse y fortalecerse tan rápidamente en el sector.
Las acciones tanto de la Alcaldía Mayor como la local han sido inútiles para frenar su expansión. Ahora teme, que se “apoderen” de los colegios públicos y recluten a menores de edad para que ejecuten acciones delictivas en la zona.
Como un falso aliciente, en medio de tanta desesperación, reconocen que “por lo menos ya pasó la época de los ‘embolsados’” que aparecían por las calles o de las historias que parecían sacadas del más retorcido cuento de terror sobre lo que pasaba en “aquella casa blanca” de tres pisos donde Leidy, la esposa de Satanás; y su socio, alias Luisito, ejecutaban a sus víctimas no sin antes someterlos a todos tipo de torturas.
Una fuente de la Sijín, que por años le siguió la pista al Tren en este barrio, aseguró que la información recolectada por agentes encubiertos, permitió establecer que con sus atroces acciones esta organización intentó desplazar a todos los habitantes de este barrio para convertirlo en lo más parecido a su “centro de operaciones delictivas”.
Por su ubicación estratégica, la organización oriunda de Venezuela, intentaba controlar el tráfico de drogas en el sur de Bogotá sin importar lo que tuvieran que hacer para lograrlo. Su objetivo era “erradicar” cuadras completas para apropiarse de las casas y montar sus guaridas para controlar la actividad delictiva.
En los procesos penales que se adelantaron contra los jefes de esta banda se logró establecer que las primeras víctimas de secuestro, tortura y desmembramiento eran otros integrantes de bandas delincuenciales que ya estaban empoderadas.
Con un armamento digno de un ejército, esta organización comandada por Satanás y Luisito, impedían el ingreso de las autoridades. Todo esto, les permitió establecer su ley en este barrio, imponiendo toques de queda y fronteras invisibles.
Los vecinos del sector temen que esta época de violencia, cuerpos en las calles y la ley del silencio vuelva. Por eso, le hacen un nuevo llamado de atención a las autoridades para que tomen cartas en el asunto.
¿Y qué dicen las autoridades?
En comunicación con SEMANA tanto la Secretaría de Seguridad de Bogotá como la Policía Metropolitana anunciaron que están verificando la información y las denuncias.