El informe conocido en exclusiva por SEMANA, tras el asesinato de Juan Sebastián Aguilar, el esmeraldero también identificado como Pedro Aguilar, reveló la clase de arma, el calibre de la bala y el sitio exacto donde se ubicó el asesino para disparar. Aunque en principio se plantearon otras teorías, los resultados de balística no dejan duda: fue un francotirador el responsable de acabar con la vida de Aguilar, frente a su propia casa y su familia.
Lo primero que advierten los resultados de balística es el calibre del arma. Se trata de un 7.62, un poderoso calibre que fue prohibido por el Derecho Internacional Humanitario por su letalidad, el daño y el impacto en las víctimas. La fuerza pública dejó de utilizarlos hace dos décadas, y claramente los delincuentes no atienden las recomendaciones de la ONU.
A partir del calibre, los expertos en balística analizan el tipo de arma que pudo ser usada. En el informe se advierte que podría tratarse de un fusil de asalto Galil, modificado; el Heckler & Koch, de fabricación alemana, o el fusil de asalto más usado por los grupos criminales en Colombia y el mundo, el AK-47.
Los técnicos en armamento consultados advirtieron que un francotirador entrenado y con el equipo adecuado tiene una efectividad hasta de 1.000 metros de su objetivo y, de acuerdo con el informe, el asesino del esmeraldero se ubicó a 90 metros. No había lugar a errores.
El asunto tiene prendidas las alarmas de las autoridades. Pedro Aguilar era uno de los hombres más custodiados del país, ya lo habían intentado matar y tenía un esquema robusto. Además, en Bogotá no se había dado un crimen con una planeación similar: un francotirador entrenado, un cartucho prohibido por el DIH y en desuso, una actuación solitaria de un comando y sin pistas ciertas de los autores.
Los investigadores encontraron la ojiva de la bala calibre 7.62 en la casa que apenas estrenaba el esmeraldero, en el exclusivo conjunto residencial Bosques del Marqués, en el norte de Bogotá. Tras analizarla, descubrieron detalles que podrían facilitar la investigación, por ejemplo, el cañón del fusil de alto poder.
“Un cañón de ánima estriada, con seis estrías y con igual número de rotación”, advierte el informe que conoció SEMANA y que explica la forma y el mecanismo que usó el asesino, el pasado 7 de agosto, sobre las 5:35 de la tarde, cuando el esmeraldero estaba en su casa, con su familia y un sacerdote, que ofreció una misa como bendición por la nueva vivienda.
El calibre que usó el francotirador, el arma que aparece en el listado de posibilidades y la distancia del asesino explicarían el poder del disparo. Una vez atravesó el cuerpo del esmeraldero, golpeó una pared en el pórtico de la casa y luego impactó en un espejo, en el interior de la residencia, para terminar en el suelo, donde fue recuperada por los expertos de la seccional de fiscalías en Bogotá.
El esmeraldero cayó al suelo, allí fue auxiliado por el personal de seguridad y su propia esposa. Lo trasladaron a un centro asistencial, pero, de acuerdo con el dictamen forense, la muerte fue fulminante. Se trató de una muerte violenta, señaló Medicina Legal, tipo homicidio, producto de un impacto de arma de fuego a la altura del pecho, con orificio de entrada y salida.
SEMANA estuvo en el sitio exacto de donde habría disparado el francotirador. Ahí, los investigadores del CTI encontraron lo que sería una estera de uso militar, un mampuesto, que es una especie de trípode usado por francotiradores, que en este caso parece haber sido elaborado en el sitio, con pedazos de madera, pequeñas ramas atadas con una cuerda, y que juntas dan la impresión de ser un diminuto columpio.
Desde ese sitio se ve, entre las hojas y las ramas, la puerta de la casa del esmeraldero, el lugar donde estaba cuando el francotirador, dispuesto a 90 metros, esperó por varias horas el momento preciso para atacar. En ese espacio, es fácil entender cómo desde la casa era prácticamente imposible identificar el lugar y al propio francotirador, mientras que desde la zona boscosa, la puerta de la casa era un blanco simple para un asesino experto.
Como si se tratara de una película de acción, una especie de cazador o Rambo criollo, el asesino estuvo por varias horas mientras llegaba el instante, el segundo para disparar. Ocurrió después de la misa, cuando, desde la puerta, Pedro Aguilar despedía al sacerdote.
Al inicio de la investigación se habló de un enemigo interno, que los testigos se negaron a declarar, y de cómo la ropa que usaba el esmeraldero desapareció. Una posibilidad de que los detalles y movimientos de la víctima fueron anticipados por el asesino y así encontró el momento preciso de disparar. Son hipótesis que se mantienen en la investigación. Esta misma semana, las personas cercanas a la víctima, familiares y su grupo de seguridad rindieron diligencias de entrevista y contaron detalles de lo ocurrido. Como testigos del crimen, explicaron que ese miércoles 7 de agosto, mientras el país conmemoraba la batalla del Puente de Boyacá, en la casa del esmeraldero celebraban una misa.
Los testigos advirtieron a la Fiscalía que las amenazas de muerte estaban redactadas hace varios meses. Incluso recordaron que hace un año sufrió un atentado en su oficina, en el norte de Bogotá. Un disparo de fusil que impactó la ventana blindada se convirtió en el anticipo de este nuevo ataque mortal.
Los investigadores no descartan una sola pista. Incluso, se indaga una eventual conexión entre el crimen y la cercana relación de Aguilar con la exalta consejera para las regiones, Sandra Ortiz, hoy protagonista del escándalo por el saqueo a la UNGRD. Ella habría sido, según las pruebas, la mensajera encargada de entregar 3.000 millones de pesos al expresidente del Senado, Iván Name. Justamente, Aguilar habría visitado dos veces el despacho de Ortiz en la Casa de Nariño, según reveló Blu Radio.
Sin embargo, para los escoltas y la familia, es claro que se trata de la asonada criminal que libran varios sectores en la pelea por el mercado de las esmeraldas. Bandos que desde la bonanza de las piedras se declararon en guerra, primero con Víctor Carranza, el llamado “zar de las esmeraldas”, de quien Pedro Aguilar, hoy víctima, fue su escolta, y luego con Hernando Sánchez, sucesor de Carranza.
En la forma que sea o como lo quiera explicar la historia de esta eterna guerra, Juan Sebastián Aguilar, el esmeraldero, estaba en la mira de un francotirador que logró ponerlo en el centro del objetivo y, en segundos, completó lo que hace más de 18 meses era una misión: asesinarlo de un solo disparo. Ese disparo, seco y fulminante, atravesó el bosque, el parqueadero, el esquema de seguridad y el cuerpo de Pedro Aguilar.