La noticia de la extinción de dominio al templo del lenocinio en Bogotá, el burdel La Piscina, en pleno centro de la capital, fue una noticia que rodó por todo el país, y no era para menos, se trataba del emblema de la lujuria para casi tres generaciones de rolos que llegó a su ocaso con un operativo de la Fiscalía y la Policía.

En ese momento, se advirtió que La Piscina Night Club pasaría a manos del Estado, pero terminó, de acuerdo con los vecinos, en poder de traficantes y convertido en una olla de microtráfico. En noviembre de 2021 se lanzó un operativo nacional que aterrizó de clavado en La Piscina.

Fueron capturados los integrantes de una organización criminal que construyeron una red de tráfico de estupefacientes que empezaba en el Cauca y terminaba en los parqueaderos y habitaciones del Night Club. En ese procedimiento cayó quien se presentó como administrador de La Piscina.

En noviembre de 2021 se lanzó un operativo nacional que aterrizó de clavado en La Piscina.

Los detalles que entregaron las autoridades concluyeron con un anuncio importante y que básicamente les restó importancia a las capturas, La Piscina pasó a extinción de dominio. Los titulares se convertían en un registro histórico para Bogotá, el famoso espacio de diversión nocturna, que para algunos era un misterio, llegó a su fin.

En la calle, los frecuentes clientes de La Piscina se quedaron con las ganas de continuar con sus rutinas de música, trago y sexo en el único burdel que de verdad incluía una piscina rodeada de mesas, con un puente en la mitad, agarrado de un tubo de pole dance donde incluso se grabaron varias películas.

El sector se convirtió en una olla a presión que cada fin de semana estalla con homicidios, hurtos, prostitución y tráfico de drogas. | Foto: Foto API / Semana

“Muchos terminaron metidos en la piscina, era muy difícil caminar borracho y al borde”, cuentan quienes desde temprano le dan vueltas a lo que queda de La Piscina. El sello en las puertas del burdel cambió a La Piscina, por lo menos como la conocía Bogotá, pero lo que se esperaba con ese operativo contra el tráfico de drogas terminó con un fracaso y se convirtió en la entrada a una criminalidad sin límites en el barrio Santa Fe y la llamada zona de tolerancia de la capital.

La Sociedad de Activos Especiales (SAE) le aseguró a SEMANA que La Piscina nunca fue puesta a disposición, en otras palabras, no está en el inventario de bienes en poder del Estado como consecuencia de operativos de extinción de dominio. El anuncio de las autoridades en noviembre de 2021 se quedó apenas en el párrafo de algún comunicado de prensa, porque La Piscina sigue libre, sin agua, pero libre.

La Sociedad de Activos Especiales (SAE) le aseguró a SEMANA que La Piscina nunca fue puesta a disposición, en otras palabras, no está en el inventario de bienes en poder del Estado como consecuencia de operativos de extinción de dominio. | Foto: Foto API / Semana

El problema surgió después de desocupar ese lugar. El templo sexual que significaba el interior del burdel en sus mejores años, se reflejaba en el orden a sus alrededores. No era un secreto que en medio de esa caótica zona del centro de Bogotá, los dueños y administradores de estos lugares tenían claro que no se podían presentar robos a sus clientes, el tráfico de drogas era controlado, y quien se atreviera a romper las normas, pagaba las consecuencias.

Ahora, le cuentan a SEMANA, quienes llevan años recorriendo el barrio Santa Fe, que es tierra de nadie. El sector se convirtió en una olla a presión que cada fin de semana estalla con homicidios, hurtos, prostitución y tráfico de drogas. Las bandas criminales como los Boyacos se disputaron el control y perdieron ante una asonada violenta de delincuentes venezolanos vinculados al Tren de Aragua y los Maracuchos. Incluso, a una cuadra, se apoderaron de una casa que convirtieron en espacio de secuestros, torturas y masacres.

Ahora la criminalidad se tomó esta zona de Bogotá, del gigantesco burdel solo quedan en sus puertas los avisos que recuerdan la intervención judicial. Sus paredes están llenas de grafitis, los avisos de luces se apagaron y están que se van al piso. | Foto: Foto API / Semana

“Acá ni la Policía puede decir nada, solo pasan, saludan y siguen derecho a la calle 22. Lo único que pueden hacer son retenes a motos y carros de personas que le dan vueltas al Santa Fe, de resto, ignoran lo obvio. Nadie es tan pendejo para meterse con esa gente”, explica un comerciante de la zona que semanalmente debe pagar extorsiones para mantener la operación de su negocio.

La Fiscalía explicó que La Piscina no fue objeto de extinción de dominio, a pesar del anuncio que ahora todos niegan haber hecho. Fuentes de la Policía y del mismo ente acusador aseguraron que el predio estaba en ese listado de incautaciones, por lo tanto, no se explican lo que ahora se advierte, La Piscina no es de nadie. Al visitar La Piscina, el edificio que casi ocupa una manzana, mantiene, por la carrera, su fachada en cerámica azul donde antes se colgaban las luces y los avisos neón con siluetas femeninas. Hay un salón de belleza, un negocio de giros y apuestas, hasta un casino, quizá el único en Colombia con piscina propia.

Por la avenida Caracas está su peor cara. Tres rejas se abren en la mañana bajo la sombra de lo que queda del enorme aviso que desde el cielo se podía ver en el momento de mayor lujuria de La Piscina. Se convirtió en un centro de reciclaje que, dicho por los comerciantes del sector, sirve de fachada para continuar con el tráfico de estupefacientes.

De las luces, la música y la diversión nocturna que protegía al barrio Santa Fe, ahora solo quedan ruinas que esconden una descontrolada criminalidad. | Foto: Foto API / Semana

“Todo el día llegan y salen de este sitio, permanece gente en las esquinas, campaneros, cuidando que nada pase, que no aparezca la Sijín en un operativo. Sí reciben reciclaje, pero debajo reparten droga que da miedo”, señalaron algunas personas consultadas por SEMANA sobre lo que ahora pasa en La Piscina. El barrio Santa Fe, en la llamada zona de tolerancia, nunca duerme. Los prostíbulos parecen no tener límite de horarios. En la calle, todo el día, toda la noche, están los jaladores, encargados de captar clientes, y los campaneros, dedicados a advertir cuando algo se sale de lo común. Hay una ley impuesta por la violencia.

“Cuando funcionaban La Piscina y El Castillo, aquí se podía vivir, se podía trabajar, ahora hasta los vendedores ambulantes deben pagar vacunas, los venezolanos se apoderaron de todo, las prostitutas deben pagar por estar paradas en las esquinas, se vive con miedo”, contó un comerciante que se resignó a la violenta realidad.

En resumen, La Piscina está en libertad, pero presa por la criminalidad que se sumergió una vez la Fiscalía y la Policía creyeron solucionar un problema de tráfico de drogas. De las luces, la música y la diversión nocturna que protegía al barrio Santa Fe, ahora solo quedan ruinas que esconden una descontrolada criminalidad. “El remedio fue peor que la enfermedad”, dicen los dolientes de la extinción de dominio que nunca fue en La Piscina.