Mientras caminaba esposado, con overol azul y un casco de guerra, acompañado por hombres de la DEA y de Interpol armados hasta los dientes para evitar cualquier intento de fuga, Dairo Antonio Úsuga, alias Otoniel, parecía tranquilo. No se inmutaba y afirmaba que iba con la convicción de declararse inocente ante la justicia de Estados Unidos, defenderse en un juicio y no contar nada.
Poco duró la promesa que hizo en mayo del año pasado, cuando fue enviado en extradición con el título del mayor narcotraficante de los tiempos recientes en Colombia y dueño de un poderoso ejército criminal: el Clan del Golfo. Otoniel no solo se declaró culpable, sino que abrió la posibilidad de contar todo lo que sabe a cambio de rebajas de pena.
Las autoridades de Estados Unidos lo pusieron contra las cuerdas y el peligroso e implacable criminal se quebró y terminó dando su brazo a torcer. SEMANA revela en exclusiva la negociación que duró meses y terminará con una sentencia condenatoria, con la que busca evitar pasar el resto de sus días en prisión.
Desde el primer momento, Otoniel tuvo un grave problema: la imposibilidad de comunicarse. No habla ni entiende nada de inglés. Pero, poco a poco, se enteró de que los cargos y pruebas en su contra eran de extrema gravedad. Lo acusaban de traficar más de 200 toneladas de cocaína y lo mostraban como el narcotraficante más peligroso después de Pablo Escobar.
Quedó aislado y bajo extremas medidas de seguridad en la cárcel federal de Brooklyn, en Nueva York. Solo tenía acceso a entrevistas eventuales con sus abogados. Le señalaron los duros cargos en su contra, pero por su convicción de presentarse y considerarse como un guerrero parecía dispuesto a morir aislado en ese penal.
Y así lo hizo. El 5 de mayo del año pasado se declaró “no culpable” y no aceptó los cargos de narcotráfico, tráfico de armas y homicidio selectivo. En ese momento, quien era su abogado, Arturo Hernández, puso de presente que su cliente renunciaba a solicitar la libertad bajo fianza mientras se adelantaba el juicio.
En la audiencia, que fue bastante corta, le manifestaron que entre 2003 y 2021 lideró una “empresa criminal” que se encargó de “fabricar y distribuir cocaína a sabiendas y con la intención de que las drogas serían importadas ilegalmente a Estados Unidos”.
Meses de presión y el aislamiento hicieron mella en Otoniel, quien ya no tenía poder ni mando y cuya millonaria fortuna ilícita no le era útil. Entendió que si no actuaba rápido las puertas de un beneficio quedarían tan cerradas como la celda en la que se encontraba.
No tenía ni idea del funcionamiento de la justicia de ese país y quedó mudo cuando le explicaron cómo se mide la punibilidad y la condena que le esperaba. En Estados Unidos se calcula por puntos y el máximo es 43, que tiene la referencia live y significa que se quedaría de por vida en la cárcel. Tan graves eran los delitos cometidos que sumados pasaron por encima del tope de la tabla y llegaron a 52.
Ahí lanzaron el anzuelo. Se denomina “promesa de negociación a futuro”, que es la colaboración eficaz y que le significaría notables beneficios jurídicos, pero todo condicionado a la importancia, validez y contundencia de lo que decidiera contar.
Si aceptaba cargos y colaboraba con la justicia, su tabla de puntos comenzaría tasada en 43 y podría continuar reduciendo su pena, caso contrario a si se iba a juicio. A esto se suma el beneficio conocido como la regla 20, que no es otra cosa que acumular sus procesos en uno solo y con una sola condena.
Otoniel no tuvo más remedio que echar para atrás y pasar del papel de recio combatiente a colaborador. En medio de la dura negociación y planteamientos entre las partes, como muestra de voluntad, expuso los puntos, a manera general, de los temas sobre los cuales hablaría y entregaría información confidencial y privilegiada.
Sin embargo, se le hizo una advertencia: era necesario esperar la sentencia para valorar la información y ahí sí recibir los posibles beneficios. Con absoluta prudencia, le insistían que la clave estaba en la colaboración. Todo el proceso se mantuvo en silencio por reserva federal y la preocupación por las posibles represalias en el mundo del crimen y que cayeran sobre sus personas más cercanas.
Otoniel sabe de asuntos que no son menores: sus relaciones con los poderosos carteles mexicanos, las rutas por Centroamérica y hacia Europa. Y otro punto clave: el movimiento y blanqueo de dinero ilícito por el sistema financiero de Estados Unidos. La Justicia de ese país está muy interesada en estos temas.
A finales del año pasado, reventado por la presión, Otoniel fue de nuevo ante el tribunal, pero esta vez se declaró culpable. En los primeros días de enero, a través de su defensa, le envió una carta a la corte en la que manifestaba su interés y aceptaba la culpabilidad a fin de no llegar a un juicio en el que ya tenía claro el desenlace.
En un documento con su firma, plasmó la nueva decisión: “Yo, Dairo Antonio Úsuga, (...) he sido informado de que hay una acusación pendiente en mi contra. Deseo declararme culpable de la ofensa imputada para aceptar la disposición de este caso en el Distrito Este de Nueva York, en el que yo renuncio al juicio”. Lo dijo con claridad: “Toneladas de cocaína se movieron con mi permiso y órdenes de Colombia a Panamá, Costa Rica, Honduras y México”. Como parte del acuerdo, también tenía que pagar una sentencia de decomiso de 216 millones de dólares. Era un hecho, Otoniel, el capo de capos, había cambiado de decisión y ahora iba a abrir la caja de Pandora.
Esta colaboración de Otoniel en Estados Unidos se espera que también llegue a Colombia. El capo, quien buscó de todas las formas dilatar su extradición con herramientas jurídicas e incluso se supo de un plan de fuga, logró dejar una puerta abierta ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), donde fue escuchado y alcanzó a entregar los nombres de cerca de 30 personas que habrían ayudado a su organización criminal.
La Fiscalía en Colombia avanza en este tema y solicitó a través de los conductos diplomáticos y judiciales escuchar a Otoniel. La lectura del fallo condenatorio está programada para el 14 de julio, según informó el Tribunal de Brooklyn, donde está su expediente.
El fiscal del caso contra Otoniel lo dijo con claridad: “Con la declaración de culpabilidad, el sangriento reinado del narcotraficante colombiano más violento e importante desde Pablo Escobar ha terminado. Ahora ha sido responsabilizado por su liderazgo en el Clan del Golfo, que fue responsable del tráfico de toneladas de narcóticos ilegales desde Colombia a los Estados Unidos, e incalculables actos de violencia contra las fuerzas del orden, el personal militar y civiles”.
Antes de que se dé a conocer su veredicto, la jueza recibirá tres conceptos sobre la pena que podría aplicar. El primero, que lo realiza a quien se conoce como el oficial probatorio, que es del mismo juzgado. El segundo será presentado por la Fiscalía que lleva el expediente. Y el tercero es la última carta del narco, el concepto de su defensa. Estos no son obligatorios ni vinculantes.
De manera oficial, solo se habla escuetamente de que Otoniel aceptó cargos, pero poco o nada se dice de los compromisos de colaboración. Aunque personas cercanas al caso afirman que el reversazo nada tuvo que ver con la reciente liberación de su hermana, Nini Johana Úsuga, alias la Negra, para otros este es uno de los primeros coletazos de la negociación del otrora poderoso jefe de la mafia.
SEMANA se comunicó con Paul Nalven, abogado de Otoniel en Estados Unidos, para conocer más detalles, pero negó que haya habido un acuerdo para delatar y recibir beneficios como rebaja de pena. Explicó que el caso es grave y se expone a una dura condena.
Sin embargo, lo que sí contó es que las condiciones de reclusión de Otoniel son muy difíciles, pues se encuentra en una unidad para terroristas, bajo intensa vigilancia, y están buscando la forma de sacarlo de esa situación tan estricta. También dijo que su salud está complicada y va empeorando como resultado de los años de vida en el monte sin cuidados médicos.
Además, afirmó que, sin negociación de por medio, están buscando disminuir lo máximo posible su condena para evitar que a este hombre de 52 años le caiga la noche en prisión.