Ni 483 sismos cada hora han hecho temblar de pánico a las familias que viven en las faldas del Nevado del Ruiz, el cual amenaza con estallar en los próximos días. Mientras que las autoridades los incitan a abandonar la zona, ellos se plantan en la tierra y desafían a la naturaleza.
Por años han compartido con un gigante dormido cuyo poder destructor se mide con los estragos que causó en 1985 cuando mató a 25.000 personas. La lluvia de ceniza, el aire mezclado con gases y los estruendos de las montañas se les convirtieron en paisaje.
La confianza que depositan los campesinos en el volcán tiene en alerta a los organismos de socorro. En contravía de los hallazgos del Servicio Geológico Colombiano, creen que cualquier emergencia que protagonice el Nevado será menos catastrófica que las del pasado.
Esa es la opinión que tienen en cercanías del volcán, zona rural del municipio de Villamaría, Caldas. Allí se inició el experimento de las autoridades para evacuar a 40 familias luego de que la actividad sísmica pusiera sobre la mesa la probabilidad de una erupción.
La respuesta de algunos hogares tomó por sorpresa al país: “No nos vamos”, pese al riesgo que corren. El argumento que entregaron es que su sostenimiento económico podría tambalear a raíz de una intimidación natural, que ven lejos de materializarse.
La única piedra en el zapato que han encontrado las autoridades en el proceso de preparación ante un posible incidente en el Eje Cafetero es la resistencia de los pobladores, mientras siguen sumando a la lista más personas para evacuar.
De acuerdo con los planes del Gobierno, en los próximos días cerca de 2.500 familias deben abandonar sus hogares mientras termina la amenaza en el volcán. Además de Villamaría, se incluyeron sectores de Manizales, Murillo, Santa Rosa y Casabianca.
“Pasa todos los días”
SEMANA recorrió la zona de Caldas que, a juicio del Servicio Geológico, tiene un alto riesgo en dado caso de que se materialice la erupción. En los terrenos hay un sinsabor con las autoridades por la manera en que están haciendo las cosas.
Sandra García duerme hace 12 meses a pocos kilómetros del cráter. Casi todos los días, a las seis de la mañana, el volcán muestra su mejor cara para que los campesinos vean sus entrañas. No lo perciben como un enemigo o un monstruo, sino como un fiel amigo.
“Es hermoso, especialmente cuando llueve”, contó. Se le partió el corazón cuando recibió la visita de los organismos de socorro y le pidieron que abandonara su casa porque podría presentarse una explosión. No cedió, dado que no cree que haya ninguna novedad con él.“¿Que tire ceniza, que ruja cada momentico, que se mueva la tierra? Eso es normal. Aquí vamos a estar con él, no tengo miedo y lo que Dios quiera”, manifestó.
Los expertos expusieron que sí hay anomalías: los movimientos de 2023 no se registraban desde 1985. Su vecina, Viviana Galvis, tiene la certeza de que están exagerando con las condiciones del volcán porque la emisión de gases es su diario vivir. El pánico que hoy tienen en los pueblos que resultarían afectados no lo comparten los cientos de vecinos del Nevado.
“Para la ciudad es algo impresionante, pero para nosotros ya no. Vivir con él es lo máximo, es de los mejores vivideros del planeta”. Por eso, rechazan las evacuaciones ordenadas por los Consejos Municipales para la Gestión del Riesgo de Desastres.
Según la familia Cipagauta Sánchez, “en su humilde opinión”, y basada en la experiencia de 1985, si hay erupción en el volcán, no causaría una avalancha, por eso, “no nos pensamos ir de acá y no tenemos para dónde irnos”.
La economía
Además de las corazonadas, las evacuaciones están frenadas en algunos sectores porque los campesinos no quieren soltar sus actividades económicas. Los animales son la principal fuente de ingreso y dejarlos en el abismo los sumergiría en una crisis financiera.
En las montañas abundan vacas, gallinas y ovejas. Las pérdidas serían millonarias si atienden la petición de los organismos de socorro: ponerse a salvo en un lugar que no represente un riesgo para su integridad física, aunque sí implique otros peligros.
Las autoridades les han dado dos soluciones. La primera, trasladarlos a zonas donde la amenaza sea menor y puedan suministrarles alimentos. La segunda, ir a las fincas bajo la responsabilidad de cada uno y atender los animales mientras el sol esté alumbrando.Eso implica multiplicar los gastos que agudizan las pérdidas.
Aunque el Gobierno nacional se mostró dispuesto a ofrecer un subsidio para aliviar el bolsillo de los campesinos que se sometan a las evacuaciones preventivas, nadie les da la palabra de que así va a ocurrir. Otro de los dolores de cabeza y gran preocupación es el futuro del turismo, uno de los músculos económicos del Eje Cafetero. Una vez se declaró la alerta naranja, la Gobernación de Caldas tomó la decisión de cerrar el parque Los Nevados.
Los hoteles sobre las montañas tuvieron que despedir a los viajeros y cancelar las reservas programadas para la Semana Santa, uno de los mejores periodos del año. Las fuentes consultadas por SEMANA no han recibido salvavidas de las autoridades.
Así lo advirtió Alexandra Jaramillo, propietaria de un hostal ubicado en la vereda Montenegro de Villamaría: “En ningún momento se mencionaron apoyos económicos para suplir las necesidades. Tenemos caballos, gallinas, cultivo de truchas y minipig”.
La persuasión
El director encargado de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, Luis Fernando Velasco, reconoció que las evacuaciones son un tema difícil, pero la fórmula que podría ayudar a tumbar la resistencia es la persuasión de los organismos de socorro.Esa tarea está a cargo de las administraciones municipales. Entre tantas cosas, les han explicado lo que puede ocurrir en el volcán y las complicaciones que tendrían que enfrentar. Los adultos se pueden quedar en las casas, pero no los menores de edad.
A Sandra Delgado le dieron un ultimátum. Si su niño de 6 años no sale lo más pronto posible de la vereda, se lo llevaría el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar: “Vinieron de la Alcaldía de Villamaría y la Policía. No sé qué hacer. Estoy maniatada”.
El Gobierno nacional les está ofreciendo albergues en zonas seguras, y las clases en sectores de alto riesgo se trasladaron a la virtualidad. El temor de siempre es el abandono al que estarían sometidos los animales, la principal fuente de economía de los campesinos.
Aunque también habría solución: “Lo que se les propone es que bajen a los albergues, estén durante la noche y en el día puedan subir a cuidar a los animales. Los niños son nuestra principal preocupación. No es prudente estar con los niños en las zonas de alto riesgo”, dijo Velasco. Si bien persiste la desconfianza entre los campesinos y la confrontación por una posible evacuación, los expertos del Servicio Geológico Colombiano siguen insistiendo en que los sismos se están acercando al cráter del volcán, lo que no es una buena señal.
Todo parece indicar que el miedo no es una señal para que las familias aledañas al volcán tomen decisiones, tampoco lo son los múltiples estudios de los expertos. Ni la lava, ni una posible avalancha atemorizan a quienes, dicen, están acostumbrados a perderlo todo y luchar por nada. Así es la vida en las faldas de un enemigo silencioso.