Este jueves, 15 de diciembre, se conoció el dictamen de Medicina Legal que confirma que el niño de seis años, Maximiliano Tabares Caro, murió violentamente en Antioquia. El crimen que estremeció a Colombia estaría justificado en un ritual satánico que habría protagonizado una secta integrada por su madre, padrastro, abuela y otras tres personas.
En el documento se lee que el homicidio fue producto de un trauma craneoencefálico, causado por un objeto contundente. Se estableció que alguien le propinó varios golpes con una varilla y, más tarde, enterró el cadáver en una zona montañosa del municipio de Segovia. Hasta ese sector llegaron los investigadores de la Fiscalía.
Su muerte está minada de dudas. El 21 de septiembre de este año la madre de Tabares Caro denunció su desaparición. Con base en su relato, el pequeño se le perdió de la vista cuando lo envió a hacer un mandado a la tienda en la mañana de ese día. Sin embargo, tras varias semanas de búsqueda, las autoridades desmintieron su versión.
Un testigo citado por el ente acusador advirtió que horas antes de anunciar que Maximiliano se había perdido, los familiares estaban planeando sacarle un supuesto espíritu maligno que invadía el cuerpo del niño. La cita fue fijada para el 20 de septiembre. En esa fecha habría ocurrido el asesinato, presuntamente, a manos de sus allegados.
El hombre que le entregó la información a las autoridades judiciales conoce a profundidad los movimientos del núcleo cercano del menor. Él fue integrante de la secta satánica que creó el padrastro de la víctima y donde estaba enfilada su madre y abuela. Presuntamente, ellos buscaban señales del más allá para encontrar guacas en minas.
La tribu fue bautizada como Los Carneros. Sin embargo, los objetivos que se planteaban no se estarían cumpliendo porque el espíritu que portaba el niño los estaría frenando. El líder de la agrupación satánica habría recibido un mensaje de sus dioses, donde le advirtieron sobre un mal que estaba dentro del cuerpo del niño y una solución.
“El líder me abordó y me dice que yo debo volver a la tribu. Me citó para que en la noche de ese mismo 20 de septiembre fuera a la casa de Damaris (abuela de la víctima), que allí nos reuniríamos porque el espíritu le dijo que Maximiliano lo estaba obstaculizando para que no encontraran las guacas. Yo no asistí”, detalló el testigo ante la Fiscalía.
También anunció que durante el tiempo que estuvo dentro del grupo fue víctima de tortura. En siete oportunidades sufrió quemaduras por las marcaciones que le hacían con cuchillos, calentados previamente con el soplete con el que funden el oro, sobre su cuerpo. De igual manera, alertó que recibió varias filtraciones de agujas en sus testículos.
Con base en este relato, se ordenó la captura de seis personas para que respondieran por la extraña desaparición del menor. Entre los detenidos estaba la madre, el padrastro y la abuela. Sin embargo, ante los cuestionamientos de las autoridades, dijeron que eran inocentes de cualquier crimen que los involucrara con Maximiliano Tabares Caro.
En medio de la presión, uno de los detenidos cambió de versión: entregó las coordenadas del sitio donde se encontraba el cadáver. La prueba reina para esclarecer el caso estaba en el cuerpo. Los investigadores de Medicina Legal descubrieron marcas violentas, que darían cuenta que él fue torturado hasta morir y no se descarta que sea producto del ritual.
Si bien los detenidos están afrontando un juicio por tortura, en los próximos días la Fiscalía formularía un pliego de cargos por homicidio agravado. Sin embargo, se está tratando de esclarecer el nivel de compromiso de cada uno de los sindicados de este atroz crimen.