La cárcel de El Pesebre está ubicada en Puerto Triunfo, Antioquia, en un terreno del otrora sanguinario jefe del cartel de Medellín, Pablo Escobar, en inmediaciones de la hacienda Nápoles. Quienes llegan a pagar sus condenas o esperar una decisión de la Justicia saben que la ya conocida “cárcel de la muerte” pareciera tener una maldición.
Allí 1.546 internos pasan sus horas con temperaturas de hasta 42 grados centígrados, pensando que el próximo muerto puede ser uno de ellos. En los últimos dos años, ya 16 de sus compañeros perecieron en la miseria, durmiendo en el piso, hacinados, abandonados por el Gobierno Petro, y ahogados en medio de la tuberculosis, la debilidad por la desnutrición o la fiebre alta que produce la bacteria mortal que ha atacado a varios y que les destroza las entrañas. A nadie le importó.
Escuchar el relato de los detenidos da escalofrío. Uno de ellos asegura que cada vez que abre la llave, si hay agua, esta sale turbia e infestada de gusanos pequeñitos, pegados unos con otros. Pero ante la sed que produce no tomar el líquido hasta por tres días, asumen el riesgo, el mismo que puede significar la muerte.
La comida también les llega podrida. Dicen que a veces se niegan a consumirla, pero el hambre, al final, los doblega. Cierran los ojos, se tapan la nariz y, después de echarse la bendición, se comen los alimentos descompuestos sin saber lo que pueda pasarles. Los presos de El Pesebre no existen para el país ni para el Estado. Nadie parece estar preocupado por solucionarles su tragedia para que por lo menos vivan como seres humanos.
Los reos, en su mayoría, están flacos, bajos de peso, sus cuerpos son flácidos y varios están cubiertos por los nacidos y todo tipo de granos y heridas abiertas producto de las infecciones. Como si todo esto fuera poco, las violaciones sexuales con palos de madera y las golpizas son pan de cada día. El Inpec sabe lo que está pasando y reconoce que en El Pesebre los reclusos viven un verdadero infierno. SEMANA conoció perturbadores relatos de los reclusos que muestran la barbarie a la que están sometidos.
“Hoy nos dieron pollo podrido y malo. El jugo es agrio, con gusanos. Esa alimentación está pésima”, le contó un interno, a través de WhatsApp, a un reportero de SEMANA. Las impactantes fotografías compartidas por los presos muestran las carnes llenas de gusanos, papas y frutas podridas, y bebidas oscuras con residuos de piedras.
“Yo tengo diez años en esta cárcel y nunca había visto tal situación y muertos”, aseguró otro interno que pidió reservar su nombre ante el miedo a las represalias. A los “sapos”, dicen allí, les va muy mal. Muchos relataron, en medio de las lágrimas, que en primera instancia se niegan a comer y beber esos alimentos, pero vencidos por la sed y el hambre no hay un camino diferente que acceder a esa comida en mal estado. “Es horrible, el agua llega con color de barro y con gusanos pequeños. A algunos compañeros les da diarrea, vómito o bacterias”, agregó uno de los internos que, desesperado, se atrevió a hablar.
Otro de los presos señaló que cuando reclaman por comida justa les contestan que son “escorias de la humanidad”. “La llaman la cárcel de la muerte porque han muerto más de 15 PPL (personas privadas de la libertad) en los últimos dos años por desnutrición, enfermedades raras y tuberculosis. Dicen que los internos no son nada, solo escoria de la humanidad”. De hecho, desde la cárcel denunciaron el caso de un preso que “está quedando inválido por falta de medicamentos”.
SEMANA revisó las cifras oficiales del Inpec y, efectivamente, entre 2023 y 2024 fallecieron 16 internos. Sus nombres e historias, simplemente, forman parte de un dosier de la barbarie. El Inpec también precisó que, si se calcula la población carcelaria frente a la cantidad de los fallecidos, esta es la cárcel donde hay más muertos en Colombia.
Rostros del horror
Esta infección mató a Duván Esteban Granados, un joven de 25 años que estaba pagando en El Pesebre una condena por extorsión y concierto para delinquir. “Mi hijo murió como si fuera un perro tirado en el piso, no le dieron medicamentos y me lo dejaron morir sin prestarle atención”, afirmó su madre, Claudia Milena Flórez. La mujer recuerda que Duván contrajo la enfermedad en una de las pequeñas celdas donde dormía con otros ochos presos en medio de un tedioso hacinamiento, pues en esa cárcel se pueden registrar temperaturas de hasta 42 grados centígrados en sensación térmica.
Al parecer, recibió el virus a través del aire cuando uno de sus compañeros infectados estornudó y los contagió a todos. El Inpec reconoció que hay graves problemas en la prestación de salud por parte del operador seleccionado por la Unidad de Servicios Penitenciarios y Carcelarios (Uspec).
En los reportes de agosto, la institución indicó que durante 21 días no hubo un solo medicamento en las estanterías de sanidad, y un profesional se encargó de velar por la integridad de los 1.546 internos en turnos de 24 horas. Algunos enfrentan delicados brotes de varicela, neumonía, VIH, sífilis, gonorrea, sarna, depresión, diabetes e hipertensión. Las fotografías son escalofriantes: en la piel se les ven heridas profundas, granos rojos y una visible desnutrición.
Antes de fallecer, Granados relató a sus familiares el horror que vivía en Puerto Triunfo. “Nos decía que lo dejaban aguantar hambre muchos días y no tenía cómo tomar agua, que tampoco tenía pastillas para ese dolor, que los tenían como animales. Él perdió mucho peso”, agregó la mamá. Aunque se alega que muchas personas están desnutridas, el Inpec informó que solo el 1 por ciento de los detenidos tiene bajo peso.
Cuando le informaron a Claudia Milena de la muerte, ella pidió explicaciones ante las autoridades y le respondieron que falleció cuando iba camino al hospital. “Esa versión fue mentira. A él nunca lo sacaron de allá. La funeraria lo recogió en la cárcel”, advirtió la mujer. Precisamente, uno de los hallazgos del Inpec es que algunos enfermos no son llevados a los servicios de urgencias.
SEMANA buscó al director de la Uspec, Ludwing Joel Valero, para que se pronunciara sobre las denuncias, pero no respondió a los llamados. Lo cierto es que hay varias quejas en la Procuraduría para que se investigue lo que ocurre en esa entidad, pues los procesos internos no han resuelto el problema.
Jorge Carmona, representante legal de la Veeduría Penitenciaria Nacional, señaló que en la prestación de los servicios habría hechos de ilegalidad: “Ellos contratan con terceros la salud y la alimentación, esa corrupción no la controla nadie. Está demostrado que no son capaces, que están incapacitados para administrar las cárceles. Esa entidad hay que eliminarla”.
Los privados de la libertad que se han encargado de informar sobre este tipo de irregularidades han recibido fuertes castigos de la guardia. Así quedó expuesto en una denuncia que llegó a la Fiscalía, en la que los allegados de uno de los presos detallaron que por enviar un oficio revelando las condiciones de la alimentación fue llevado a un cuarto de aislamiento. “El cabo (se omite el nombre) se encarga de castigar a los que demandan y entutelan. Los ingresan a un lugar de castigo donde te matan de hambre. Cuando viene la Defensoría y cualquier ente, ellos mandan a esconder y legalizar todo”, resumió uno de los detenidos.
Los testimonios conocidos por SEMANA ponen en evidencia una fábrica de terror en la cárcel de Puerto Triunfo. Detrás de esas paredes se esconde un horror que, difícilmente, se puede ilustrar en estas páginas. La crisis de hambre ha llevado a los condenados y sindicados al mundo de los estupefacientes, hay un plan sanguinario para ajusticiar a las personas que ingresan por delitos sexuales y un mercado ilegal de alimentación para beneficiar a los más adinerados de los patios.
Estos hechos fueron reafirmados por el Inpec y se aseguró que hay varias investigaciones en curso para establecer quiénes están involucrados y, de ser el caso, aplicarles la ley.
En los pasillos de El Pesebre circulan grandes dosis de marihuana, cocaína y tusi. Hay dos maneras de acceder a ellas. La primera es canjear un plato de comida por una porción de droga; pueden ser los alimentos que dan en el restaurante de la Uspec o la que se adquiere en el “rancho”, una especie de tienda donde una bolsa de agua cuesta 50.000 pesos.
La segunda es pagarla a través de un sofisticado sistema bancario interno, con pines de colores que reemplazan los billetes tradicionales. “A uno le transfieren la plata de afuera y acá le dan el dinero en papelitos. Cuando uno va a comprar la droga, se entrega ese papel”, dijo un preso.
Las plazas de vicio están a cargo de poderosos cabecillas de estructuras ilegales que terminaron en prisión y sus sometidos, desde el exterior, se encargan de la operación logística para distribuir las sustancias detrás de las rejas. Es un secreto a voces la manera en la que entran y administran los estupefacientes.
“A veces los ingresan por drones en la noche o por las trochas ocultas”, comentó un detenido que conoce el detalle del negocio. El Inpec tiene la certeza de que podría haber una vinculación de sus funcionarios. Con corte a este 6 de septiembre, la institución tiene abiertos 115 procesos disciplinarios, 21 se encuentran en investigación y 5 ya tienen sanciones.
En un operativo del 16 de agosto, los miembros del Inpec encontraron 66 celulares, 21 cargadores, 3 armas blancas, 698 gramos de sustancia pulverulenta, 136 gramos de sustancia vegetal y 5 litros de bebida embriagante.
Crueles violaciones
El abuso sexual es otro tormento en la cárcel de El Pesebre. Las autoridades judiciales solo han sido alertadas sobre una violación en el interior de los penales en Colombia en los últimos 12 meses, y se presentó en Medellín, donde una mujer transgénero se sedó para dormir y un hombre la atacó violentamente.
Sin embargo, hay un subregistro detrás del fenómeno. Así lo denunciaron los privados de la libertad de Puerto Triunfo, donde, diariamente, son testigos de los vejámenes que lideran los plumas, presos de élite en los centros penitenciarios del país. Son ellos quienes imponen las reglas del juego y determinan los destinos de la vida de los reos.
Una de las víctimas de estos hombres reconoció que ellos gozan de un poder absoluto que ninguna autoridad ha podido arrebatarles y que, con el paso del tiempo, se han ido aferrando con mayor intensidad por los millones de pesos que están en juego: “Son personas que toman el mando de los patios, son jefes con mucho poder, como comandantes de guerrilla, de las AUC, jefes de bandas criminales”. Estos sujetos, custodiados por un ejército de condenados, definen lo que pasa dentro de la cárcel. No obstante, el Inpec afirmó que sus funcionarios son los que tienen el control y hacen cumplir las normas de acuerdo con lo destinado en la Constitución.
Ricardo Ortiz, cuyo nombre fue modificado por cuestiones de seguridad, reveló que los plumas tienen una norma en común: “Todos los que vienen por el delito de violación tienen que ser abusados, ven ese delito como lo peor. Hay personas que no son culpables de eso, solo acusadas, y también les hacen lo mismo”.
En la oscuridad de la noche es común escuchar en las celdas de El Pesebre estas aterradoras frases, mientras la víctima pide a gritos que la dejen en paz: “Coge, gonorrea, siente lo mismo que sintió el niño”. Con base en los registros del Inpec, la guardia ha conocido de cinco casos de abuso sexual en este penal en 2024.
La selección de los hombres atacados también muestra un entramado. “Los abusos sexuales pueden venir de la propia guardia que dice por qué viene el PPL. O los mismos internos investigan por fuera por qué están. Aunque quien les da la información es la misma guardia”, agregó Ortiz. Es decir, los uniformados del Inpec serían los encargados de revelar apartados del expediente y los plumas toman la decisión final. Todos los entrevistados dan cuenta de violaciones diarias, en las que las víctimas frecuentes son hombres entre los 20 y 60 años. Varios de ellos están entre los 16 fallecidos de la “cárcel de la muerte”.
Un hombre que padeció este drama contó lo ocurrido con la promesa de que no se expusiera su nombre porque carga con amenazas de muerte hacia él y su familia, pues los abusos sexuales terminan con fuertes intimidaciones para evitar que las autoridades conozcan lo sucedido: “Nos amarran, nos golpean, nos dan palos en la cabeza, nos hacen chupar el pene de cada uno. Aquí no solo se ve el maltrato sexual, también la tortura psicológica y física de los cuadros de mando”. La situación es tan dramática que varios privados de la libertad detallan que, en medio de los incidentes, les han ingresado palos de madera en el ano como un ajusticiamiento.
Los testimonios son escalofriantes: “Hay PPL que son abusados diariamente y no pueden hablar. Cuando hacen una denuncia, los tenientes y cabos realizan operativos, no para buscar a los abusadores, sino a la víctima y le dan una paliza”. Estos episodios no llegan a los oídos de las directivas del Inpec, pero se anticipó que hay mesas de trabajo para mejorar las condiciones. Tal es la ruptura de comunicación, por miedo o mal funcionamiento, que apenas la institución en Bogotá fue informada este viernes de cuatro presos que murieron en las últimas semanas por síntomas asociados a la tuberculosis.
En los manuales de los detenidos de Colombia hay una insignia reiterativa que transmiten de generación en generación: “Denunciar es ponerse una lápida en la cara”. El que valientemente alerta sobre irregularidades de las que es protagonista en Puerto Triunfo es sentenciado a una estadía de dolor, angustia y sacrificio durante el periodo de la condena.
Así lo comentó uno de los sujetos, bajo reserva, por medio de WhatsApp: “Algunos lo han hecho, pero apenas salen los esperan en las otras cárceles y les va peor. O sea, cuando los trasladan, van recomendados por la guardia y jefe de bandas criminales para que les vaya peor por sapos”.
Muchas veces, el recluso que es acusado por la Fiscalía de abuso sexual y quiere esquivar este viacrucis en El Pesebre lo puede hacer aportando altas cantidades de dinero cada mes, una especie de cuota bancaria para sobrevivir en medio del infierno.
La plata en la prisión es oro. Allí hay paquetes de comodidades que comienzan en 300.000 pesos para poder dormir bien, y los lujos adicionales se cobran en cheques aparte, como las visitas conyugales. Buena parte de las responsabilidades por estas irregularidades, según las fuentes consultadas por este medio, recaen sobre los funcionarios del Inpec y operarios de los contratos de la Uspec.
En el carrusel de las denuncias hay una que inquieta a la Veeduría Penitenciaria Nacional. Al parecer, personas inescrupulosas estarían haciendo dinero con la alimentación de los condenados y sindicados. La información da cuenta de que en los pasillos de esta cárcel se ofrecen bonos por 230.000 pesos a cambio de comida en buen estado, a diferencia de la que reparten en todos los patios bajo críticas condiciones de salubridad. Uno de los reclusos que aprovechó la “comida cómoda” tiene los nombres de las personas que están detrás de este hecho, pero no se atrevió a suministrarlos por temor de ser asesinado. Las intimidaciones son diarias.
Jorge Carmona, representante legal de esa Veeduría, informó que estos acontecimientos no son exclusivos de Puerto Triunfo: “Estos actos de corrupción se cometen en todas las cárceles del país. Y, sin temor a equivocarme, puedo decir que eso lo hacen los contratistas, ellos hacen negocios con la alimentación, venden la comida buena, y la mala, como los gordos de las carnes, terminan en los demás”. Los precios de los bonos en otras ciudades del territorio nacional se moverían entre los 150.000 y los 300.000 pesos, dependiendo de la demanda y oferta. A juicio de Carmona, “esto es corrupción y una violación sistemática a los derechos humanos”.
Las familias de los privados de la libertad siguen este drama desde sus viviendas y temen que el próximo fallecido sea uno de los suyos. Por medio de un grupo de WhatsApp les reportan en tiempo real lo que pasa en el interior. Es el caso de Rosmira Giraldo, quien tiene dos parientes detrás de las rejas y recoge fondos en las calles de Medellín para suplir algunos productos a fin de enviar a la cárcel.
Ellos pasan horas enteras de hambre, pues el gramaje no es adecuado para sus necesidades físicas, sufren al masticar la comida vencida por el repugnante olor e inventan técnicas para evitar infecciones que circulan en el ambiente de la prisión. “Lo que yo tengo por decir es que ellos cometieron un delito, sí, pero son seres humanos. Ellos no son animales, no los pueden tratar como animales, y lo que estamos viendo acá es que la Uspec, que es del Gobierno, los está tratando como animales”, concluyó Giraldo.
El Gobierno Petro debe combatir la corrupción y actuar de manera urgente para salvar más de 1.500 vidas en El Pesebre, la “cárcel de la muerte”. Ignorar lo que allí está pasando es inhumano. Es inaceptable que en pleno siglo XXI haya personas que tengan que sobrevivir con enfermedades sin tratar, agua infestada de gusanos y comida podrida, mientras ven fallecer a sus compañeros que no logran resistir. Presidente, no los deje morir.