Hace nueve semanas no para la diarrea y vómito en los niños de Buenavista, un centro poblado que está enterrado en el municipio del Bajo Baudó, Chocó. Al menos 1.700 personas se están alimentando con sus excrementos y los tiene en una crisis sanitaria.
Ese hallazgo lo hicieron expertos de la Secretaría de Salud departamental. En lo que va corrido de este año, seis menores de edad han perdido la vida por los intensos síntomas y otros treinta están batallando para esquivar la deshidratación que les produce un virus.
La única fuente hídrica que corre por la zona está llena de elementos contaminantes. Esta es el agua que utiliza la comunidad para dejar sus heces, bañarse, preparar alimentos y lavar la ropa. La historia de mortalidad y dolor no es nueva. Se repite cada enero, febrero y marzo.
Los indígenas ya perdieron la cuenta de cuántos bebés han enterrado en los últimos cinco años por la diarrea. Todos señalan con el dedo el río que pasa al lado de sus casas como el responsable. Ese es el que les da vida y, en un descuido, es el que se las quita.
Las víctimas más recientes no superaban los cinco años. Sin embargo, las estadísticas de las autoridades no coinciden con las del territorio. Mientras las personas reseñan la pérdida de seis, la Alcaldía dice que son tres. Lo cierto es que la crisis va en aumento.
Están condenados al peligro cada vez que hay una sequía: el río deja de pasar con fuerza y retiene en un mismo punto las sustancias nocivas que sueltan los 1.700 habitantes, pero también otros 700 que están tres kilómetros más arriba de las casas de Buenavista.
Cuando hay lluvias, permanece la calma. Los síntomas no hacen ruido y pocas veces hay un fallecimiento. Lo que los indígenas llaman como un raro padecimiento por culpa del agua, los médicos que alcanzan a ir a la vereda lo refieren como “enfermedad diarreica”.
Las condiciones de salud se complican por la desnutrición. A juicio de la Gobernación de Chocó, ambas sintomatologías son las que están acelerando la muerte de los menores de edad. Persiste la inseguridad alimentaria y no ven un futuro próximo con agua potable.
Cuatro niños están en estado crítico y otros 26 están siendo tratados con medicamentos. La inquietud es que los tratamientos tendrían que cumplir con las supuestas exigencias de los indígenas y estarían poniendo resistencia, según lo advirtió la administración local.
También preocupa lo que está pasando con el resto de los hombres y las mujeres. Aunque no se quejan de dolores con frecuencia, la misión sanitaria del departamento que llegó a Buenavista sospecha que hay enfermedades silenciosas producto de los contaminantes.
Este relato se repite cada inicio de año. Víctor Carpio, vocero de la comunidad, aseguró que las autoridades se han comprometido con resolver el problema, pero se olvidan cada vez que se supera la muerte de los niños. Él pidió una solución de fondo para su gente.
Siempre ha conmocionado la realidad de Buenavista, incluso la del presidente Gustavo Petro. En el año 2020, él dijo en Twitter que en “Chocó mueren los niños por falta de atención”, citando la crisis que padecen los habitantes del municipio del Bajo Baudó.
Hoy lo está esperando el mandatario local, Hermenegildo González, para que respalde la construcción de un alcantarillado y acueducto. Él cree que es la única salida que tiene la gente para frenar la expansión de la enfermedad y la pesadilla que viven cada año.
Esto también se ha identificado en el Litoral del San Juan y Riosucio. La gobernadora de Chocó, Farlin Pera, aseguró que está tocando puertas en el Gobierno para acabar con la muerte de los niños y confía en que se las abran “porque estamos en el cambio”.