Thifany Montoya ingresó diez veces al quirófano y enterró en el cementerio a tres amigos que perdieron la vida mientras retaban la inclinación de las carreteras de Antioquia en una bicicleta. Esta historia es similar a la de más de 20 jóvenes en esta región del país.
Ellos adoptaron la práctica americana llamada gravity bike, que consiste en modificar la estructura tradicional de la cicla para lograr mayor velocidad cuando se desprende de la cima de una vía, sin usar protección y sumándole pesas de dos kilos y bloques de cemento.
Muchas veces les bajan la calidad a los frenos con el fin de sentir adrenalina en el desplazamiento. Esta mezcla es mortal cuando se encuentran a un automotor de frente o pierden el control en una curva. Pocos son los sobrevivientes que relatan la situación.
El asfalto de las montañas del oriente antioqueño es el favorito para los aficionados, que van desde los 12 hasta los 25 años. Mucha sangre se ha derramado por cuenta de los desafíos, que ya se empiezan a prohibir en los municipios. Si bien los protagonistas lo definen como un deporte que los alegra y piden no poner barreras para su ejercicio, a las familias de los fallecidos les pasa como un trago amargo, y los allegados de los heridos piensan que es una pesadilla que nunca terminará.
La muerte
Thifany Montoya fue uno de los rostros más conocidos del gravity bike en Antioquia. Se levantó de dos trágicos accidentes y maniobró con seis fracturas en su rostro. Antes de quitarse la vida, registró sus experiencias e invitó a su gremio a usar protección.
El primer incidente lo vivió en un tramo de la carretera que conduce de La Unión a La Ceja, frecuentado por deportistas de alto nivel por el rigor de la altura. En una sola bicicleta se montaron dos personas. Ella fue la copiloto del viaje que terminó en tragedia. Invadieron el carril contrario en una curva y los recibió un vehículo de carga pesada. Ambos quedaron postrados en la vía. Su compañero quedó sin signos vitales, mientras Thifany lloraba de dolor. Al menos ocho personas han fallecido en este corredor. Thifany se repuso de las lesiones y se volvió a montar en una cicla con otra persona.
La escena se repitió, esta vez en la autopista Medellín-Bogotá. Los dos tomaron la decisión de colgarse de un carro en movimiento y las llantas colapsaron por la presión. Los cuerpos quedaron tendidos en la carretera y un bus de servicio público se llevó por delante a su compañero.
Un sobreviviente
Enmanuel Vallejo lleva diez años sin moverse de su cama por un accidente que tuvo mientras practicaba gravity bike. Al igual que sus colegas, no tenía un casco que lo protegiera de un golpe contra las estructuras que están fijas en la vía o un carro.
Mientras se descolgaba de una montaña, chocó con un poste que lo tuvo al borde de la muerte. Nueve veces ha entrado a quirófanos. 3.650 días después del hecho, no ha podido caminar, el dolor es intenso y su madre está agotada por el sufrimiento.
Ella, Gloria Morales, tiene una concepción dolorosa de este deporte: “El gravity es la pesadilla que nos dañó la vida”. El dinero no alcanza para la medicina y teme que la reforma que tramita el Gobierno nacional afecte la prestación de sus servicios médicos.
Al cierre de esta edición, dos menores de edad se debatían entre la vida y la muerte por un accidente en bicicleta en Antioquia asociado a esta práctica, que, cuanto más se prohíbe, más se convierte en un intenso desafío para saltar por la adrenalina que da el peligro. Las vías de muchas regiones del país se han transformado en autopistas de muerte y dolor.