La historia delincuencial de Pablo Escobar se convirtió en una máquina de millones en Antioquia: una ola de empresarios vio en el pasado del excapo una mina de oro y cientos de viajeros aterrizan diariamente en el aeropuerto internacional de Rionegro para perseguir sus experiencias en cualquier lugar.
El sitio más visitado es su tumba, un mausoleo familiar de los Escobar Gaviria ubicado en el Cementerio Jardines Montesacro, del municipio de Itagüí. Los empleados del lugar han alcanzado a contabilizar hasta doscientas personas todos los días. Aunque no cobran por ingresar, sí lo hacen los guías, quienes piden cincuenta dólares a cambio de un largo relato.
A la izquierda están los restos de Pablo, en la mitad fijaron a Hermilda Gaviria de Escobar, su madre -que falleció en 2006-, y en la derecha ubicaron a Jesús Escobar Echeverri -su padre-, que murió en 2001. El camposanto está decorado con arreglos florales frescos que donan los turistas o acomodan los allegados del exnarco sin llamar mucho la atención.
En las lápidas solo aparecen las fechas de nacimiento y de deceso de los cuerpos. Sin embargo, sus familiares compartieron los números ocultos; el código de Pablo, usado por los fanáticos en apuestas para buscar algo de suerte, es el 032-7-1, los dígitos de referencia del sector donde está localizado.
Detrás de la historia de Escobar
Luego está la Hacienda Nápoles, donde construyó un zoológico personal con animales exóticos que hoy son un problema para Colombia. En 1980 embarcó a cuatro hipopótamos que se han expandido sin límites. Cornare, la autoridad ambiental de la subregión, sospecha que ya hay doscientos circulando por el Magdalena Medio antioqueño.
Con la muerte de Escobar, quedaron desamparados y hoy el Gobierno nacional se debate en tres alternativas: aplicarles eutanasia, esterilizarlos o enviarlos a otras regiones del mundo que estén interesadas en darles condiciones dignas de vida. En todos los casos, las inversiones serían millonarias y prometen un largo debate en la opinión pública.
Nicolás Escobar, sobrino de Pablo, está en contra de matarlos: “Hay que respetarles la vida porque son unos animales que no tienen la culpa de lo que pasó y aprovecharlos para hacer turismo, que la gente que vive en las riberas pueda llevar a la gente para que los conozca, con todo el respeto del mundo, para que les genere rentabilidad, no asesinarlos”.
El barrio que construyó en Medellín
Medellín sin Tugurios es el único rincón del Valle de Aburrá donde se sigue lamentando la caída de Pablo Escobar. Allí viven 443 familias que recogió del basurero municipal en 1986. Los beneficiarios de la ‘cara amable’ del capo exclaman oraciones para que su alma descanse en paz, mientras que en el resto de la ciudad se maldice todo lo que fue.
En estas calles, la gente recuerda el 2 de diciembre de 1993 con dolor porque el Estado dio de baja al hombre que les calmó el hambre durante varios años. En otras partes de la región, desempolvan las memorias con alegría, pues los ciudadanos volvieron a caminar en paz y superaron la pesadilla de caer en medio de los carros bomba fantasma. Escobar pidió que las casas de su barrio tuvieran seis metros de frente y doce de fondo para que pudieran construir dos habitaciones, una cocina, un baño, una sala y un solar. Paralelamente, solicitó dar de baja a las personas que amenazaban su imperio de narcotráfico: periodistas, políticos, jueces, magistrados, empresarios y policías.
Aunque Pablo bautizó al sector como Medellín sin Tugurios, para demostrar que estaba aliviando la pobreza de su gente, la comunidad lo rebautizó con su nombre a fin de que fuera inmortal el legado. Eso le valió la exclusión al sector por años, dado que a las propias autoridades les costaba invertir sobre la herencia de un enemigo.
Solo fue hasta 2007 cuando las tierras del capo fueron legalizadas por la Alcaldía, a la que le sigue costando darle legitimidad a Escobar por el dolor que representa su memoria. En ese tire y afloje se la ha pasado la ciudad en las últimas tres décadas, citando dos relatos completamente diferentes de una misma persona que convulsionó al mundo.