Más de 40 niños con cáncer por primera vez cumplieron el sueño de volar en avión, mediante acción unificada y con los debidos protocolos de seguridad por parte del Ejército Nacional y la aerolínea EasyFly. Los menores están adscritos a la Fundación Alianza de Vida.
El anhelado sueño inició a las 6:00 de la mañana, en el aeropuerto Olaya Herrera de la ciudad de Medellín, donde eran esperados por hombres y mujeres de la Séptima División del Ejército Nacional con funcionarios de EasyFly. Después de cumplir todos los protocolos de seguridad, los niños y niñas de la fundación abordaron el avión ATR 42-600, de la flota EasyFly.
“Ayer me dio muy duro dormirme, porque solo pensaba en llegar y subirme en el avión. Por eso hoy, cuando logré cumplir este sueño no me lo creía”, comentó Smith Montiel, uno de los niños.
Después de algunas oraciones de familiares y amigos, llegó el momento de abordar, y como si el tiempo corriera más rápido, los pequeños se despidieron de sus padres e iniciaron el recorrido entre los pasillos del aeropuerto para darle rienda suelta a su anhelo.
Algunos con nervios y otros con los sentimientos encontrados fueron subiendo al avión mientras iban explorando las ventanillas o simplemente escuchando y siguiendo el paso a paso de las azafatas.
Y fue así como durante 20 minutos, niños y niñas de diferentes municipios del departamento de Antioquia lograron experimentar la magia de volar y ver las montañas, las nubes y los edificios de la capital antioqueña.
Cáncer infantil: así afrontan madres y padres la enfermedad
Padecer un cáncer es una de las situaciones potencialmente más estresantes a las que cualquier persona se puede enfrentar. Pero cuando quien la padece es un niño o una niña, la angustia se dispara. En cierto modo, la familia al completo “enferma”, porque la vida y las rutinas de todos sus miembros cambian de manera radical.
Un terremoto familiar
Raúl tiene 9 años y hace pocos meses le diagnosticaron un linfoma. En el primer ingreso para el tratamiento, Rosa, su madre, cuenta que Raúl está muy asustado y que cada vez que tiene que someterse a un pinchazo o cambio de apósitos se pone muy nervioso, empieza a gritar y a llorar. Cuando esto ocurre, Rosa se siente fatal, desbordada, llena de rabia e impotencia por no poder evitarle esa situación a su hijo. Solo cuando le ve sonreír siente que todo vuelve a estar en calma, al menos por un instante.
Rosa siempre acompaña a Raúl al hospital. A veces se queda unas horas. Otras, debe pasar ingresado varios días o semanas. Rosa está organizándose como puede: va pidiendo días en el trabajo, está pensando en cogerse una baja laboral y, en momentos de mucha carga, se plantea incluso dejarlo.
En casa todo ha cambiado. Apenas ve a su hija Inés, de 6 años, que pasa la mayoría del tiempo con sus abuelos o su tía. Tomás, el padre de Raúl e Inés, está trabajando, pero acude cada vez que tiene un rato al hospital para estar con su pareja y su hijo. Normalmente Rosa no le deja darle el relevo y prefiere permanecer junto a Raúl. “Conmigo está más tranquilo… es la costumbre”, justifica.
La relación de Rosa y Tomás está mediatizada por la enfermedad. Apenas tienen tiempo para nada más, y mucho menos para pasar algo de tiempo juntos. Solo se ven en esos momentos de intento de relevo, o cuando Raúl está en casa, aunque desde que está enfermo está más miedoso y ansioso de lo normal y se enfada cuando sus padres están juntos y no está él presente.
Esta situación es la que viven muchas madres y padres ante el cáncer de un menor. No cuesta demasiado imaginar el “caos” y los potenciales conflictos a los que se enfrentan, la falta de tiempo, el malestar emocional y el estrés que pueden llegar a experimentar ante la nueva situación.