La intolerancia social está acabando con 180 vidas cada mes en Colombia. Los homicidas, enceguecidos, han asesinado a padres, hermanos, amigos y vecinos. SEMANA documentó los episodios más insólitos en las regiones.
Gilberto de Jesús Alzate les pidió a sus vecinos que redujeran el escándalo de una fiesta que tenía en vela a un sector de Medellín y la respuesta fue una puñalada que acabó con su vida en plena celebración del Día de las Madres. Su esposa, Blanca Dolly Rendón, recordó la tragedia como si hubiera sido ayer: “A él lo mataron porque llegaron los vecinos a hacer bulla y él salió a decirles que le mermaran volumen al bafle. Le quitaron la vida porque pidió el favor”.
Esta historia hace parte de los 52 expedientes que tiene la Fiscalía en la capital de Antioquia sobre muertes relacionadas con actos de intolerancia. Esta región llegó a ser la más violenta del mundo por cuenta del crimen organizado, pero hoy la lista de homicidios es encabezada por situaciones de convivencia. Los casos que no se resuelven con armas letales o la justicia ordinaria, quedan en manos de las estructuras delincuenciales del Valle de Aburrá que tienen manuales de convivencia para resolver los conflictos en las calles.
Frente a este panorama, los ciudadanos creen que el silencio resulta la mejor opción para no levantar ampolla entre la gente: “Es mejor uno quedarse callado porque, si uno abre la boca, mire lo que pasa”, comentó Blanca Dolly tras vivir en carne propia este viacrucis.
Al ampliar la lupa, se conoció que el 40 % de los homicidios registrados este año en Bucaramanga están relacionados con la intolerancia social. Delio Hernández es una de las víctimas. Él era vendedor ambulante de aguacates y utilizaba una carretilla para promocionar el producto en las avenidas de la ciudad. En uno de sus recorridos, golpeó accidentalmente una motocicleta y el conductor lo atacó con un arma blanca en repetidas oportunidades.
Aunque el victimario se escapó del lugar de los hechos, fue detenido por la Policía. Una de las hijas de Hernández, en plena audiencia, le habló directamente al responsable: “Nada, ni la ley, ni todos los años que le den, van a devolverme a mi papá, no le han dado el derecho para quitarle la vida a mi padre, ¿por qué no pensó antes?”.
El alcalde Jaime Andrés Beltrán reconoció que este tipo de asesinatos son un fenómeno difícil de controlar, pues la violencia se habría convertido en parte de la cultura para resolver las diferencias.
Aunque él ha pedido redoblar la presencia de la fuerza pública y monitorear constantemente el área metropolitana, la raíz de este problema estaría en las propias viviendas: “No podemos hablar de tolerancia si no disminuimos el principal foco de violencia que es el hogar. Un niño que es violentado hoy, es el hombre que va a violentar mañana”.
Los casos que se han presentado en Colombia son escalofriantes. Uno de ellos es el de Juan Esteban Guerrero Vargas, de 13 años, fue asesinado por un compañero del grado séptimo de la Institución Educativa Alfredo García de Pereira. En medio de una exposición de clase, el adolescente no soportó una risa de la víctima y le enterró un puñal.
Carlos Charry, sociólogo de la Universidad del Rosario, aseguró que la intolerancia se disparó en Colombia y el mundo después de las restricciones que se impusieron para contener la propagación del Covid 19: “El haber estado encerrados por tanto tiempo, interacciones sociales cada vez más limitadas, el hecho de cada vez la gente prefiera no salir de casa, hacen un poco más incapaces de interactuar socialmente y tolerar al que es distinto”. Son múltiples los factores que se presentan en los homicidios, él ha documentado casos por xenofobia, racismo, sexismo y homofobia, la mayoría en escenas donde coinciden el alcohol, estupefacientes y armas.