Andrés Mosquera, conocido como Sololoy, alegró la vida de los chocoanos hasta el 8 de mayo de 2022, el día en que recibió una bala que no era para él. Una borrachera le nubló la mirada al sicario, que no superaba los 18 años, y apuntó al lado contrario.
Su muerte conmocionó a la región por el reconocimiento público que gozaba. En conversaciones rutinarias dijo que ya era “importante” para salir de la pobreza. En su lista de pendientes tenía alegrarle la vida a su mamá y obtener un diploma de abogado.
La fama la encontró en internet al pararse frente a una cámara y mostrar sus talentos: sabía moverse al ritmo de la música tradicional del Pacífico, contar buenas historias e improvisar con chistes memorables. Su rostro se multiplicó en las redes sociales.
En una de las grabaciones más icónicas mostró cómo aprendía a leer y a escribir en la adultez. Su profesora le pidió redactar un cuento, la respuesta causó risas en el público: “Había una vez un niño llamado Sololoy Larga”, plasmó en un documento del colegio.
Su historia la terminó escuchando canciones y danzando con sus amigos en la zona urbana de Quibdó, una escena que repitió en los 21 años en los que estuvo de pie. No le faltaba una copa de licor en la mano y melodías que lo motivaran a zarandear el cuerpo.
Un delincuente arribó al lugar donde Sololoy estaba de fiesta, le apuntó con un arma de fuego y la accionó contra su cuerpo, pensando que había asesinado al hombre que le encargaron. Una vez el cadáver cayó al piso y se aseguró del crimen, huyó en moto.
La víctima alcanzó a llegar con vida a un hospital de la capital del departamento de Chocó, pero falleció en medio de la atención de urgencia. Su familia denunció públicamente que vivió un viacrucis para tenerlo con vida tras el ataque violento.
Al parecer, no recibió los cuidados a los que tenía derecho. El especialista que requería estaba en cese de actividades por las precarias condiciones laborales que tiene el personal sanitario en esta región y arribó a la clínica cuando ya se había declarado la muerte.
La ciudad convulsionó. Cientos de personas se abalanzaron sobre las vías para despedirlo. Sus amigos se uniformaron con camisetas blancas pintadas con el rostro de Sololoy y globos blancos. En un ataúd dorado pusieron sus restos y recorrieron las principales calles.
El féretro hizo una parada especial en la Alcaldía. Los allegados tomaron la decisión de plantar el cuerpo en el edificio para llamarle la atención al mandatario local por el “exterminio” de la juventud y silencio. Entre 2016 y 2022, habrían sido asesinados 600.
“Ni uno más”, gritaron insistentemente. También pidieron “justicia”, pero no la han encontrado. Si bien la Policía Nacional contó que el crimen ya fue esclarecido, la familia de la víctima no ha sido informada sobre el caso y aseguran que hay impunidad.
La herida que se abrió les cuesta curar, más cuando el incidente se repite casi todos los días en Quibdó. “Acá nos están matando a la juventud sin justa causa, casi todos son personas inocentes”, comentó Carmen Palomeque, una de las tías de Sololoy.
Fuentes de la Policía Nacional informaron que dos menores de edad son señalados de participar en el homicidio de este joven, ambos fueron aprehendidos. Se confirmó, tras los elementos probatorios, que fue una bala perdida la que apagó la vida del influenciador.
Hoy sus parientes lo recuerdan con el mismo cariño y, de su paso por la tierra, quedó la frase que garabateó sobre el papel del colegio: “Había una vez un niño llamado Sololoy Larga” que murió en medio del conflicto urbano que aterroriza a Quibdó.