Tomás Antonio Oviedo Pastrana jamás imaginó que se convertiría en el abogado más viejo de Colombia. Él cumplió 98 años de vida y 70 batallando en los estrados judiciales a favor de las rupturas amorosas, las deudas pendientes y las millonarias herencias.

Hace 96 meses saboreó la última copa de licor, aunque le siguen pasando tragos amargos por la boca por el destino que tomó la profesión, cuyos pecados tendrían a sus profesores revolcándose en la tumba: “La justicia ha perdido respeto porque hay mucha corrupción”.

Esta última palabra no se escucha en su despacho, ubicado en Sahagún, Córdoba. Pero sí hace estruendo en el vecindario. A un lado está la casa del Ñoño Elías, condenado por recibir sobornos de Odebrecht y, en el otro, la de Emilio Tapia, un zar de la contratación.

Tomás Antonio Oviedo Pastrana Abogado | Foto: Orlando Marrugo

Oviedo Pastrana los vio crecer y fue testigo de cómo cayeron en la cárcel por la ambición. Nunca le pidieron asesoría jurídica, como sí ocurre con los otros ciudadanos del pueblo que enfrentan grandes litigios. Allí los atiende de 8:00 a. m. hasta la hora del almuerzo.

Por su escritorio han pasado procesos de largo aliento que ha peleado en 25 municipios, intactos en su memoria. No sabe cuántos ha ganado ni perdido, pero tiene la conciencia tranquila de que ha actuado legalmente: “No tengo investigación ni sanción alguna”.

El comienzo

Su tarjeta profesional tiene los dígitos 5306 con el sello de 1953. Eligió esta carrera por la rigurosidad de su abuelo, un reconocido juez del Caribe. Desde entonces, su trabajo es perseguido por dos hijos y cuatro nietas: “El derecho es una vocación familiar”.

Tomás Antonio Oviedo Pastrana Abogado | Foto: Orlando Marrugo

Cuando se graduó de la Universidad Libre de Bogotá, supo que solo tendría empleo en los problemas civiles y familiares. Luego tropezó con la política al tener una curul en el Concejo de Sahagún, fue diputado de Bolívar y ayudó a crear el departamento de Córdoba.

Él no se amañó en lo público porque nació para estar sentado frente a un juez y ganar dinero defiendo los intereses de sus clientes. Lo buscan hombres y mujeres de todas las edades, confiando en la sabiduría que se esconde en la memoria de 98 años.

Allí guarda los retazos de la Constitución Política de 1886, la renovación que tuvo en 1991 y las reformas que se han dado en los últimos 32 años. También sigue con una lupa los extensos folios de las decisiones de la rama judicial para emplearlas en su trabajo.

Tomás Antonio Oviedo Pastrana Abogado | Foto: Orlando Marrugo

Desde un comienzo ha sido un buen lector y analista de las letras que, a su juicio, son unas de las grandes bondades y habilidades de los abogados: “El derecho es una profesión que hay que estudiarla diariamente; yo lo he hecho siempre, porque va cambiando”.

Los retos

La pandemia lo puso contra las cuerdas porque la justicia se volcó a la virtualidad y, ante los riesgos de una infección respiratoria, abandonó el litigio de manera parcial. Cuando se superó la emergencia, volvió a recibir a sus clientes y se adaptó a la nueva realidad.

Él contrató a Jhonatan Ruiz, un joven egresado del Sena, que le conduce el computador para poder presentar demandas, recoger pruebas y presentarlas ante un juez que lo escucha al otro lado de la pantalla. No es un dolor de cabeza, le fascina no tener que salir.

Sagradamente, todas las mañanas pone su atención sobre las estrategias judiciales, atiende entrevistas y brinda asesorías. En la tarde, por disposición del médico, debe darse tiempo para descansar porque los años ya se le han manifestado con dolencias.

Tomás Antonio Oviedo Pastrana Abogado | Foto: Orlando Marrugo

Si bien sus familiares le claman que suelte el derecho por la vejez, la decisión no la tendría alguien que pise la Tierra: “Yo seguiré trabajando hasta que Dios lo ordene”. Aunque podría terminar antes de tiempo en dado caso de que choque con sus fantasmas.

En la lista está el alzhéimer, problemas de visión o interpretación de textos. Allí, sería el final de su servicio, pero no de la vida, porque promete seguir “dando lidia” con los porros de su tierra y las historias que, junto a los suyos, lo alientan a seguir de pie.