Parece que los años no hubieran pasado. Todos se ríen a carcajadas, se empujan, se cargan unos a otros para subirse a la estatua de Rafael Núñez con la que se retrataron hace 25 años cuando soñaban con cambiar al país. Y efectivamente así lo hicieron. Los estudiantes de la Séptima Papeleta produjeron una de las mayores transformaciones de la historia reciente: convocaron a miles de personas a marchar después del asesinato de Luis Carlos Galán, y se convirtieron en líderes para convocar una Constituyente para un nuevo pacto social. De hecho, su movimiento precipitó una nueva Constitución impulsada por el joven presidente César Gaviria. El 11 de marzo de 1990 más de 2 millones y medio de colombianos apoyaron en las urnas esa causa que ellos inspiraron. Se denominó “Séptima Papeleta” pues ese día se realizaban seis elecciones (Senado, Cámara de Representantes, Asamblea Departamental, juntas administradoras locales (JAL), Concejo y alcaldes), y esta fue una adicional. Los estudiantes contaron las papeletas, pero la Registraduría no las reconoció como válidas y hubo que incluir otra en las elecciones de Presidencia que vinieron después. A punta de foros, citas y conferencias, este grupo de persistentes estudiantes terminaron logrando más de lo que se habían propuesto. Este grupo de mosqueteros dejó de ser estudiantil hace ya mucho tiempo. Ya no andan con jeans, mochilas y banderas. Muchos ocupan altos cargos en el Estado y han desempeñado un papel importante en la vida pública. SEMANA convocó a Claudia López, Catalina Botero, Ana María Ruiz, Alejandra Barrios, Fabio Villa, Gustavo Salazar, Alfonso Gómez y Óscar Sánchez para repetir la foto que se volvió un símbolo hace 25 años. En ese entonces la senadora Claudia López era apenas una estudiante de Biología de la Distrital. Era la primera vez que iba a ir a votar, sin embargo, a sus tres candidatos (Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y Luis Carlos Galán) los asesinaron. La indignación la llevó al movimiento estudiantil, y poco tiempo después se cambió a la carrera de Gobierno y Relaciones Internacionales del Externado. “Para mí la Séptima Papeleta fue una reafirmación de que no nos dejaríamos callar por la mafia, de que saldríamos a defender la democracia y que reformaríamos al país. Hoy 25 años después sigo creyendo lo mismo”, dice orgullosa. Catalina Botero llegó a ser relatora para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. En ese momento, cuando estudiaba Derecho en los Andes, le dijo a SEMANA que se había sumado a esa causa por “un sentimiento generalizado de rabia y de tristeza que nos obligaba a preguntarnos de qué valía ser jóvenes”. Ahora describe ese movimiento como “una descarga de esperanza. Y eso justamente es lo que sentía el día de esa foto: esperanza”. Para ella, el mayor logro que tuvieron fue “generar el suficiente optimismo para rehacer, de una manera nunca antes vista en la historia del país, con una nueva y mucho más democrática Constitución”. Lo mismo piensa Alejandra Barrios, la directora de la Misión de Observación Electoral (MOE), que en ese momento estudiaba Finanzas en el Externado. “Fue la nueva Constitución la que nos dio las herramientas para hacer frente a las crisis de paramilitarismo, narcotráfico e ilegalidad en la política que vino después”, sostiene. Ana María Ruiz se unió a ese movimiento cuando estudiaba Ciencias Políticas. Después trabajó como periodista y ahora es la directora de su empresa de comunicaciones. “Aún me pregunto cómo garantizamos que Colombia sea el Estado laico, plural e incluyente que soñamos hace 25 años”, dice. Fabio Villa era de Sociología de la Universidad Nacional y terminó siendo el único estudiante que logró un escaño en la Asamblea Nacional Constituyente. Fue concejal de Medellín y está terminando su doctorado. Para él “la Séptima Papeleta es el salto más importante del país en el siglo pasado. Que un grupo de estudiantes haya logrado semejante transformación tiene un peso en la historia enorme”. Alfonso Gómez dirige hoy su oficina de abogado y está convencido de que se hizo mucho, pero falta mucho más. “Las normas no son lo único que se necesita para que cambien las costumbres políticas. En el Congreso y en la Justicia hay cosas que siguen muy mal”, dice. Él no es el único que tiene esa percepción. Gustavo Salazar, quien ahora es profesor en la Universidad Javeriana, cree que solo se recorrió una parte del camino. “La Séptima Papeleta es un proceso que aún no ha acabado y la gran oportunidad para terminarlo es con la firma de la paz con las Farc”, sostiene. Lo mismo piensa Óscar Sánchez, hoy secretario de Educación de Bogotá. “Nuestra generación pensaba ser la generación de la paz, pero terminó viviendo en una realidad de profundización de la guerra, del narcotráfico y de la inequidad social”, concluye. Ha pasado toda una generación desde que estos jóvenes marcharon en busca de un país mejor. Pero más allá de las virtudes que este movimiento tuvo y a los triunfos que la nueva Constitución política le adeuda a este grupo de soñadores, lo cierto es que también muchas cosas en Colombia siguen muy mal. En la década de los sesenta, otra generación como ellos, también marchó para cambiar el mundo. En ese Mayo del 68 que Francia recuerda con nostalgia se lograron hitos que marcaron la historia. Se cambiaron gobiernos y políticas y fue tan profundo su impacto que desde allí se dice que “cuando París estornuda, toda Europa se resfría”. Muchos de los protagonistas de esa revolución estudiantil terminaron gobernando el Viejo Continente, pero no pudieron entregarles a sus hijos el mundo mejor con el que soñaban. Ahora que los jóvenes de la Séptima Papeleta están asumiendo las riendas de una nueva Colombia en un momento tan crucial como el actual, habría que desearles muchísima más suerte.