Hernando Guerrero almorzaba en la Clínica Central antes de que un día cualquiera de trabajo como médico se convirtiera para Colombia en el famoso 9 de abril de 1948, el día que partió en dos la historia del país.“Llegó un paciente de gravedad”, le informaron. Dejó el almuerzo botado, salió a atender a su paciente, tomó el pulso, realizó protocolos y le sorprendió la cantidad de sangre. Luego reconoció a quien estaba en la camilla agonizando: Jorge Eliécer Gaitán.Con todos sus esfuerzos de médico residente intentó detener la grave hemorragia, lo logró, pero solo pasaron unos minutos cuando se dio cuenta de lo terrible que se encontraba el cuerpo del líder popular. No había notado el balazo en la cabeza. Gaitán no respondía, y luego, después de no encontrar pulso dio la hora de muerte. “Está muerto”.Sus colegas abrieron la ventana de uno de los cuartos de la Clínica y le comunicaron a los pávidos ambulantes que su líder popular había fallecido. Luego se desató la revuelta que terminó en los libros de historia y en la mente de los colombianos como ‘El Bogotazo’.Un hombre entró con una hoz e intentó herir a los médicos porque supuestamente le habían dicho que Gaitán murió por una inyección mal puesta. Una señora entra sin permiso a la clínica, saca un pañuelo, lo moja con la sangre de su líder y lo guarda en su chaqueta como un recuerdo; varias personas hacen lo mismo.Pronto comenzaron a llegar ríos de gente con ríos de sangre. Bogotá ardía y la Clínica Central no daba abasto para atender a tanto herido. Recurrieron a los pasillos, a la cafetería, al garaje, cualquier lugar servía para atender la catástrofe.Cuando el sol se fue, aún seguían de aquí para allá, corriendo con gazas, hilos y vendas. Pronto se acabó el suministro. Y Hernando Guerrero, muy valiente, salió en una ambulancia rumbo a otro hospital para buscar medicinas. Mientras tanto, en la Central cosían heridas con agujas e hilos de sastrería, porque no había más.Acompañado del conductor esquivaron muertos, balas y piedras. Se refugiaron debajo de las sillas para no morir y regresaron luego de varias horas con la misión completada. Pero al llegar se fue la luz, y no llevaron velas. Por suerte comenzaron a llegar. “En una de esas alguien traía velas para que pudiéramos trabajar y de repente se desplomó, cuando nos acercamos tenía un machetazo que le había partido la cabeza en dos”, recuerda el médico.Hoy los recuerdos se le han ido esfumando, a sus 94 años necesita de la ayuda de su esposa para recordar con precisión aquel terrible sucedo. 70 años después de su histórico paciente tiene la voz ronca, el cuerpo se le mueve con mucha dificultad y las manos no paran de temblarle.Le oyó todos los discursos a su líder. Y como todo aquel que vivió aquella época no le cuesta repetir la frase que todo nieto ha escuchado de sus abuelos que era un gran orador, que conmovía al pueblo y que su muerte partió la historia de este país para siempre.Se retiró de la medicina a los 91 años como pediatra. Y, siendo fiel a su amor por salvar vidas, recuerda que después de tres días de incendios y saqueos se encontró con su esposa y su hijo de un mes para tranquilizarlos, para decirles en carne propia que estaba vivo. Luego del emotivo abrazo y del apasionado beso, se volvió a despedir “tengo que trabajar”, le contestó.