Días después de haber sido elegida alcaldesa de Bogotá con una votación sin antecedentes y que superó el millón de votos, Claudia López fue a la Casa de Nariño y sostuvo una reunión durante dos horas con Iván Duque. Al final de ese primer encuentro, el 29 de octubre del año pasado, la electa mandataria de la capital del país se refirió amablemente al presidente. “Tenemos una relación de mucho respeto, afecto... hemos trabajado siempre de forma armónica”, dijo Claudia en una corta declaración a la salida de Palacio, en la que recordó que compartió curul en el Congreso de la República con Duque.

Ese día, la alcaldesa electa también reveló que el tema más importante de esa cita fue la seguridad en Bogotá. Dijo que el “éxito común” de ambos dependía de que los ciudadanos se sintieran más tranquilos en las calles.

Seis meses después de la posesión de Claudia López, lo cierto es que no se ve un trabajo armónico entre el Palacio Liévano y la Casa de Nariño. Además, los recientes atracos a viviendas y a una joyería en un centro comercial dispararon las alarmas sobre la inseguridad que azota a la capital del país. Las relaciones de la mandataria con el presidente atraviesan por un momento crítico, justamente cuando más se requiere el trabajo en equipo por cuenta de la pandemia del coronavirus, la mayor emergencia sanitaria y económica del país en su historia reciente. Aunque la reunión del martes en la tarde entre la alcaldesa y el ministro de Salud calmó las aguas, tras llegar a un acuerdo sobre la entrega de los ventiladores que se necesitan en las unidades de cuidados intensivos, la tormenta no se ha ido. Está ahí, muy presente, y, tal como están las cosas, promete ser una constante en los próximos años. En sus primeros días en el Palacio Liévano, muchos aplaudieron el tono constructivo y ponderado de la alcaldesa, alejado de la confrontación que la caracterizó en su paso por el Senado o en sus épocas de investigadora y analista política. Sin embargo, ese cambio duró poco y en los últimos días la alcaldesa se fue lanza en ristre contra el presidente, en un hecho político que no se había visto en los últimos 15 años en Bogotá. Con excepciones, por lo general los alcaldes y presidentes suelen ventilar sus diferencias en privado. Solo Lucho Garzón, que gobernó entre 2004 y 2007, solía lanzarle pullas al entonces presidente Álvaro Uribe.

En agosto de 2006, de hecho, las relaciones entre la Presidencia y la Alcaldía se deterioraron porque Lucho —para promover su política de desarme— dijo que él prefería las palomas y Uribe las armas. Hoy, los micrófonos han sido la plataforma escogida para ventilar las discrepancias por cuenta del enfoque con que se aborda la política pública para contener la covid-19.

El episodio más reciente tuvo que ver con una propuesta de Claudia para que Bogotá tuviera una nueva cuarentena obligatoria, por 14 días, teniendo en cuenta que la capacidad de las unidades de cuidados intensivos está llegando a su límite (están copadas en más del 70 %). “Debemos entender que no es opción viable para nuestras sociedades encerrarnos hasta que aparezca la vacuna. No. Tenemos que aprender a convivir con el virus y ganarle con cultura ciudadana, con autocuidado”, le respondió Duque a Claudia, en su programa diario en televisión. La alcaldesa replicó con dureza. “No estoy pidiendo que nos encerremos hasta que haya una vacuna. Es fácil decir eso encerradito en el Palacio. Al presidente no le toca salir a trabajar, salir a la calle. Es muy fácil decir que no nos podemos encerrar cuando el único que realmente ha estado encerrado es el presidente, todos los demás han tenido que salir a trabajar”, aseguró. Con el tema de la seguridad, que era el propósito común en el que iban a trabajar Claudia y Duque, también ha habido controversia. La alcaldesa, en su cuenta en Twitter, respondió: “¡El incremento de atracos en Bogotá es inaceptable! Hoy 10 % de la Policía de Bogotá está en vacaciones/licencias y 20 % en cuarentena por covid. Además, no nos reciben presos en cárceles nacionales. He convocado Consejo de Seguridad conjunto con el Gobierno nacional porque eso es insostenible”. El Gobierno, de inmediato, le recordó que el manejo de la seguridad en Bogotá es competencia de quien ocupe las riendas del Palacio Liévano. En esa confrontación, el presidente del Concejo, Carlos Fernando Galán, sostuvo: “Eso de sacar pecho cuando los indicadores de seguridad mejoran, pero culpar a otros cuando empeoran no es serio ni responsable. No le queda bien a la alcaldesa lavarse así las manos. Se necesita política clara y contundente y mejorar coordinación”. Hay quienes señalan que este choque permanentre puede generar un necesario equilibrio de poderes entre el Palacio Liévano y la Casa de Nariño, y que, al final, puede redundar en lo mejor para los habitantes de la capital del país.   También que es la primera vez que desde Bogotá se le habla con firmeza a un presidente, luego de años donde la ciudad se ha sentido tratada con cierto desdén por la Nación, pese a ser el motor de la economía del país y aportar más del 25 % del PIB. Otros recuerdan que el choque de Claudia con Duque es al final un fiel reflejo de la política nacional en sí misma. Ambos pertenecen a orillas distintas (el uribismo en un lado y los sectores alternativos en el otro) que quieren iniciar de forma prematura la campaña presidencial del 2022. Pero si dicha competencia no ha iniciado y el tono ya es el que se está viendo en plena pandemia, ¿qué puede ocurrir al fragor de una competencia electoral en marcha? La ciudad puede quedar atrapada en un escenario permanente de confrontación política, donde las soluciones a los problemas de seguridad, movilidad, empleo, salud y educación se posterguen por cuenta de la acalorada discusión pública. Buena parte de las soluciones para la capital del país pasan obligatoriamente por la nación. Claudia, por ejemplo, necesita del apoyo de Duque para cumplir su promesa de ampliar la primera línea del metro hasta Suba y Engativá, una de las promesas centrales de su campaña a la Alcaldía. El Gobierno financia hasta con un 70 % la construcción de los sistemas de transporte masivo. En caso de que haya diferencias en este tema de la movilidad e infraestructura y en otros en el futuro, a la luz de lo que se ha visto en las últimas semanas, lo más probable es que esos desacuerdos van a terminar en choques públicos institucionales, con recriminaciones de por medio.

El riesgo es que esta confrontación paralice la agenda y predisponga a los funcionarios de lado y lado, y no se genere un ambiente de trabajo armonioso, articulado y organizado entre la alcaldesa y el presidente de la República. “Se necesita liderazgo tranquilo que logre autocuidado, y una gerencia de crisis profesional”, dijo el presidente de ProBogotá, el exministro y exembajador en Estados Unidos, Juan Carlos Pinzón. Si no hay un cambio de actitudes, esta guerra fría va a durar. Un hecho que la simboliza es que todos los alcaldes y gobernadores, excepto Claudia, conversan semanalmente con Duque en su programa de televisión. La mandataria ha pisado una sola vez la Casa de Nariño en plena pandemia. Ese simple hecho evidencia que las relaciones están deterioradas. El martes, Duque sostuvo que “no hay espacio para riñas ni peleas institucionales”. Pero la controversia va a continuar. Lo malo es que al final los platos rotos de esta falta de sintonía los van a pagar los ciudadanos, que día tras día asisten a nuevos capítulos de esta novela de confrontación inoportuna y perjudicial para el futuro de Bogotá.