La sotana negra, la delgada figura, el eterno pelo blanco, las largas manos, los anteojos y la amplia sonrisa. No es exagerado decir que prácticamente todos los 3.800 colombianos que se han graduado del Colegio San Carlos tienen estas imágenes grabadas en la mente, pues son los inolvidables rasgos físicos de una de las personas clave de la educación en las últimas cinco décadas en Colombia: el padre Francis Wehri. Este benedictino, oriundo de North Dakota, Estados Unidos, llegó al país en junio de 1966. Tenía apenas 31 años y venía a apoyar al colegio recién fundado, pero dos semanas después de su arribo fue nombrado rector. Y lo ha sido ya durante 48 años, tiempo en el cual ha consolidado al San Carlos como uno de los mejores colegios del país, no solo por sus resultados académicos, sino por su modelo educativo liberal, meritocrático y equitativo. Por sus aulas en el norte de Bogotá han pasado estudiantes que hoy son líderes, incluyendo, entre otros, a presidentes, ministros, embajadores, gerentes de empresas y artistas. Pero en pocas semanas, en la tradicional misa de fin de año del colegio, el padre Francis dará sus últimas palabras como rector y se retirará. Aún no sabe quién lo reemplazará, pero sí tiene claro que a partir del primero de enero de 2015 se dedicará a una vida de oración y trabajo en el monasterio del colegio. SEMANA: ¿Cuál es su primer recuerdo de Colombia? Fancis Wehri: Cuando me nombraron rector casi no hablaba español. Un día un señor llegó a mi oficina para hablarme sobre su hijo y lo primero que me dijo fue: “Padre, usted habla muy bien el español”. ¡El señor era un político! Yo me reí porque había sido demasiado generoso con su comentario. Pero así conocí esa capacidad de los colombianos de buscar siempre lo positivo en las cosas. SEMANA: ¿Qué país era Colombia en los ojos de un cura gringo? F. W.: Yo nunca había pensado vivir acá, pero un día mi superior me dijo que sacara el pasaporte porque me iba para Colombia. Cuando llegué, viajé por el país. Era un lugar distinto al de hoy, especialmente las ciudades. Bogotá era una ciudad desconocida. Pero lo que quiero resaltar es que hay cosas que no han cambiado. La gente sigue siendo abierta, jovial y familiar. Y los niños, muy inquietos y vivos. SEMANA: ¿Y es que ser inquieto es una virtud para un niño? F. W.: Es algo bueno. Los gringos son muy calmados. Aquí, en cambio, los jóvenes son espontáneos y expresan sus ideas. El San Carlos siempre ha tenido fama de ser un colegio de chinos inquietos. Cuando van a unas olimpiadas de matemáticas, les dicen que son hiperactivos. Y cuando llegan a Los Andes, les dicen: “¡Uy, llegó la plaga!”. SEMANA: Esa plaga hoy conforma buena parte de la clase dirigente colombiana. Por aquí pasaron el presidente del BID, Luis Alberto Moreno, y el presidente Juan Manuel Santos. ¿Cómo convirtió usted a ese colegio recién fundado en uno de los mejores del país? F. W.: La explicación es sencilla. Conseguimos excelentes alumnos con excelentes familias y los preparamos para que sean exitosos. Y para eso, les exigimos mucho. Nosotros nunca hemos salido a buscar gente. Esta siempre ha venido a competir por los cupos. SEMANA: Pero no todo pudo haber sido suerte. ¡No sea modesto! F. W.: De verdad, hemos tenido suerte. Y no solo por los alumnos, sino también por los profesores. Aquí enseñó Julián de Zubiría, que hacía parte de un grupo de maestros que algunos padres consideraban “socialistas”. (Risas) Luego, Zubiría fundó el colegio Alberto Merani. También hay que decir que tenemos un examen de admisión que detecta capacidades lógicas y que nosotros se las cultivamos a los jóvenes desde pequeños. SEMANA: Algunos dicen que en Colombia a los niños los llenan de información, pero que no los enseñan a pensar. ¿Usted enseña a pensar? F. W.: Vea, uno puede dictar clase, y los muchachos pueden copiar, copiar y copiar. Pero hay que aprender a ser crítico para desarrollar puntos de vista propios. SEMANA: Usted se opuso a las roscas. ¿Eso no le causó problemas? F. W.: No, porque siempre hemos sido claros. Para nosotros es importante que el alumno tenga la capacidad de ser bueno y, además, que esté interesado en estudiar. SEMANA: ¿Pero nunca ha habido un papá poderoso que se haya molestado porque su hijo no fue admitido? F. W.: No. Se ponen un poco tristes porque, a Dios gracias, piensan que sus hijos son buenos. Pero aquí no buscamos apellidos. Algo que cuento con orgullo es que acá hay gente de distintos antecedentes y estratos sociales. Por aquí han pasado desde el hijo de Luis Carlos Sarmiento Angulo hasta las personas más humildes. Hoy tenemos alrededor de 60 alumnos becados. La mezcla me gusta porque les da a los jóvenes de distintas procedencias una oportunidad que tal vez no tienen en casa: la de aprender a trabajar juntos. SEMANA: ¿Tanta mezcla social no causa discriminación? F. W.: Ha pasado de vez en cuando. Pero lo importante es observar bien para evitar que haya jóvenes matoneados. Hay que hacer esfuerzos para que los estudiantes vivan juntos sin hacer la vida de alguien inaguantable. Esa es una preocupación actual, sobre todo después del caso del joven Sergio Urrego. SEMANA: ¿Cómo ha manejado los casos de alumnos homosexuales? F. W.: Aquí se sienten respetados. A mí me reconforta ver que algunos exalumnos me visitan agradecidos porque sus amigos del colegio hoy siguen siendo sus amigos sin importar su orientación. Es una lástima lo que pasa en otras partes, donde la gente dice: “Ay, pobres papas, tienen un hijo de este estilo…”. ¡No! Uno debe apoyarlos, y los papás también. SEMANA: ¿Es verdad que usted nunca molestó a un estudiante por tener el pelo parado o el pantalón roto? F. W.: Una vez vino una señora a decirme que por qué dejaba entrar al colegio a su hijo con el pelo azul. Yo le dije que lo iba a seguir dejando entrar siempre y cuando ella lo siguiera dejando salir de la casa con el pelo azul. Y le cuento algo más: hace poco vino una gente a preguntarme cuál es mi posición frente a los aretes y lo tatuajes. Yo le dije que aquí no tenemos máquinas para poner aretes o tatuajes, pero tampoco para quitarlos. SEMANA: ¿Permite el celular en el colegio? F. W.: Sí, claro. Y muchos lo hacen. Yo no lo considero un problema. Es más, hoy son de mucha utilidad durante clase. Un profesor puede pedirle a un alumno que busque algo en su celular. Y los estudiantes pueden sacar la foto de la página del libro de química para hacer la tarea sin tener que cargarlo en la maleta. SEMANA: El San Carlos es famoso por métodos poco convencionales: a más de un profesor se la ha escapado una cachetada. ¿Considera que a veces esas cosas son necesarias? F. W.: Hace poco el papa Francisco habló sobre ese tema. ¿Qué papá no ha sentido de vez en cuando la necesidad de aplicar un castigo a su hijo? La necesidad de corregir a los hijos es normal en todo el mundo. Debemos tener en cuenta eso a la hora de juzgar, porque esa es la naturaleza humana. Por supuesto, yo no defiendo la violencia. De lo que se trata es de mostrarles a los niños cuándo hay límites. SEMANA: ¿Pero nunca le hicieron reclamos? F. W.: No olvide el contexto norteamericano de los años sesenta y setenta, especialmente en el campo. Si el chino no trabajaba como debía, paff, paff, paff… Lo hacían los papás y lo hacían los profesores en el colegio. Aquí la gente no estaba acostumbrada a eso. ¡Y Pacho Santos tampoco! (Risas) SEMANA: ¿Lo dice por la anécdota que él cuenta de una monja que le daba tantos fuetazos con una varita que terminó yendo al colegio con un cartón oculto para evitar el dolor? W. F.: (Risas) Él era una excelente persona que respetaba las normas y, sobre todo, a los demás. A veces era indisciplinado y siempre estaba inquieto. La razón de esto último era un problema en la piel que no le permitía estar tranquilo. Pasó días difíciles, pero se graduó. Y yo lo quiero mucho porque en 2007 me dio la nacionalidad colombiana. SEMANA: Pacho no es el único líder que ha pasado por acá. ¿Qué es para usted el liderazgo? F. W.: La capacidad de evaluar una situación y poner en marcha algo para ayudar a los demás. Puede ser un presidente o un profesor o cualquier otra persona, pero un verdadero líder siempre toma en cuenta al otro. SEMANA: ¿Y usted detectó el liderazgo de sus estudiantes estrella cuando estaban en el colegio? F. W.: En algunos era más pronunciado. Pablo Navas, hoy rector de Los Andes, era un chico brillante. Se graduó en 1968 y se fue a Cornell a estudiar ingeniería civil. Cuando regresó, vino al colegio y ofreció enseñar física. Después de un año y medio, su carisma y su compromiso nos hicieron considerar la posibilidad de nombrarlo vicerrector. Eso no pasó, pero él ha sido siempre un líder. SEMANA: El San Carlos tiene más o menos 3.800 bachilleres. ¿Cuántos están hoy en posiciones de liderazgo? F. W.: No sabría decirle, pero sí sé que 300 andan dedicados a la educación. Y esos son, sin duda, ejemplos de liderazgo. SEMANA: ¿Cuál ha sido el momento más difícil al frente del San Carlos? F. W.: Cuando uno puede apreciar el gran esfuerzo de un alumno, pero ve que no avanza. Tenemos sistemas de educación donde hay fallas. Aquí, por ejemplo, todos deben tomar seis años de matemáticas, dos de física y dos de química. Y así otros jóvenes talentosos en música y arte no logran terminar sus estudios. Un ejemplo es el bailarín Álvaro Restrepo. Él se sentía muy mal aquí porque no podía pasar matemáticas y no pudo seguir adelante. Pero él encontró cómo poner en práctica su talento y fundó el hoy famoso Colegio del Cuerpo. Esto es admirable, pero uno se queda pensando: ¡lástima no haber sido capaces de ayudarlo a terminar sus estudios aquí! En general, cuando un alumno se va del colegio nadie queda contento, pero esas son realidades y en la realidad siempre hay sufrimiento. SEMANA: ¿Cuál ha sido la experiencia más feliz? F. W.: Ver que la gente sigue adelante y que está al servicio de la sociedad. SEMANA: ¿Qué va a hacer ahora que se va? F. W.: La junta directiva quiere que acompañe un rato al rector que van a nombrar, de quien no tengo una sola pista. Haré eso antes de tomarme unas vacaciones en Estados Unidos. SEMANA: ¿Va a quedarse en Estados Unidos? F. W.: No, yo voy a quedarme en Colombia. Pero ya no en los corredores o en la rectoría, sino en el monasterio. SEMANA: ¿Y qué va a hacer? F. W.: Cualquier cosa. Si es música, bien. Si es jugar Uno, como solemos hacer por las tardes en el monasterio, también. Eso sí, voy a extrañar el contacto con la gente. SEMANA: Imagine a Colombia en 20 años. ¿Cómo desearía ver al país? F. W.: Espero que la gente pueda vivir como merece vivir. Como dijo el papa Francisco hace poco: la comida no es una obra de caridad, es un derecho humano.