Rodeada de dos escoltas y tres soldados que empuñan sus fusiles, Alba Yaneth Lizarazo, la personera de Cravo Norte, un remoto pueblo araucano, recuerda el día en que sintió que por su culpa habían asesinado al hombre que le salvó la vida. El 21 de febrero, al anochecer, un campesino se acercó a uno de los guardias que la Unidad Nacional de Protección le había asignado ante las constantes amenazas. El desconocido dijo que había un plan en marcha para matarla esa misma noche. Tras la advertencia, ella se guareció en su casa.
Al día siguiente, la inspectora del pueblo irrumpió en su despacho para avisarle que acababan de asesinar a alguien y que requerían su presencia en la escena del crimen. Pero llegó una nueva advertencia. Era una trampa. La querían afuera de su despacho para concretar el plan. El hombre asesinado era el mismo que el día anterior le advirtió que la iban a matar. Lea el artículo completo aquí