En marzo, cuando la epidemia de covid-19 apenas comenzaba en Colombia, el médico intensivista Mario Mercado compartió con sus colegas del hospital Méderi su esperanza de no ver en sus unidades una avalancha de pacientes tal y como había sucedido en otros lugares del mundo afectados por este patógeno. El espejo de lo que había pasado en ciudades como Wuhan, Madrid y en la región de Lombardía, en Italia, era aterrador. En esos sitios el número de enfermos por covid que llegaba a los centros de salud superaba por mucho su capacidad de atención. Los médicos allí salieron a contar al mundo, entre lágrimas, cómo era la guerra contra este virus y cómo en un punto tuvieron que tomar decisiones éticas difíciles como a quién atendían y a quién no. Las fotografías, en que aparecen desfallecidos en el suelo de los hospitales por cuenta del cansancio y la tristeza, conmovieron al mundo.
Pero ese anhelo de Mercado se esfumó hace más de un mes cuando el número de enfermos de covid-19 empezó a aumentar y a invadir las salas de cuidado intensivo. Con ello incrementaron en intensidad y complejidad sus jornadas en la UCI. Era cuestión de tiempo. Durante casi tres meses, con medidas como la cuarentena obligatoria, el país pudo prepararse para la fase en la que se encuentra. La ocupación de las salas de cuidado crítico estuvieron en esos meses con una ocupación del 40 por ciento. Pero en la medida en que la economía fue abriéndose en etapas, el numero de infectados y enfermos comenzó a subir.
El anunciado pico llegó, pero a diferencia de lo que sucedió en Europa, en donde el coronavirus se trepó en las primeras semanas, aquí el proceso ha sido lento. Y esa agonía a cuenta gotas también ha cansado al personal de salud. Hoy, cuando las UCI en algunas ciudades críticas como Bogotá empiezan a estar al tope, el mayor temor del personal de salud que está en la primera línea para combatir este mal es que no se desborde el sistema. Les angustia. Les aterra. Tal vez más que infectarse de covid-19. Si eso sucediera, a la ya compleja labor profesional de salvar vidas se le agregará el dilema ético de tener que decidir a qué pacientes les dan prioridad en sus unidades.
Hoy el país está viviendo una situación parecida a la de otros países. El martes hubo un récord de infectados al reportar 10.284 casos, con lo que Colombia superó a Italia en infectados, según el médico Diego Rosselli, y pronto superará en infectados a España. Aunque también hubo un récord de fallecidos (297) y la semana pasada se llegó a la triste cifra de 10.000 muertos acumulados, que representa una verdadera tragedia, aún otros países como Brasil, México, Chile o Perú nos llevan una gran ventaja en mortalidad. Según Moscoso, viceministro de Salud, el comportamiento por ciudades varía y Bogotá viene con una meseta en ascenso leve y vamos a llegar a un punto en que empezará el descenso, pero igualmente será lento. “Hemos hecho un esfuerzo para que esto no sea un proceso de cuatro semanas con picos, sino un proceso extendido para que las personas puedan tener atención adecuada en casa y en los hospitales”, dice el funcionario.
La cuarentena cumplió su propósito. Como lo anunció el ministró de Salud, Fernando Ruiz, el pasado martes, si el país no hubiera tomado esa medida y hubiéramos llegado al pico en mayo, habríamos llegado a tener más de un millón de colombianos infectados en un mismo día, de los cuales 730.000 habría requerido UCI, cuando la capacidad hospitalaria era mucho menor. En ese panorama, el sistema de salud habría colapsado. Pero con las medidas fue posible ganar tiempo para bajar la velocidad de contagio y comprar los ventiladores necesarios para expandir las unidades de cuidado intensivo. En ese sentido, el virus no los sorprendió como en la provincia de Hubei o el norte de Italia. No se puede decir lo mismo del personal de salud, que no puede multiplicarse de la noche a la mañana. A pesar de los esfuerzos por entrenar médicos generales y enfermeras para el cuidado de los pacientes con covid-19, en muchos hospitales el personal de salud de las UCI ha visto sus horarios doblarse ante el mayor número de pacientes que deben atender. “No solo son más, sino más complejos”, dice el intensivista Mario Gómez, jefe de la UCI del Hospital San José. En estas salas los médicos parecen soldados en el frente luchando contra un enemigo microscópico. Lo más inquietante es, sin embargo, que no son batallas puntuales, sino una lucha continua y, por ahora, sin final.
Aunque muchos los han aplaudido por su trabajo abnegado, ellos no se sienten héroes ni sienten que hacen un sacrificio. Algunos, por el contrario, dicen que este tipo de emergencias son las situaciones por las cuales estudiaron medicina, enfermería, terapia respiratoria o cualquiera de las otras disciplinas que hoy se requieren para tratar esta enfermedad. Eso, sin embargo, no hace que no tengan que hacer sacrificios a diario para atender a todos los pacientes. Sus testimonios son conmovedores. Reflejan el agotamiento, el miedo y el sacrificio que todos ellos hacen por salvar vidas. El médico intensivista Luis Aurelio Díaz dejó incluso lo más sagrado de su vida—su hija recién nacida— y se fue a vivir a un apartamento solo para protegerla de una posible infección con el virus. Adriana Fajardo, médica neonatóloga, recibió un bebé con dificultad para respirar cuando nadie sabía que podía haber transmisión de covid durante el embarazo. Todos tienen un factor común: haberlo sacrificado todo para poder estar en este momento.
Desde soportar todos los elementos de protección personal que no solo dejan marcas en su cara, sino que les agota físicamente porque no pueden quitárselo por miedo a contaminarse, hasta llegar a sus casas y tener que encerrarse en un cuarto para evitar contagiar a sus padres que ya son adultos mayores con comorbilidades. El miedo a contagiarse está siempre al acecho. Algunos ya han tenido que atender a compañeros, profesores y colegas, y no es fácil verlos postrados en una cama y menos ver que, a pesar de todos los procedimientos y medicamentos que les dan, fallecen. SEMANA entró en las entrañas de esas unidades, en donde se juegan a cada instante la vida y la muerte muchos colombianos. Vea el informe especial aquí