Los cuatro jóvenes tenían sueños y se los arrebató la violencia. Yorman Henao quería ser futbolista, lo mismo que Sebastián Quintero. Álvaro Caicedo aspiraba a ser un empresario exitoso. Joimar David Lindarte era técnico electricista y quería entrar a la universidad, ahorrar, entregarles un futuro a sus dos hijos. Pero esos sueños se derrumbaron. En sus tumbas ahora crece la yerba a pesar de que ninguno logró llegar a los 26 años. Nunca se conocieron, crecieron en distintas regiones, en la Colombia rural que busca superar la pobreza. Pero los cuatro, sin imaginarlo, compartirían su muerte violenta en la ola de masacres que estremeció al país en el último mes.  Lea el artículo completo aquí.