Natalia Ponce de León. En una sociedad a la que tanto le ha costado dejar el rencor, Natalia Ponce de León encarna una figura excepcional y un enorme ejemplo. Desde que el 27 de marzo de 2014 un vecino suyo le arrojó un litro de ácido, su vida se ha convertido en un testimonio de resiliencia, y las marcas en su rostro en una protesta permanente contra los violentos. Ponce de León no se sometió a la infamia del ataque. No se aisló en la soledad de un cuarto o detrás de una máscara. Esta bogotana de 35 años prefirió enfrentar el horror: reemplazó el miedo por el activismo, el liderazgo y el perdón y, así, logró superar su drama. Conocerla es advertir de inmediato su fuerza y su optimismo. Estos rasgos le han permitido agarrar la bandera de la lucha por los derechos de las víctimas de agresiones con sustancias químicas: un crimen por el cual Colombia sobresale en los más oscuros escalafones internacionales. Creó una fundación que lleva su nombre en la que asesora legalmente a otras víctimas. Promovió la Ley 1773 de 2016, que aumentó las penas a los responsables de estos ataques. Y se ha convertido en una vocera del trato digno y justo ante el sistema de salud, la Policía y el aparato judicial. Todo esto, a pesar de que ha debido someterse a más de 50 cirugías. Los tratamientos, físicos y psicológicos, la acompañan hasta hoy. Pero, sin aparente cansancio, Ponce de León sigue al frente de su causa. En julio, la cadena británica BBC le otorgó en Londres su tradicional premio Outlook Inspirations por su “rol inspirador” y su “coraje”. “Necesito salir y ayudar a mucha gente”, dijo recientemente en una entrevista. “Siento que muchos necesitan ayuda y voy a dedicarles mi vida”.