Las últimas semanas, las redes sociales mostraron su cara más cruel. El país se estremeció con un video, que se volvió viral, en el que Karina García alertaba que las publicaciones que alguien estaba haciendo sobre ella podían costarle la vida. La joven aspiraba a la alcaldía de Suárez, un municipio enclavado en las montañas del Cauca, epicentro de la guerra sin cuartel entre disidencias armadas. “Les pido que no continúen haciendo comentarios irresponsables y falsos, como que voy a traer los paramilitares, como que voy a traer las multinacionales, como que le voy a quitar las tierras a la gente. ¡Por Dios, no sean irresponsables! Esto puede traer, para mí, consecuencias incluso fatales”, había dicho en un video que publicó el 12 de agosto en Facebook.

Nueve días después, la candidata del Partido Liberal murió, junto con su madre y otras cuatro personas, cuando el carro en el que viajaba fue objeto por casi 20 minutos de una brutal lluvia de balas y granadas.

Decir que a Karina García la mataron las redes sociales sería un despropósito. Después de ese baño de sangre, las autoridades revelaron la penetración que las disidencias han tenido en la campaña electoral en esa zona del país, a tal punto que citan a reuniones a los candidatos. Pero su video sí deja en claro el poder de esas plataformas para propagar mentiras, estigmatizar y crear rápidos juicios condenatorios, que, en cuestión de minutos, pueden acabar con la imagen, la honra o el buen nombre de una persona, empresa o grupo político. En el caso de Karina, esas difamaciones mezcladas con el renacer del conflicto produjeron un desenlace fatal. La revista británica The Economist asegura que lejos de atraer luz las redes sociales están propagando veneno. Las emisoras de radio declararon tema del día la relación de esas publicaciones en redes con la muerte de Karina. Comenzó el periodista Julio Sánchez Cristo: “Las palabras matan y ya es hora de medirlas en todo, comenzando por las redes sociales. A Karina García le crearon un ambiente adverso a punta de palabras que, como ella advirtió, la mataron”. Alberto Linero hizo lo propio en su reflexión matutina: “Las noticias falsas en las redes sociales matan y todos somos responsables”, dijo.

Hubo muchas reflexiones y debates, que concluyeron, en general, que en Twitter –como en otras redes– la avalancha de insultos, agravios y calificativos desobligantes en la política ya no sorprende a nadie. Todos los días, y más en esta época electoral, esa red social hierve como la caldera más potente. Los protagonistas de la opinión pública suelen estar siempre en las esquinas contrarias de ese cuadrilátero: el uribismo, por un lado, y el petrismo, por el otro. Casi no hay un momento en que esa red social no tenga una tendencia relacionada con ellos. Algunas veces, incluso, se enfrentan tendencias opuestas que buscan medir el pulso a punta de likes y retuits (RT). Por ejemplo, el mismo día fue tendencia #uribemalditoseas y la respuesta de los seguidores del expresidente, #uribebenditoseas. Álvaro Uribe ha estado en el centro de varias controversias a raíz del anuncio de algunos miembros de las Farc de retomar las armas. En efecto, mientras que sus seguidores les dan la razón a sus críticas al proceso de paz, sus detractores lo culpan del giro desafortunado que dieron algunos excomandantes de la antigua guerrilla. También fue tendencia en esos mismos días Gustavo Petro. Primero, por un trino en el que decía que Guillermo León Valencia, abuelo de la senadora Paloma Valencia, “creó” las Farc en su gobierno. Y después, por publicar unas fotos de una masacre en Brasil como si se tratara de imágenes de acciones militares en Colombia. De esto último, el senador de la Colombia Humana se retractó. Que Uribe y Petro protagonicen esa red no resulta extraño ni novedoso. Ambos tienen dos de las cuentas más poderosas de las plataformas virtuales. En Twitter, el primero tiene 4,9 millones de seguidores, y el segundo, 3,5 millones. El expresidente y senador fue quizás el primero que consolidó una superfuerza en Colombia en 140 caracteres. Durante los ocho años del Gobierno Santos, Uribe encontró allí una trinchera desde la cual hizo una oposición feroz y constante. Tanto él como Petro demuestran que, si bien para quien está en el poder los tuits son un arma de doble filo, para quienes quieren oponerse a este la red del pájaro es el más vibrante megáfono. Les aquí el artículo completo.