Difícil, por injusto, definir qué libro ha cambiado mi vida. Comenzando porque no sé si mi vida ha cambiado. Ha sido mi vida y yo no he determinado su rumbo. Reconozco que he leído libros que me han calado tan hondo que he vuelto a leerlos. A los 5 años, me regaló mi papá la Vida heroica de Simón Bolívar, de Elías Pérez Sosa, basada en un relato de Vicente Lecuona y con ilustraciones de Fábregas. Lo oí leer tantas veces que me aprendí fragmentos de memoria con los que, al recitarlos, descrestaba a mi tías cuando me preguntaban si ya había aprendido a leer. Ese libro me fue mostrando un país, un continente y, al final, una ética. Una ética que me repite otro texto, La historia me absolverá, de Fidel Castro, que leí terminando el bachillerato y que me llevó a estudiar Sociología y a leer La Violencia en Colombia, el formidable juicio de monseñor Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna al sistema político, que comienza con un epígrafe de la Biblia: “Por sus frutos los conoceréis”. Más tarde, Las uvas de la ira, de John Steinbeck, me permitió entender que uno de los capítulos de El capital que había leído al lado Estanislao Zuleta, llamado la ‘Acumulación originaria de capital’, no era una historia sufrida en la Inglaterra del siglo XVI ni en la California de los años de la Gran Depresión, sino que se vive todos los días en ese gran libro en las zonas de colonización del piedemonte llanero, del Magdalena Medio, del Urabá. Lecturas que empataban unas con otras y que quizá no fueron sino capítulos de un solo libro, el que de verdad cambió mi forma de ver, de pensar y de escribir, Pedro Páramo.