El libro que me cambió la vida fue uno que llegó a mis manos cuando estaba en la escuela rural. Más que un libro fue un compendio de obras de pasta dura y colorines para niños de la Editorial Araluce. En esa época, los tomos eran distribuidos por el Ministerio de Educación, a cargo de Luis López de Mesa, quien se encargó de hacer llegar los grandes clásicos de la literatura a las zonas rurales. Leerlos determinó mi vida. Yo era un niño de apenas 4 años y medio (solo podían matricularse a partir de los 7) y asistía a la escuela porque la profesora misiá Rosario Rivera me metió clandestinamente en la jornada de la mañana. A esa edad conocí a Homero, Cervantes y Shakespeare. Sus obras, más que cambiar mi vida, la orientaron. Unos arrieros de mulas semianalfabetos me habían enseñado a leer y escribir a la luz de un candil. Llegar a la escuela y encontrarme con la literatura universal en colorines marcó mi vida y me abrió, definitivamente, el espíritu del conocimiento.