El proceso de conversaciones con las Farc terminó cuando apenas comenzaba. Sí, tres años y dos meses después. Puede ser que esta afirmación contradiga las versiones mayoritarias que señalan, por el contrario, que terminó muy tarde. Pero durante estos cinco años, cuando se repasan los hechos de ese 20 de febrero de 2002 y de la mano de ese recuerdo vienen además uno por uno los episodios de ese experimento del Caguán, se reafirma esa idea y por otra más, no solo estaba empezando, sino que no debió terminar. Y las razones son muchas, pero en esencia hay una que por elemental, es la más importante: la misión numero uno del Estado colombiano es conseguir la paz y propiciar un proceso de civilización de la sociedad. Para cumplir esta tarea, que tomará décadas y varias generaciones, perder la oportunidad de estar en una mesa de diálogo con la guerrilla, era una variable con la que el país no debió contar. Pero se perdió, se perdió porque el Estado no pudo capitalizar la historia para no repetirla, se perdió porque el gobierno Pastrana improvisó la negociación y no supo detener la hemorragia de capital político que lo desangró sin remedio; y se perdió, por las acciones, calculadas unas y otras no, de militares, paramilitares, políticos, medios y sectores de la sociedad que consiguieron una victoria mediática contundente: homogenizar a la opinión pública en contra del proceso, alimentando día por día ese odio acumulado por la guerrilla que lo justificaba todo. Hoy lo estamos entendiendo. A pesar de los errores del momento, hay historias sobre el Caguán que son valiosas para la historia y que reivindican el camino de la política para alcanzar la paz. Historias no contadas porque persiste el discurso del fracaso y el ánimo por la guerra. Pareciera que sobre ese capitulo del país aun recae el embargo de la vergüenza. Ese 20 de febrero A las 9 de la mañana comenzó el fin. La noticia del secuestro del avión de Aires que volaba de Neiva hacia Bogotá, retumbó en los pasillos del Palacio de Nariño. Era el tercer avión que secuestraban las Farc y parecía un chiste cruel más que un hecho posible. En el Caguán, rumbo a la mesa de diálogo, iban los negociadores detrás del cese del fuego. Reinaba el ánimo y la fe de que el esperado momento podía llegar. El viernes anterior, 15 de febrero, en la mesa de diálogo se había conseguido hablar sin tapujos de las acciones militares que tanto para las Farc, como para el gobierno serían parte del cese del fuego y el logro del día después de una larga discusión fue que la guerrilla aceptó que el secuestro era una acción armada, lo cual significaba que de lograrse el preacuerdo, el secuestro se suspendería. Si bien, la posibilidad no era de un día para otro, tenían como fecha para lograrlo el 9 de abril. Había signos claros que de que las Farc entendían que a ese tema le había llegado la hora. La presencia permanente de las Naciones Unidas y de la comunidad internacional en la mesa de conversaciones estaba formalizada y tanto el gobierno como la guerrilla percibían que frente a testigos de ese calado y con un cronograma, que había sido el resultado de una tremenda crisis en enero, la única opción era concretar ese acuerdo, o levantarse. La reunión terminó alrededor de las 5 de la tarde. Guerrilleros y gobierno se despidieron ese fin de semana, convencidos de que la cosa iba en serio. Pero nunca más volvieron a verse. Esa tarde, en el avión de regreso a Bogotá, los negociadores de Pastrana nerviosos e incrédulos comentaban con detalles el cambio de actitud de las Farc. Por primera vez en tres años, saber que lograr un cese del fuego con la guerrilla era posible fue difícil de asimilar. Eso en verdad estaba pasando. Al lunes siguiente, 18 de febrero, le llevaron las noticias a la llamada ‘comisión de enlace’. Se trataba de un grupo de militares, cuatro generales y tres coroneles que diseñaban técnicamente el tema del cese del fuego. A estos oficiales les sorprendieron las noticias que les contaban sobre los avances en la mesa y que incluía la definición de la localización de las fuerzas. Un negociador, tiempo después, recordó con extrañeza que en esa reunión y contrario al optimismo que ellos transmitían, los militares lo único que respondieron era que el proceso se iba a romper. Pero dos días después, el 20 de febrero, el proceso murió. El Presidente estuvo todo el día en su despacho. Los medios transmitían en vivo las imágenes del avión y entrevistaban a los testigos del secuestro. Recuerdo que una de las cámaras enfocaba las ramas podadas de los árboles que bordeaban la carretera veredal donde obligaron a aterrizar el avión. En Palacio, en vez de alboroto había silencio. Se intuía que la decisión estaba tomada pero era un misterio cómo sucederían los hechos. La importancia de un discurso Como a las 7 de la noche, el Presidente llamó al despacho a un par de personas que trabajaban con el Comisionado de Paz y les dejó leer unos apartes del discurso. Era el conteo de acciones armadas y terroristas de las Farc en los últimos días. Pastrana quería que se montara un video con las imágenes de esos atentados para acompañar su intervención. Así se hizo. Cuando el video estuvo listo, musicalizado y montado, el Presidente y el general Tapias bajaron al estudio de televisión a verlo. Tapias dijo entonces: “Señor Presidente, este será sin duda el discurso más importante de su gobierno”. Todo el equipo de camarógrafos, fotógrafos, editores y periodistas que habían pasado en el Caguán, como equipo de la prensa oficial los tres años, sentían que ese video de alguna manera traicionaba su esfuerzo. Era un recurso mediático que reforzaba la decisión de Pastrana y les provocaba una profunda alegría a los militares, pero que de un momento a otro, validaba la estrategia que durante tres años se utilizó como argumento para desacreditar el proceso. Que las Farc no querían hacer la paz porque no cesaban sus acciones. Es complicado decirlo, pero la verdad es que el cese de las acciones armadas no se había pactado por fuera de la zona de distensión y los militares debieron dedicarse esos cuatro años más a combatirlas en el resto del país que lamentarse. El proceso se desvió en el momento en que permitió que la mesa de negociación se dedicara a resolver el orden público y no a buscar una solución desde la política a la guerra. La alocución de Pastrana fue a las 9:30 de la noche y a las 12 empezaba la ‘retoma’ de la zona de distensión. Desde el Batallón Cazadores, los trabajadores del Sena que vivían allí, empezaron a llamar buscando soluciones para su angustiosa situación. El Batallón se convertía en un objetivo militar de un momento a otro, y ellos, civiles desarmados y en la mitad del área, estaban aterrados. En la oficina del Comisionado para la Paz, los teléfonos no paraban y las secretarias no tenían respuestas que dar. Se les decía entonces que esperaran reunidos y en calma hasta nuevas instrucciones. No pasaba menos en el pueblo. El alcalde, el obispo, los concejales, los dueños de restaurantes, las señoras de las peluquerías, las prostitutas de los bares, los comerciantes, los taxistas y toda la gente de San Vicente del Caguán que se habían acostumbrado a unas condiciones, extrañas tal vez, pero a asimiladas, sentían el fracaso de la paz, como suyo. Dos días después, Pastrana se paseó por las calles con los militares detrás, en lo que él llamó una “muestra de soberanía”. Otro hecho que daba la razón a quienes en tres años concentraron las críticas en la zona de distensión como la muestra de que las Farc estaban a punto de tomarse el poder. Estuvieron allí 40 años y ahora, que allí se desarrollaban las conversaciones era el escenario de la toma del poder. Claro que las Farc se aprovecharon y se atrincheraron allí. No se puede pensar que una guerrilla como las Farc, tenga tan pensada una estrategia como la del despeje, para sentarse a pensar exclusivamente. Es claro que cuando empezó el proceso, alcanzar la paz no era su objetivo central. Pero allí estaba el desafío, si las Farc tenían una estrategia ¿Cuál era la del Estado? ¿Cuál la de los militares? Decir que un ladrón roba, no es ningún descubrimiento. Pero si dejamos entrar el ladrón a la casa, para comprobarlo, debe existir el plan para pillarlo. Ese era el reto y ese el mensaje que no se comunicó. El país se envenenó con el proceso de paz porque no se le educó para él, no se le enseñó a esperar, no se le tranquilizó ante la amenaza y no soportó la lección de su propia realidad y por lo tanto no valoró el objetivo final. Vieron lo que venía Las Farc también vieron la alocución presidencial. Se sorprendieron al no tener las 48 horas con las que contaban en su mente y de inmediato pusieron en marcha la retirada. Dicen los comandantes que estuvieron allí, que desde la crisis de enero, ya tenían claro que eso podía pasar. Pero aun así, los aviones llegarían en cualquier momento. Después de empezar a buscar dónde esconderse de las bombas, para lo que era preciso esconder los carros que tenían, prefirieron dejarlos abandonados. Pasaron la primera noche sin mayores problemas y la segunda los bombardeos se intensificaron. Pero al tercer día, recibieron un mensaje de ‘Marulanda’ que los citaba a una reunión. No podían creer que al viejo comandante se le ocurriera una reunión de todo, cuando tenían una operación militar de ese calibre encima. Pero la orden se repitió y tomaron camino al lugar indicado. Al llegar, cuentan ellos, ‘Marulanda’ estaba con sus guardias. Se contaron lo que les había pasado en estos tres días y después de un silencio de todos ‘Marulanda’ les dijo: “La oligarquía no aprende. Volvemos a lo nuestro, se vienen cuatro años de guerra con Uribe y ustedes ya saben lo que tienen que hacer. Ni una palabra más”. A los dos meses, el presidente Uribe fue elegido mayoritariamente para terminar con las Farc. Emprendió la más ambiciosa operación militar para aniquilarlas. Cuatro años después, fue reelegido. Las Farc no se han terminado y de la indignación del Caguán, solo quedó el recuerdo. Y la paz se alejó, por un tiempo mucho más largo que estos cinco años que han pasado.