Un año después, la evaluación de lo sucedido con las Farc y las decisiones del gobierno en materia de seguridad, manifiestan que la guerra en Colombia será cada vez menos convencional y declarada, y se dirimirá más dentro del país que por fuera. Son acciones y declaraciones paradójicas. Con la bomba de El Nogal y las peticiones de ayuda regional e internacional a fin de lograr una declaración unánime sobre el carácter terrorista de las Farc, repetimos un ciclo interminable de intuiciones y hechos que desnudan la impotencia estratégica frente a un adversario de gran poder intimidatorio. Por todo el país se siente un indeclinable rechazo contra la violencia radical, pero ¿Tenemos claridad sobre esta guerra? ¿Sabemos como afrontarla? Las Farc dejaron de actuar para el futuro, se dice, con sus acciones están de viaje al pasado. Es posible. Podemos ensayar otra interpretación. Las Farc han aprendido a vivir el día a día de la guerra y sus estrategias no expresan ningún anacronismo de insurgentes campesinos, sino un proyecto adaptado a las nuevas modalidades de las nuevas guerras: depredación creciente, economía informal, movilizaciones específicas, repliegue, ataques con materiales tecnológicos de punta. No son unos pocos resentidos y se les debería reconocer como serios adversarios. Qué tanto alcance pueda tener la presión internacional sobre sus finanzas y los enlaces para la comercialización de armas por drogas, es algo por verse, pero lo que no debe ofrecer dudas es que con este gobierno se ha llegado a un punto de no retorno para definir su relativo final. Pese a ello tenemos confusión en los medios, la inteligencia militar es débil y la población civil se identifica a la distancia con el proyecto de seguridad democrática. ¿Después de un año qué tiene de nuevo el conflicto armado? No mucho. Nuestra guerra es como una metáfora, un acontecimiento cotidiano inobjetable, tan extenso como sus afectados, repetido en ciclos de un retorno perpetuo. Por ejemplo, se sabe y no se sabe donde está el enemigo. En Arauca, se dice, pero actúa en pleno centro de Bogotá. Los campos de batalla, luego, se han ido tornando huidizos. No tenemos ningún terreno cierto donde el combate se decida, ni armas específicas ni ejércitos verificables. Potencialmente una bicicleta, el patio de una casa, un carro o un sencillo ciudadano pueden ser convertidos en una bomba. La seguridad democrática se deshace. La "guerra" es como una metáfora: significa estrategias en pugna, compromisos y expectativas. Las acciones militares y la tributación para la misma no deben ser lo primero, aunque cuenta.En cambio hay asuntos de importancia para lo que viene. Una acción militar intensa en las fronteras de la región con países amigos como Venezuela, Perú, Ecuador, Panamá y Brasil. Una campaña más abierta contra las fuentes de la economía insurgente y en contra de sus rentables negocios: el secuestro, la extorsión y el narcotráfico, y un serio y sostenido esfuerzo diplomático. Lo que la fuerza militar tiene que desplegar es obvio, pero también hace falta un compromiso más decidido de los líderes e intelectuales, el ambiente es todavía insuficientemente hostil contra el terrorismo. Contra la violencia extrema la política extrema. La labor diplomática contra las acciones de las Farc no debe ser coyuntural, las alianzas estratégicas tienen que ser estructuradas en forma duradera, continua.En el terreno militar ¿Qué puede suceder? Hay dos condiciones para tener en cuenta. Se deben encaminar esfuerzos en una dirección específica para encontrar objetivos concretos. Encontrar los blancos claves que debiliten al adversario. Una campaña militar cuyos logros sean contundentes con cabecillas, dará señales claras al ciudadano. Pero, segundo, las capacidades coercitivas que ahora se impongan en materia de seguridad pueden ser moralmente limitadas. No se deberían implementar estrategias militares creando de paso un desbordado terrorismo entre las población civil. En regiones tan pobres donde se desarrolla la confrontación la acción militar no tiene porque debilitar la poca infraestructura que queda.Sobre el futuro de las Farc. No me parece que reproduzca fielmente su visión rural. Los efectos que han tenido sus acciones en las ciudades durante este año, las empujan aparentemente hacia el abismo. Se han encargado de debilitar la ideología de tipo social con la que surgieron y, lo peor, cierran nuevas oportunidades para la expresión de crítica social y política que otros sectores del país puedan realizar. Las Farc han ido cediendo razones a un sentimiento creciente de respaldo al gobierno. Aislados de las causas políticas y sociales más apremiantes, se han dio replegando históricamente como la piel de zapa. Ahora son parte de un problema geoestratégico regional con el estigma del terrorismo. Su discurso ya ni parece importarles. No se justifican sus acciones y, si acaso, sólo para reforzar viejos y devaluados estribillos. Con una interpretación caprichosamente premoderna del orden mundial, las Farc como organización combina la expresividad más paradójica de las nuevas guerras. El paso definitivo de esta guerra se decide entonces en dos planos de un mismo entorno: el militar y el político, porque la guerra no es más que eso, aunque también puede verse como una metáfora. *Director del Seminario Problemas Colombianos Contemporáneos Escuela de Economía UIS