Jimmy está en la edad más feliz de la existencia. A sus 5 años, juega en la calle con sus carritos. Sólo viste unos boxers anaranjados y motosos. Sin pudor, se distrae chocándolos o pasándolos por los pocos obstáculos que hay en el liso andén de su casa. Comparte su juego con Luisa Fernanda, la mona de 2 años que vive en la casa de al lado y que tiene más ropa encima que Jimmy. Ella tiene un conjunto de franela rosada, con figuras de la muñeca Fresita. Aun en tierra caliente, como aquí en Honda, a las niñas no las dejan que muestren mucho su cuerpo. Son las 9 de la mañana, y no se han bañado. Todavía tienen vestigios del sueño anterior: saliva seca en la cara, lagañas y la cara hinchada. Por esta época, un pedazo de la felicidad infantil de Jimmy significa esperar la llegada del Niño Dios. Como a tantos, a él lo han educado bajo el modelo del consumismo cristiano que, en diciembre y a corta edad, se asocia a símbolos de supuesta generosidad, como el robusto Papá Noel o el incorpóreo Niño Dios. En su caso, su inocente convicción en esa criatura celestial y dadivosa tiene poco que ver con las imposiciones culturales, y sí más con una certeza: a Jimmy se le apareció, de verdad, el Niño Dios. Fue en diciembre del año pasado, cuando tocó a la puerta de su casa y le entregó un regalo grandioso que no había pedido. Jimmy había pedido un juguete. Un Max Steel. Uno de los muñecos que más anuncian por televisión. En estos últimos años, el Max Steel se convirtió en la Barbie de los hombrecitos. Los niños se identifican con este muñeco fornido y salvaje que, vestido de guerrero, destruye en los comerciales a unos monstruosos enemigos. Atrás quedaron las épocas de los muñecos tiernos que orinan cuando se les presiona el estómago o dicen mamá. Ahora, mientras más hostil sea un juguete, más éxito tendrá en el mercado de las exigencias infantiles. Y un Max Steel le regaló el Niño Dios, junto con ropa. Dos pintas que se estrenó, una el 24 de diciembre; otra, el 31. El Rambo de plástico ahora es un muñeco desmembrado, desnudo y olvidado en una caja llena de trastos inútiles que reposa debajo de una cama. La ropa ya está desteñida y gastada. El otro regalo, el más grande, en cambio, sigue intacto. Y es muy difícil que termine arrumado, lleno de polvo o en un cementerio casero de juguetes. De hecho, en este momento, Jimmy juega en él, sobre un andén, bajo la sombra que en la tarde le abrirá paso a un inclemente sol. Una inocentada navideña El año anterior, el Niño Dios vino dos veces a la antigua casa de Jimmy: la primera, el 24 de diciembre, con las cosas que ya se mencionaron; la segunda, cuatro días después, coincidiendo con el día de los inocentes. El 28 de diciembre, Jaime, el papá de Jimmy, como todos los días, salió muy temprano hacia el Batallón Patriotas de Honda, a trabajar. De 32 años, gordo, mono, de ojos pequeños y verdes, Jaime es conductor de los militares. Su trabajo es aburrido y mal pago. Lo único que cuenta con emoción es que él llevó a los soldados que fueron abusados sexualmente, uno de los escándalos más sonados de este año, a Medicina Legal en Mariquita, un pueblo a 15 minutos de Honda. A las 6 de la mañana, cuando Jaime ya se iba, a la calle tercera del barrio El Chicó llegó un Renault 6, con una algarabía que despertó a los vecinos que dormían. Desde su destartalado carro, don Gustavo García, el propietario y gerente comercial de rifas La Costeña, anunciaba a todo grito por un megáfono que el niño Jaime Andrés Pérez Núñez, Jimmy, era el feliz ganador de una “hermosa casa totalmente amoblada”. Todos los vecinos que se asomaron a ver de qué se trataba el escándalo cuentan que Olga Lucía, la mamá de Jimmy, no lo creía, y que cuando finalmente creyó, lloró de la felicidad, casi se desmaya de la emoción y tuvieron que echarle viento con las manos y darle agua para que no se viniera al suelo. Don Gustavo paró frente a la casa de la familia Pérez Núñez y seguía gritando por el megáfono que ellos eran los afortunados. Jimmy, sin entender aún que se había ganado una casa amoblada, se despertó y salió sonriente y contagiado de la euforia del barrio. Olga no paraba de abrazarlo, de besarlo, de llorar, de alzarlo y de apretarlo con dicha. Los vecinos, empiyamados o en pantaloneta, se unieron con alegría, aplausos, curiosidad y mucha incredulidad. ¡Nadie se gana una casa amoblada todos los días en una rifa!. ¿Sería una broma sofisticada y cruel planeada por los vecinos para hacerle una inocentada a Jaime, a Olga y a Jimmy? No, no lo era. Todo era en serio. Don Gustavo tuvo que calmarlos y les entregó las llaves de la casa. De la casa que se había ganado Jimmy, un niño que entonces tenía 4 años, hijo de Jaime y de Olga, un matrimonio joven que luchó mucho para tener un hijo y que es probable que no tenga más. Un hogar pobre que se mantiene con el escaso salario que gana Jaime como conductor del batallón, que siempre pagó arriendo en cuartos o casas pequeñas y feas, que nunca se imaginó tener casa propia tan pronto, que sí soñaba con tenerla, que al momento de la rifa vivía arrimado en la casa de la mamá de Olga y que ahora vive feliz en una casa enorme, bonita y fresca. Y propia. Hasta la mamá de Olga, una señora morena, pequeña, arrugada, de cabello corto y crespo, reconocida en el barrio por su mal carácter y porque no habla sino que grita, saltaba de la dicha porque su nieto era un precoz ganador. Olga es idéntica a su mamá, pero de 33 años. El matrimonio es un contraste: él, Jaime, es mono y de temperamento calmado y noble; ella, morena y con el alma malgeniada e intranquila. Una pareja que es una limonada en la que él pone el azúcar y ella el limón. Jimmy heredó la apariencia física de su mamá y la personalidad de su padre. Es un negrito apacible. Hubo que sacar un poco de calma de dónde no la había para que Olga y Jimmy se arreglaran un poco, porque don Gustavo iba a llevarlos a entregarles la casa y a darles un paseo por toda ciudad, para notificarle con megáfono a todo el pueblo hondano que Jimmy era el ganador de la casa de rifas La Costeña. Por entre las calles que ya hervían del calor, Olga iba apenada, y Jimmy feliz dentro del carro de don Gustavo, que no se cansaba de anunciar, en tono de caudillo, al ganador. Jimmy saludaba a la gente que le batía las manos en señal de solidaridad a su alegría como el más encantador de los políticos. Fue un pequeño baño de fama que engrandeció a Jimmy. Fue el acontecimiento de fin de año en Honda, la ciudad de los puentes. Puentes que se han ido cayendo en el último año, por los estragos del invierno y la antigüedad de las obras. El puente Pearson, una estructura metálica que atravesaba el río Gualí y por la que esporádicamente pasaba un tren, colapsó con una crecida que tuvo este río que desde las épocas de la avalancha de Armero no causaba tantos estragos. Ahí siguen los dos pedazos mastodónticos de metal partidos a cada extremo del río. Y el puente López, el más vital de todos los que tiene la ciudad, porque une el norte con el sur de Honda y queda cerca de la plaza de mercado y del comercio, casi sufre la misma suerte. Sus bases se debilitaron en una crecida del río. El concreto parecía gelatina. Tuvieron que cerrarlo durante meses, y en su reparación, un bombero cayó al rió. Nunca encontraron su cuerpo porque un montón de escombros le cayó encima. Los pocos carros y las miles de motos que hay en Honda tuvieron que circular por los dos puentes de más abajo, que quedan muy cerca de la desembocadura del Gualí en el Magdalena, un lugar donde se ve claramente el contraste de un río verde que se entrega con parsimonia a un caudaloso y agitado río café. La fuerza del Magdalena represa el Gualí, un río que se resiste a dejar de ser un caudal limpio y azufrado para alimentar el caño más grande de Colombia. En la ciudad de los puentes caídos, que Jimmy se ganara una casa en una rifa les devolvió a los habitantes la idea de que en este horno, destino turístico de los bogotanos, pueden pasar cosas gratas. Volviendo a la fama, Jimmy salió en un programa de televisión del canal local, por el periódico hondano y por varias emisoras del norte del Tolima. Faltó poco para que lo nombraran personaje de 2005. Olga le da una explicación religiosa y agradecida a este hecho maravilloso que les cambió la vida. Ella, y toda la familia, lo asume como un regalo, atrasado pero insuperable, de Dios y de su hijo, que se pone generoso en la Navidad. La justa recompensa a las desgracias que, días antes de comprar el boleto con el número exacto, tuvieron que padecer. Especialmente, Jimmy. El día de los niños De todos los días especiales del año que se resaltan con rojo en los almanaques, la Navidad y el 31 de octubre son para el público infantil. Si la navidad de 2005 de Jimmy fue maravillosa, el día de los niños, o de las brujas, fue nefasto. Mientras muchos niños lucían sus disfraces de superhéroes para pedir dulces, Jimmy tenía puesta encima una bata de cirugía, no precisamente para salir a cantar el triky triky halloween. De no ser por la rifa, el 2005 hubiera pasado a la historia de la familia Pérez Núñez como el peor. En marzo, Olga y Jaime se separaron, después de muchas peleas. Parecía el final de 13 años de amor, repartidos en siete de noviazgo y seis de matrimonio. En septiembre, a Jimmy le diagnosticaron problemas renales. El 31 de octubre entró a una de las salas de cirugía del Hospital Militar de Bogotá. El disfraz del hombre araña se quedó guardado. La cirugía fue para sacarle un cálculo renal. A pesar de su corta edad, Jimmy tiene un metabolismo que desarrolla piedras en los riñones a ritmo industrial. Sus padres sólo lo notaron el año pasado, porque un vecino les dijo que el niño estaba herniado. Jimmy nunca sintió dolores. Le hicieron muchos exámenes. El de orina fue el que peor salió. El médico no hizo buena cara cuando lo vio y le ordenó una cirugía de inmediato. Los dulces del día de las brujas se reemplazaron por anestesia y suero. Gracias a su trabajo en el batallón, Jaime y su familia cuentan con los servicios médicos y sin costo de uno de los mejores hospitales del país: el Militar de Bogotá. Sin embargo, Jaime tuvo que asumir los enormes gastos que representa venirse a cuidar la convalecencia de Jimmy a Bogotá. Hubo que acudir a préstamos. Un día, Jaime y Olga, que se turnaban la dormida en el hospital, amanecieron con 600 pesos en el bolsillo. Fueron días de importunar a la familia de Olga en Bogotá, de aguantar un poco de hambre y de recurrir a la caridad de los desconocidos para poder transportarse por la capital. Esta pequeña tragedia les devolvió el amor y la fuerza a Jaime y a Olga, que decidieron darle una segunda oportunidad al matrimonio. A finales de noviembre, toda la familia Pérez Núñez estuvo de regreso en Honda. Volvieron a la casa de la abuela de Jimmy, en el barrio El Chicó, un sector de estrato 3 de la ciudad, cuyas casas fueron construidas simétricamente, pero al que cada familia ha ido dándole su propia personalidad con pinturas llamativas, enriqueciendo los jardines con árboles que dan sombra y levantándoles el techo para distanciar el calor que transmiten eficazmente las tejas Eternit. El vecino del frente, don Vicente Pérez, un señor que siempre ha vivido modestamente de vender chance y rifas, siempre en su bicicleta, le ofreció a Olga una boleta de una rifa de una casa totalmente amoblada. Aunque el viaje a Bogotá por la operación de Jimmy los había dejado en una ruina casi irrecuperable, Olga decidió comprar una. A Jimmy, quien todavía tenía un drenaje en uno de sus riñones y algunos puntos de la cirugía, lo puso a escoger el número. Y a Jaime, su esposo, a pagar los 20.000 pesos que costó la boleta. Jimmy, sin pensarlo mucho, escogió la boleta con el número 9775. Y Jaime, quien siempre dijo, con razón, que no tenía plata para pagarla, terminó pagándola con rabia y resignación. Acordó con don Vicente que se la pagaría en dos cuotas. Los primeros 10.000 los pagó el 28 de noviembre. Los 10.000 restantes, el 14 de diciembre. En Honda, el mercado y las rifas se fían. La plata que pagó Jaime, de todas formas, no fue un descuadre que le impidiera cumplir con su obligación paterna de hacer las veces de Niño Dios. Por eso hubo un Max Steel y ropa para Jimmy. Además, fue una inversión que hicieron con alegría, pues estaban dichosos de ver la progresiva recuperación de Jimmy. El 27 de diciembre, a las 11 de la noche, y después de una navidad con más adornos que diversión, por la televisión se anunció que el número ganador de la lotería de la Cruz Roja era el 9775. El mismo que el convaleciente Jimmy había escogido al azar de un talonario copioso de boletas. Yo tengo ya la casita El 29 de diciembre fue el trasteo. Sólo por no desprenderse de las cosas que con esfuerzo y a crédito compraron, se llevaron innecesariamente sus escasas propiedades, ya que la casa la entregaron con todo: juego de sala y comedor de madera y tapiz rojo con dorado, una cama doble con su colchón ortopédico, sus mesas de noche y su tocador, un bifé del mismo color del comedor y puertas de vidrio, una nevera mediana Polarix, un televisor de 29 pulgadas, una mesa de base para el televisor, un equipo de sonido Sony de alta potencia, lavadora de 20 libras y una estufa de cuatro fogones. Con todo esto, ¿para qué trasteo? Lo único que debían empacar era la ropa y el entusiasmo. Jaime dice que lo único viejo que se llevó para su nueva casa fue su mujer y su hijo. Pero Olga sí llegó en una camioneta pequeña con la losa, una cama doble de tubo, un colchón duro de rayas, la cama pequeña de Jimmy, una repisa de mimbre, el televisor viejo, unas cortinas claras y gastadas, el cilindro del gas y el gato Michingo. La casa queda en una esquina, en el barrio Camellón de los Carros, una calle donde no hay jardines ni árboles en el frente, muy cerca del centro de la ciudad. Sólo hay que bajar una larga cuesta que se llama 12 de octubre, y se llega a la plaza de mercado. Desde el frente, se ve de cerca la Meseta de los Palacios, una montaña verde en donde se ven vacas pastar y una cruz de madera en la punta. A una cuadra se llega al peñasco que va a dar al río Gualí y a lo que era el puente Pearson. Por la parte de atrás queda la avenida Washington, bautizada así por los hondanos, porque en ella queda Casablanca, una casa blanca de dos pisos que es el motel más famoso de la ciudad. Casablanca queda, exactamente, detrás de la casa de Jimmy, a la que se llega por un callejón solitario. Entre el patio y el motel está el ferrocarril, un par de rieles oxidados que hace muchos años no conocen el ruido del tren. Ahora, sólo cumple una función histórica, que les recuerda a los hondanos que en algún momento el tren pasaba por la ciudad, y de acompañante silencioso de los matorrales que habitan a su alrededor. La casa cuesta 37 millones de pesos, un precio alto para un pueblo intermedio, pero justo para la mansión de tierra caliente que es. Para rifarla, don Gustavo se la compró a Carmen de Santana, la dueña del supermercado La porteña, el más grande Honda. Los muebles y los electrodomésticos costaron 12 millones de pesos, en un Alkosto de Bogotá. El negocio no pudo ser mejor: por 20.000 pesos que costó la boleta, Jaime, Olga y su hijo ahora tienen un patrimonio de 50 millones. Es estrato 2, aunque sin duda es una casa que merece una mejor clasificación. Para Jaime, es mejor que siga así, pues los servicios públicos llegan muy baratos. Al mes pagan 100.000 pesos por todo: agua, luz, teléfono y televisión de 70 canales. Los servicios económicos y haber dejado de pagar arriendo fue un alivio para el bolsillo de Jaime, que ahora vive más tranquilo. Ya no tiene la preocupación mensual de pagar arriendo. El 30 se hicieron las diligencias de escrituración en la Notaría Única de Honda. A pesar de que el ganador oficial fue Jimmy, Jaime y Olga acordaron, con el consentimiento de don Gustavo, poner la casa nombre de ella, eso sí, con la anotación de que es patrimonio de familia, para la futura seguridad de todos. Luego de los ritos legales, Olga comenzó con los espirituales. Trajo a un cura, al padre Arsenio Carvajal, para que le diera la bendición, con agua bendita y oraciones, a su nuevo hogar. Y con una amiga agorera y el mismo padre rezaron unas oraciones para la prosperidad. Ahora, la decoración de las paredes es una competencia pacífica de imágenes religiosas y cuadros con fotos de Jimmy, igualmente enmarcadas en molduras doradas. Ya legalizada y bendecida la casa, sólo quedaba disfrutarla a plenitud. Fue el primer año nuevo en casa propia. Sin mucha pompa ni una cena lujosa, Jaime y Olga le dieron la bienvenida al 2006 con una gratitud desmesurada. Tenían motivos de sobra: el niño salió adelante de la operación, se reconciliaron luego de una dolorosa separación y ya tenían casa propia completamente equipada. El 2005 había llegado con unas piedras al acecho de los riñones de Jimmy, con fracturas en el matrimonio y con las mismas penurias económicas de todos los años. Y Jimmy, embriagado de una fama pueblerina, con plena inteligencia en desarrollo y propietario soberbio a corta edad, se aprovechó de las circunstancias para ponerle punto final a una situación desagradable. Como era consciente de que él era el dueño de la suerte y de la casa, les dijo a sus papás, especialmente a su regañona mamá, que si le volvían a pegar o a castigar, los echaba de su casa. Así de simple. Se vende Olga ha seguido pegándole a Jimmy, no tanto como antes, cuando desobedece sus órdenes o se pone fastidiosamente inquieto. Ha incumplido su arrogante sentencia. Además, ¿qué haría Jimmy solo en una casa tan grande? La casa está pintada por fuera de un rosado intenso y tiene las puertas y las ventanas blancas y metálicas. Al abrirse la puerta, está la sala, con una decoración dedicada a la devoción de los santos y de Jimmy. Al lado izquierdo, está la habitación matrimonial, con un baño enorme y la instalación del aire acondicionado. Pocas casas en Honda tienen aire acondicionado, porque es realmente un lujo. Luego de la sala está el comedor. Aquí ya se acaba el cielo raso de cartón blanco que refresca la casa. Las tejas de cinc escupen un calor sofocante. Y comienza la zona caliente de la casa, un pasillo amplio y oscuro que va a dar al patio y a cuyos lados están la cocina y otras tres habitaciones. En el pasillo hay cuatro jaulas. En cada una hay dos loros australianos que trinan y cantan todo el día. Son ocho loros coloridos y saltarines que Michingo mira desde el suelo con antojo y una felina frustración. Olga les mantiene agua en cocas que fueron empaques de jabón de lavar loza, alpiste y frutas blandas. Los permanentes excrementos caen al periódico que Olga pone en el suelo. La orquesta de pájaros y el gato son el patrimonio más querido de Jimmy y de sus padres. En esta parte de la casa están todas las pertenencias viejas. Olga, Jaime y Jimmy duermen en el último cuarto, en la cama de tubo y colchón duro. No usan el juego más bonito que les entregaron, no encienden el aire acondicionado y ven las novelas por la noche en el televisor viejo. También prefieren usar un vetusto ventilador de pedestal a encender el aire acondicionado. Tampoco se bañan en el baño de baldosas impecables y ducha relajante, sino que lo hacen a platonazos en la alberca del patio, en el solar que no tiene árboles, donde sólo hay unas cuerdas de alambre de las que cuelgan ropa en función de secado al sol y se asoman los anones del patio de enseguida. En realidad, no usan mucho los muebles nuevos. Toda la vida estuvieron acostumbrados a una vida modesta, ausente de ostentación, y no han cambiado. La fortuna no desplazó la sencillez. Tampoco quieren aferrarse a algo que ahora es propio, pero que no saben si mañana lo seguirá siendo. A los pocos meses de estar en su propia mansión, la salud de Jimmy volvió a resquebrajarse. Las rocas renales volvieron a aparecer. Y con ellas, las preocupaciones, los gastos exorbitantes de Jaime y una idea radical: vender la casa para conseguir dinero, en caso de que la vida de Jimmy necesitara de una millonaria inversión. Apelando a la jerga metafísica, se podría decir Jimmy no nació con estrella, sino con dos estrellas: una radiante que le proporciona una extraordinaria suerte y otra oscura que le opaca su fortuna con males del cuerpo. Después del inicio de una racha maravillosa con el 9775, Olga siguió explotando la ventura de Jimmy para los juegos de azar y los números. El 19 de abril, cuando Jimmy cumplió 5 años, internado de nuevo en el Hospital Militar, en lo que fue su segunda operación renal, Olga jugó el chance con los números de su nacimiento: mes 4, día 19. Con el 419, Olga se ganó 170.000 pesos, que sirvieron para los gastos capitalinos. Luego de su segunda recuperación, Jimmy le dijo a su mamá que jugara al chance con el 112. Y con este se volvieron a ganar 110.000 pesos. En lo que va del año, los números que ha escogido Jimmy han servido para ganarse tres chances pequeños, que han contribuido a la precaria economía doméstica. Y cuando no acierta, dice Olga, se aproxima. La buena estrella de Jimmy no sólo ha servido para el progreso familiar, sino para impulsar el negocio de rifas La Costeña. Don Gustavo comenzó su negocio, en 1999, rifando cinco marranos. En los años siguientes rifó anchetas navideñas y electrodomésticos. En 2005 se arriesgó e imprimió 10.000 boletas con la rifa de una casa amoblada. La inversión era notablemente superior. Era la primera vez que se rifaba una casa. Y Jimmy fue el primer ganador. Un pequeño triunfador fue la publicidad exitosa que les inyectó a rifas La Costeña un crecimiento inusitado. En este año, don Gustavo rifó dos casas más. Y para el próximo 27 de diciembre, está rifando una casa de dos pisos en el barrio más lujoso de Honda, que cuesta 100 millones de pesos, con todos los muebles, y un carro que, en conjunto, suman 160 millones de pesos. La boleta cuesta 30.000 pesos. Y de 10.000 boletas, ya ha vendido 9.500. Algunas las ha fiado. Don Gustavo pasó de ser el propietario y único empleado de rifas La Costeña a tener 104 vendedores en ocho pueblos del norte del Tolima, cuatro en el sur de Caldas y tres en el occidente de Cundinamarca. Una de las boletas de la próxima rifa la volvió a escoger Jimmy y a pagar Jaime. Pero esta vez no quieren ganarse nada que no sea la salud plena y permanente de Jimmy. Ellos no quieren ser los nuevos terratenientes del pueblo, sino conservar a su único hijo sano y salvo. La estrella negra sigue disputándole protagonismo a la resplandeciente. Salud y vida A pesar de que nunca terminó el bachillerato, Jaime habla de las dolencias de su hijo como el más experto nefrólogo. Sabe de memoria que los cálculos comenzaron con una bacteria etcherecheacoli, que luego degeneró en la seudomona proteus, para finalmente transformarse en la seudomona aerominosa. Todo esto significa en términos más sencillos que Jimmy produce continuamente cálculos renales. Más se demoran en sacárselos que en ser reemplazados por nuevos huevos malignos que se anidan en sus riñones. Mientras Jimmy juega incansable en el andén de su casa con sus carritos, vestido sólo con unos boxers anaranjados y motosos, dejando ver una cicatriz sobre la piel del lado de su riñón izquierdo que es una delgada línea blanca horizontal, Jaime me muestra una carpeta con la historia clínica del paciente suertudo. Es tan gruesa, que parece la compilación de toda una vida de enfermedades de un anciano agonizante, y no el archivo médico de un niño que apenas va para los seis 6. Montones de dictámenes en letra ilegible, recetas de medicamentos y radiografías de riñón que él lee, con propiedad, al trasluz. En abril lo volvieron a operar, esta vez con láser, en una cirugía que de todas formas requirió de cuidados especiales. Una litotricia, entona de nuevo Jaime con solvencia de especialista. De seguir así, los médicos les han planteado la opción de un transplante de riñón. Por eso los planes de vender la casa con todo lo ganado. “Nosotros estamos acostumbrados a no tener nada. Si tenemos que venderla por la salud de él, la vendemos”, dice la pareja con resignación. Jimmy se ve muy vital, aunque no esté recuperado del todo. Es tan inquieto, que se la pasa accidentándose. Su cara es un prontuario de cicatrices. Olga sigue domándolo con regaños. Jaime es más alcahueta. Acaba de terminar transición en el colegio Comfahonda, con unos sorprendentes logros, si se tienen en cuenta sus frecuentes ausencias por las incapacidades médicas. Cada mes tienen que hacerle un cultivo bacteriológico que cuesta 30.000 pesos. Por fortuna, Jaime solventa sus gastos con la benevolencia de sus vecinos. Doña Lucrecia, su vecina de al lado que tiene una tienda, la abuela de Luisa Fernanda, le fía algunas cosas cuando no hay efectivo: una gaseosa litro para la sobremesa, una libra de arroz para rendir la comida y hasta el papel higiénico. En otra tienda de la cuesta del 12 de octubre, le fían el mercado de frutas, verduras y tubérculos. El líchigo. A fin de mes paga. Sólo una vez no pagó a tiempo, por los gastos de Jimmy. Entonces él fue, puso la cara, dio las explicaciones de rigor y las dueñas de las tiendas comprendieron y le renovaron su crédito informal. Al siguiente mes pagó todo lo que les debía y volvió a fiar el mercado. Jaime y Olga no se han quedado quietos. Si bien los médicos han hecho mucho por los riñones de Jimmy, ellos han buscado otras opciones de curación. Por eso, llevan al niño a un homeópata de Mariquita que tiene fama de milagroso. La homeopatía también cuesta y no la paga el batallón. Pero ellos hacen sus cuentas y llegan a la conclusión de que sale mucho más barato llevarlo a Mariquita que a Bogotá. Los medicamentos homeopáticos están logrando magníficos resultados. El último examen de orina salió mejor. Las bacterias están desapareciendo. Olga tiene, debajo del lavadero, una bolsa negra en la que guarda unas hojas grandes y secas de un árbol que se llama La cinta guajira. Todos lo días le da a Jimmy el cocimiento de una de estas hojas. Es amargo, pero el niño ya se acostumbró a su sabor y es consciente de que eso a lo mejor le evite la molestia de estar internado por mucho tiempo en una clínica. La salud del matrimonio también se robusteció. Jaime y Olga se han vuelto a querer con abrazos, besos y chistes cariñosos, que se habían perdido por un buen tiempo. En enero, van a llevar a Jimmy a un nuevo control médico a Bogotá. Ningún médico, incluido el homeópata, les ha garantizado una recuperación total. El transplante de riñón sigue siendo una opción. Y la venta de la casa, su forma de pago. Mientras tanto, Olga decora su pequeño pino artificial con bolas y luces. Al igual que el año anterior, ella sólo le pide al Niño Dios salud y vida para su hijo. Él pide lo mismo, y también juguetes. Por fin deja de jugar en la calle y se va para el lavadero, porque su mamá lo va a bañar. El próximo 27 de diciembre, rifas La Costeña vuelve a rifar otra casa totalmente amoblada y un carro último modelo. Ellos compraron una boleta. Jimmy escogió el número.