El final de los deportistas colombianos casi siempre es triste. Uno de los últimos casos registrados por la prensa fue el de Jaime Morón, el recordado delantero de Millonarios que murió el 3 de diciembre tras perder sus dos piernas por una gangrena que desarrolló por complicaciones de su diabetes. Estaba endeudado por las operaciones a las que tuvo que someterse y su antiguo club tuvo que donarle dinero para que pudiera correr con los gastos hospitalarios. Su caso refleja la desprotección de los deportistas nacionales, que en su inmensa mayoría no tienen ningún tipo de seguridad social contra las enfermedades y lesiones propias de su profesión ni mucho menos pensión o alguna seguridad en caso de invalidez En respuesta al problema Coldeportes y el Ministerio de Protección Social lanzaron este primero de febrero un programa para que los deportistas pobres vinculados a una liga o club distrital por más de un año tengan acceso a la seguridad social en salud. A través del fosyga El ministerio pone el 60 por ciento y Coldeportes el 40 por ciento restante. Para acceder al programa, logrado tras 10 meses de arduas negociaciones entre coldeportes y el Ministerio, los candidatos tienen que pertenecer al nivel 1, 2 y 3 del Sisben, no estar cubiertos por otros programas de promoción de logros deportivos de Coldeportes, no ser beneficiarios de otra persona afiliada y no estar trabajando. Daniel García, director de Coldeportes, explicó a semana.com que el programa espera cubrir a 4.000 deportistas y a 6.000 familiares de éstos en cuanto pase la ley de garantías, pues se requiere realizar convenios con los entes territoriales que la ley no permite. Aparte de este programa existen otros incentivos como el programa Glorias del deporte o Deportista apoyado pero que se limitaban a los deportistas de elite. “Si un muchacho de una liga se lesionaba y sus padres no tenían como pagar por su hospitalización nadie respondía por él, y lo que queremos es que esto no siga sucediendo”, dice García. El es conciente de que este es apenas un primer paso para proteger a los deportistas y que el ideal es que en el futuro se logre afiliarlos también a un fondo de pensiones que evite que terminen en la miseria. Cada país tiene sus mecanismos Hasta ahora la ley colombiana no cuenta con muchos mecanismos para evitar que esto suceda e incluso los grandes deportistas dependen de la buena voluntad de sus amigos o de un puesto de entrenador o en la administración de las entidades deportivas para poder comer después de retirarse. Así, la semana pasada un grupo de directivos de medios, entre los que figuraba Daniel Samper Ospina, director de la revista Soho, conmovidos con la triste situación económica de otra antigua gloria futbolística, James “Mina” Camacho, el arquero de Santa Fe que en 1980 hizo parte del equipo que clasificó a la Copa Libertadores, movieron palancas para conseguirle un puesto como entrenador de las divisiones infantiles del equipo bogotano. Según contó Mina a Semana.com, durante su época de futbolista disponía de los médicos de los equipos en que jugó, pero sus problemas comenzaron en 1986 cuando tuvo que retirarse del fútbol para encargarse de su madre enferma. Desde entonces ha estado en el rebusque, de tramitador de pases y trabajando con esmeralderos brillando y tallando las gemas para mantener a sus seis hijos. Tenía 35 años cuando descubrió que no tenía derecho a cesantías ni a pensión porque al parecer su club nunca cotizó lo debido, aunque dice que todos los meses le descontaban de su sueldo. “Se me vinieron mil cosas encima y hasta tuve que vender una taberna que tenía”, recuerda. Lo mismo le sucedió más recientemente a Luis García, que en marzo de 2003 jugaba en Santa Fe cuando sufrió un desprendimiento de meniscos. Cuenta que el equipo costeó tres operaciones y cuando vieron que no iba a recuperarse, lo sacaron. “Entonces me voy a la ARP y no, no tengo”, relata García, quien interpuso una demanda laboral contra el club por este motivo. Este tipo de situaciones llevaron a los futbolistas a realizar un paro hace unos meses, que aunque frustrado hizo visibles las malas condiciones laborales en que se encuentran los ídolos deportivos de nuestro país. El ex futbolista Carlos “el Puche” Camacho, quien dirige la Asociación Colombiana de Futbolistas Profesionales que promovió el paro, denunció el sistema de doble contratación. Semana.com confirmó que en efecto los clubes hacen un contrato por una pequeña cantidad sobre la que hacen los descuentos que manda la ley, y el resto de la paga la realizan por medio de figuras como “Gastos de representación”, “prestación de servicios” o “cesión de publicidad”. Según Camacho, cuando este no es el caso, los clubes sencillamente evaden por completo el pago de la seguridad social. Hace dos semanas, por ejemplo, el Deportivo Pasto fue sancionado a pagar 8 millones 568 mil pesos por este delito. Con todo, los futbolistas mal que bien firman contratos, por imperfectos que sean, pero los demás deportistas ni siquiera son considerados profesionales con algún tipo de derechos laborales. En Colombia a nadie le sorprende que si una gimnasta se lesiona y queda cuadrapléjica, en los noticieros hagan una campaña para recoger donaciones por su rehabilitación. Tampoco se extrañan si la primera declaración de una medallista de oro olímpica es que piensa comprarle una casita a la mamá. El problema es mucho más agudo para atletas poco conocidos que no tienen amigos que les den un mano en el peor momento. El Puche González cree que estamos muy lejos de lograr que el Estado responda por la salud y la vejez de los deportista, pues en el país hace falta una verdadera política de Estado de promoción del deporte. En la mayoría de países europeos, la seguridad social reconoce al deportista como una persona que realiza una actividad diferenciada (por los riesgos y la corta vida profesional) y la ley lo protege. En Estados Unidos la industria vinculada a las ligas universitarias suple las ayudas estatales. En Colombia, en cambio, el deporte es un privilegio de una elite que puede pagarse un club social, o un mecanismo de ascenso social para una clase muy pobre que desconoce sus derechos y está lista a aceptar las injusticias que sean con tal de perseguir sueños que casi nunca se cumplen.