Previo al momento de la masacre los homicidas dejaron un testimonio de sus motivaciones. Luego de planearlo todo, procedieron a ejecutar las matanzas que les dieron un lugar en la historia de los asesinos en masa. El 17 de abril de este año quedó en la memoria un triste episodio en la historia de la Universidad Politécnica de Virginia, Estados Unidos. En las horas de la mañana, Cho Sueng Hui, un surcoreano de 23 años estudiante de literatura inglesa entró en el campus y en el lapso de tres horas disparó contra varios estudiantes, cobró las vidas de 32 y se suicidó. El miércoles de esta semana el horror tuvo lugar en Finlandia. El joven de 18 años Pekka-Eric Auvinen fue el protagonista de la masacre en el Instituto Jokela de la ciudad de Tuusula, a 40 kilómetros de Helsinki. El estudiante de bachillerato empezó a disparar poco antes del medio día y cobró las vidas de siete alumnos y la directora del establecimiento, luego se disparó en la cabeza. Murió en las horas de la noche. El primero tenía un tatuaje en su brazo y firmaba sus escritos: “Ismail Ax”. El segundo había hecho circular un video en You Tube con la firma: “Sturmgeist89” (espíritu de la tormenta). Además de que los homicidas tenían seudónimos, hay otros aspectos de los hechos que merecen ser considerados por sus correspondencias. Los dos hechos recordaron a la masacre de Columbine, en Estados Unidos, que tuvo lugar el 20 de abril de 1999 y cuyos protagonistas fueron Eric Harris, de 18, y Dylan Klebold, de 17 años de edad. En esa ocasión los homicidas también se suicidaron. La diferencia fue que no dejaron constancia de un previo aviso. Este tipo de masacres deja abiertas las preguntas sobre las motivaciones y las condiciones en que vivían los asesinos. En las más recientes, el mensaje que dejaron cobra una gran importancia para poder trazar su perfil sicológico, que además los ubica en una nueva categoría, debido a la implementación de medios masivos. Para los investigadores forenses es común encontrarse con que los asesinos de esta categoría dejan mensajes previos a la hora de cometer los crímenes. Diferente al comportamiento de los asesinos en serie, pero con una similitud con los suicidas. “El mensaje clásico era a través de cartas, hoy utilizan el video o la Internet, con el deseo de ganar notoriedad”, explica el siquiatra forense Javier Rojas. En los dos casos, subrepticiamente había un deseo de hacer público su crimen. Cho había enviado un video a la cadena de noticias NBC, y Auvinen había subido un video a la red de Internet. En lo que dicen hay similitudes como el manifiesto rechazo al “sistema”. Lo que llama la atención es el medio que usan cuyo alcance es de mayor impacto. Minutos después del asesinato en Finlandia, la grabación fue bajada más de 200.000 veces, lo que hace pensar que el homicida logró su cometido. Para el coordinador de Psiquiatría y Sicología de Medicina Legal de Bogotá, Iván Perea Fernández, esta conducta obedece a un deseo de magnificación de una situación que es comparable con lo que ocurre con algunos suicidas. “Antes había quienes se inmolaban frente al Palacio Real. Ahora utilizan la tecnología como un medio de hacer pública su decisión”. “Ustedes tuvieron un billón de oportunidades para evitar lo de hoy. Pero han decidido derramar mi sangre”, dijo Cho antes de la masacre. “Se preguntarán por qué hice esto y qué es lo que quiero. Bien, la mayoría de ustedes son demasiado arrogantes y cerrados de mente para comprender”, fue lo que dijo Auvinen. En los dos existe la intención de culpar, señalar, a quienes serían los internautas o televidentes. Según Perea, con estas expresiones lo que los jóvenes pretendían era agredir a los que quedan, “hacerles sentir su deseo de justicia”. En ese mismo sentido, Rojas argumenta que en los dos casos los jóvenes piensan que sus motivaciones son justas. ¿Por qué ocurre esto? Todavía no hay una respuesta precisa para esta pregunta. Sin embargo, desde el punto de vista de los médicos, no se puede determinar que padecían una enfermedad mental, aunque sí hay algo enfermizo en el comportamiento. Los dos jóvenes asistían a sus clases normalmente. Cho escribía, y Auvinen, según sus maestros, tenía un coeficiente intelectual elevado. El carácter introvertido de Cho no da para pensar en un enfermo mental, ni sus trabajos literarios, a pesar de lo macabros que podrían ser. La agencia de noticias AFP escribió sobre Auvinen que era “calificado como ‘normal y afable’, aun cuando él mismo aseguraba que su misión era erradicar ‘a los fracasados de la raza humana’”. Tampoco se podría establecer que es una conducta típica de una región ni de una condición social, aunque en Estados Unidos ha habido una gran frecuencia de asesinos de diferentes categorías. Sin embargo, el impacto que genera no es porque sean hechos más sombríos que los que ocurren en otras partes del mundo, sino el factor mediático que los acompaña. A pesar de la extrañeza y el temor que puede causar este tipo de hechos, lo que se puede notar en sus expresiones es el conflicto interno por el que atravesaban. Aunque hubo una actitud preconcebida, sus mensajes buscaban llamar la atención y se podría decir que “la desatención que recibieron les sirvió como auto justificación para cometer esa monstruosidad”, como dijo Rojas. Perea denominó el conflicto una “compulsión a la repetición”. El concepto alude a la repetición, producto de un trauma, de una escena que hay implícita en lo que hacían. Por ejemplo, Cho escribía escenas macabras en su literatura. “En esos textos expresaba lo que en la vida real se podría repetir”, dice el médico. “No culpen a las películas que he visto, a la música que escucho, a los juegos a los que juego o a los libros que he leído”, dijo Auvinen. “La expresión ‘no culpen’ es inconsciente de algo que probablemente sí tiene que ver con sus motivaciones. Tal vez, en los libros o juegos había escenas que después repitió, ‘realizó’ o volvió a ‘rehacer’. Eso da cuenta de algo que le ocurrió en el pasado, pero que no es posible precisar con la sola información del video”, concluyó.