ra la emisora pequeñas audiencias, digamos, en República Dominicana, en Singapur o hasta en Simití , Bolívar, pero a nadie puede caberle la menor duda de que si la programación se transmite tan sólo por internet, la audiencia que tiene la HJCK en Bogotá se reduciría a una mínima expresión, y eso para todos los efectos significa la muerte del medio, pues es casi imposible mantener la calidad actual de los programas, hechos por profesionales muy exitosos y buscados, quienes -nos atrevemos a asegurarlo sin consultarles- no estarán dispuestos a trabajar para que los oiga tan sólo una pequeña fracción de la audiencia a la que estaban acostumbrados.

Sin embargo, el propósito de esta carta abierta y de la campaña que queremos iniciar con ella no es, en principio, pugnaz. Antes que atacar a Prisa por el desatinado paso que están pensando dar, nos gustaría convencerlos de que se abstengan de darlo. Y es que, como dijo Fouché al enterarse de que Napoleón hizo secuestrar y luego asesinar al duque de Enghien en 1804, lo que tiene planeado hacer Prisa con la HJCK , "antes que un crimen, es una equivocación". Debemos aclarar que en esta revista hay bien pocos partidarios de la mohosa idea según la cual el capital extranjero es dañino e indeseable para un país y de que el ánimo de lucro entraña alguna forma de inmoralidad. Antes al contrario, nos parece excelente que grupos incluso muy grandes y poderosos inviertan en el país y claro que nos alegraría que estas inversiones les resultaran rentables. Mucho menos excluimos de la receta a las actividades culturales. Si alguien filma una película, está bien que tenga éxito y gane dinero, y si un escritor vende muchas ediciones de sus libros, nos alegrará y hasta nos dará envidia cuando obtenga cheques cuantiosos por sus derechos de autor. No faltaba más, nunca hemos sido miserabilistas y no creemos que la cultura tenga que ser la eterna Cenicienta.

Por fortuna, en otras partes se están dando crecientes discusiones que señalan a la actividad cultural como un factor clave en el desarrollo de las ciudades y de los países, y por eso mismo se están destinando a este factor cuantiosos recursos de inversión. Así, la concepción moderna y primermundista de los negocios -y España, sede original del grupo Prisa, es un país prominente del Primer Mundo- distingue entre las prácticas que respetan el medio ambiente, la cultura y el bienestar de la gente, y aquellas que les hacen daño y los menoscaban. Dicho de otro modo, las empresas sofisticadas protegen su imagen con tenacidad al tiempo que pretenden hacer negocios muy rentables. No por otra razón el grupo Santodomingo, antiguo socio de Prisa en Caracol, acaba de donarle a Bogotá una biblioteca por un valor de diez millones de dólares. Lo que una empresa responsable no hace, en cambio, es mutilar la vida cultural de la capital de un país en el que aspiran a tener una alta figuración y donde quieren hacer buenos negocios, por ejemplo, dictándole sentencia de muerte a una emisora que lleva 55 años sosteniendo la caña de la alta cultura con valentía y éxito. Algo así significaría una mancha notable para una organización tan respetable como el grupo Prisa e iría exactamente en el sentido contrario de esa tendencia empresarial contemporánea que señalábamos atrás.

Lo que se le pide a Caracol Radio no es un sacrificio enorme, ni entraña mayor riesgo. El grupo cuenta con 100 emisoras propias, 52 de ellas de FM, y administra entre asociadas y afiliadas algo así como 62 más en veinte ciudades, de suerte que destinar a la cultura una única emisora en Bogotá, que tiene todo para ser muy dinámica, que ya cuenta con una marca y un nombre muy reconocidos, no constituye ningún sacrificio. Toda la actual movida parece surgir de la reciente adquisición que RCN, la competencia de Caracol Radio, hizo también por la vía del arriendo de la emisora 88.9 para extirpar de ella el rock del que era pionera en Bogotá y volverla un punto de chucuchucu bastante deplorable. No tenemos nada contra la música tropical, ni mucho menos contra la salsa y el son que en Bogotá ya cuentan con un buen número de emisoras que las cubren de forma muy adecuada, pero es cierto que en esta música hay vertientes más ramplonas que otras, y en la nueva 88.9 predominan las ramplonas. Dicho sea de paso, el grupo Ardila y su cadena RCN están en mora de contribuir de algún modo a la cultura del país, ramo en el que están en ceros. Pero ésa es harina de otro costal.

Y si ahondamos aún más en el asunto, nos irá pareciendo cada vez más absurda la idea de que una emisora cultural de alto perfil en una ciudad de siete millones de habitantes como Bogotá está condenada a ser poco rentable. La HJCK tenía obvios problemas cuando iba sola por el mundo de los anunciantes -y en esta revista podemos dar fe de que esa soledad en la materia es costosa y dolorosa-, pero otro será el cantar cuando haga parte de un grupo tan calificado y profesional como el que vende la publicidad de Caracol Radio y cuente, además, con el eco que se le puede hacer en los medios afiliados al GLP (Grupo Latino de Publicidad), el cual hoy por hoy comercializa la pauta de Caracol Radio, del Grupo Editorial El Tiempo y de la revista Cambio, entre otros. Es cierto que quizá en la gélida matemática sean más las personas que oyen vallenatos, pero el target al que llega la HJCK, aumentado en forma notable con el impulso que le daría el nuevo esquema empresarial al que tendrían acceso, es muy selecto y tiene por principio un alto poder de compra y de decisión, de donde resulta indudable que son muchos los productos que allí podrían anunciarse. Sobra decir que los arrendatarios de la frecuencia tienen el derecho de orientar la emisora y de modificar sus contenidos, si bien en nuestra opinión no tienen el derecho de matarla.

No todo ha sido color de rosa en la evolución de la cultura en España en la época que siguió a la muerte de Franco. Han desaparecido muchas editoriales de prestigio que cayeron en malas manos y, para dar apenas un ejemplo reciente, un par de semanas atrás se dio la escandalosa renuncia de Juan Marsé al jurado del Premio Planeta en medio de un proceso turbio que no deja bien parado al establecimiento cultural español. Asimismo, quienes allí viven y ven televisión cuentan que en este medio actualmente predomina la chabacanería. De cualquier modo, debe reconocerse que la trayectoria del grupo Prisa en estas materias ha sido mucho mejor que la de otros y que sus editoriales mantienen altos estándares culturales. Por su parte, El País es un gran periódico que ya quisiéramos tener circulando en Colombia. Todo lo anterior nos permite suponer que entenderán, y a lo mejor atenderán, nuestra campaña para salvar a la HJCK.

Con todo, como estas cosas suelen a veces adquirir una inercia hacia lo inevitable, también es necesario que se enteren de que somos muchos los que no estamos para nada de acuerdo con el cambio de programación propuesto. De ahí que sea perentorio escribirles mensajes comedidos pero firmes a:

Ricardo Alarcón, gerente general: ra la emisora pequeñas audiencias, digamos, en República Dominicana, en Singapur o hasta en Simití , Bolívar, pero a nadie puede caberle la menor duda de que si la programación se transmite tan sólo por internet, la audiencia que tiene la HJCK en Bogotá se reduciría a una mínima expresión, y eso para todos los efectos significa la muerte del medio, pues es casi imposible mantener la calidad actual de los programas, hechos por profesionales muy exitosos y buscados, quienes -nos atrevemos a asegurarlo sin consultarles- no estarán dispuestos a trabajar para que los oiga tan sólo una pequeña fracción de la audiencia a la que estaban acostumbrados.

Sin embargo, el propósito de esta carta abierta y de la campaña que queremos iniciar con ella no es, en principio, pugnaz. Antes que atacar a Prisa por el desatinado paso que están pensando dar, nos gustaría convencerlos de que se abstengan de darlo. Y es que, como dijo Fouché al enterarse de que Napoleón hizo secuestrar y luego asesinar al duque de Enghien en 1804, lo que tiene planeado hacer Prisa con la HJCK , "antes que un crimen, es una equivocación". Debemos aclarar que en esta revista hay bien pocos partidarios de la mohosa idea según la cual el capital extranjero es dañino e indeseable para un país y de que el ánimo de lucro entraña alguna forma de inmoralidad. Antes al contrario, nos parece excelente que grupos incluso muy grandes y poderosos inviertan en el país y claro que nos alegraría que estas inversiones les resultaran rentables. Mucho menos excluimos de la receta a las actividades culturales. Si alguien filma una película, está bien que tenga éxito y gane dinero, y si un escritor vende muchas ediciones de sus libros, nos alegrará y hasta nos dará envidia cuando obtenga cheques cuantiosos por sus derechos de autor. No faltaba más, nunca hemos sido miserabilistas y no creemos que la cultura tenga que ser la eterna Cenicienta.

Por fortuna, en otras partes se están dando crecientes discusiones que señalan a la actividad cultural como un factor clave en el desarrollo de las ciudades y de los países, y por eso mismo se están destinando a este factor cuantiosos recursos de inversión. Así, la concepción moderna y primermundista de los negocios -y España, sede original del grupo Prisa, es un país prominente del Primer Mundo- distingue entre las prácticas que respetan el medio ambiente, la cultura y el bienestar de la gente, y aquellas que les hacen daño y los menoscaban. Dicho de otro modo, las empresas sofisticadas protegen su imagen con tenacidad al tiempo que pretenden hacer negocios muy rentables. No por otra razón el grupo Santodomingo, antiguo socio de Prisa en Caracol, acaba de donarle a Bogotá una biblioteca por un valor de diez millones de dólares. Lo que una empresa responsable no hace, en cambio, es mutilar la vida cultural de la capital de un país en el que aspiran a tener una alta figuración y donde quieren hacer buenos negocios, por ejemplo, dictándole sentencia de muerte a una emisora que lleva 55 años sosteniendo la caña de la alta cultura con valentía y éxito. Algo así significaría una mancha notable para una organización tan respetable como el grupo Prisa e iría exactamente en el sentido contrario de esa tendencia empresarial contemporánea que señalábamos atrás.

Lo que se le pide a Caracol Radio no es un sacrificio enorme, ni entraña mayor riesgo. El grupo cuenta con 100 emisoras propias, 52 de ellas de FM, y administra entre asociadas y afiliadas algo así como 62 más en veinte ciudades, de suerte que destinar a la cultura una única emisora en Bogotá, que tiene todo para ser muy dinámica, que ya cuenta con una marca y un nombre muy reconocidos, no constituye ningún sacrificio. Toda la actual movida parece surgir de la reciente adquisición que RCN, la competencia de Caracol Radio, hizo también por la vía del arriendo de la emisora 88.9 para extirpar de ella el rock del que era pionera en Bogotá y volverla un punto de chucuchucu bastante deplorable. No tenemos nada contra la música tropical, ni mucho menos contra la salsa y el son que en Bogotá ya cuentan con un buen número de emisoras que las cubren de forma muy adecuada, pero es cierto que en esta música hay vertientes más ramplonas que otras, y en la nueva 88.9 predominan las ramplonas. Dicho sea de paso, el grupo Ardila y su cadena RCN están en mora de contribuir de algún modo a la cultura del país, ramo en el que están en ceros. Pero ésa es harina de otro costal.

Y si ahondamos aún más en el asunto, nos irá pareciendo cada vez más absurda la idea de que una emisora cultural de alto perfil en una ciudad de siete millones de habitantes como Bogotá está condenada a ser poco rentable. La HJCK tenía obvios problemas cuando iba sola por el mundo de los anunciantes -y en esta revista podemos dar fe de que esa soledad en la materia es costosa y dolorosa-, pero otro será el cantar cuando haga parte de un grupo tan calificado y profesional como el que vende la publicidad de Caracol Radio y cuente, además, con el eco que se le puede hacer en los medios afiliados al GLP (Grupo Latino de Publicidad), el cual hoy por hoy comercializa la pauta de Caracol Radio, del Grupo Editorial El Tiempo y de la revista Cambio, entre otros. Es cierto que quizá en la gélida matemática sean más las personas que oyen vallenatos, pero el target al que llega la HJCK, aumentado en forma notable con el impulso que le daría el nuevo esquema empresarial al que tendrían acceso, es muy selecto y tiene por principio un alto poder de compra y de decisión, de donde resulta indudable que son muchos los productos que allí podrían anunciarse. Sobra decir que los arrendatarios de la frecuencia tienen el derecho de orientar la emisora y de modificar sus contenidos, si bien en nuestra opinión no tienen el derecho de matarla.

No todo ha sido color de rosa en la evolución de la cultura en España en la época que siguió a la muerte de Franco. Han desaparecido muchas editoriales de prestigio que cayeron en malas manos y, para dar apenas un ejemplo reciente, un par de semanas atrás se dio la escandalosa renuncia de Juan Marsé al jurado del Premio Planeta en medio de un proceso turbio que no deja bien parado al establecimiento cultural español. Asimismo, quienes allí viven y ven televisión cuentan que en este medio actualmente predomina la chabacanería. De cualquier modo, debe reconocerse que la trayectoria del grupo Prisa en estas materias ha sido mucho mejor que la de otros y que sus editoriales mantienen altos estándares culturales. Por su parte, El País es un gran periódico que ya quisiéramos tener circulando en Colombia. Todo lo anterior nos permite suponer que entenderán, y a lo mejor atenderán, nuestra campaña para salvar a la HJCK.

Con todo, como estas cosas suelen a veces adquirir una inercia hacia lo inevitable, también es necesario que se enteren de que somos muchos los que no estamos para nada de acuerdo con el cambio de programación propuesto. De ahí que sea perentorio escribirles mensajes comedidos pero firmes a:

Ricardo Alarcón, gerente general: ralarcon@caracol.com.co Juan Piedra, subgerente general: ra la emisora pequeñas audiencias, digamos, en República Dominicana, en Singapur o hasta en Simití , Bolívar, pero a nadie puede caberle la menor duda de que si la programación se transmite tan sólo por internet, la audiencia que tiene la HJCK en Bogotá se reduciría a una mínima expresión, y eso para todos los efectos significa la muerte del medio, pues es casi imposible mantener la calidad actual de los programas, hechos por profesionales muy exitosos y buscados, quienes -nos atrevemos a asegurarlo sin consultarles- no estarán dispuestos a trabajar para que los oiga tan sólo una pequeña fracción de la audiencia a la que estaban acostumbrados.

Sin embargo, el propósito de esta carta abierta y de la campaña que queremos iniciar con ella no es, en principio, pugnaz. Antes que atacar a Prisa por el desatinado paso que están pensando dar, nos gustaría convencerlos de que se abstengan de darlo. Y es que, como dijo Fouché al enterarse de que Napoleón hizo secuestrar y luego asesinar al duque de Enghien en 1804, lo que tiene planeado hacer Prisa con la HJCK , "antes que un crimen, es una equivocación". Debemos aclarar que en esta revista hay bien pocos partidarios de la mohosa idea según la cual el capital extranjero es dañino e indeseable para un país y de que el ánimo de lucro entraña alguna forma de inmoralidad. Antes al contrario, nos parece excelente que grupos incluso muy grandes y poderosos inviertan en el país y claro que nos alegraría que estas inversiones les resultaran rentables. Mucho menos excluimos de la receta a las actividades culturales. Si alguien filma una película, está bien que tenga éxito y gane dinero, y si un escritor vende muchas ediciones de sus libros, nos alegrará y hasta nos dará envidia cuando obtenga cheques cuantiosos por sus derechos de autor. No faltaba más, nunca hemos sido miserabilistas y no creemos que la cultura tenga que ser la eterna Cenicienta.

Por fortuna, en otras partes se están dando crecientes discusiones que señalan a la actividad cultural como un factor clave en el desarrollo de las ciudades y de los países, y por eso mismo se están destinando a este factor cuantiosos recursos de inversión. Así, la concepción moderna y primermundista de los negocios -y España, sede original del grupo Prisa, es un país prominente del Primer Mundo- distingue entre las prácticas que respetan el medio ambiente, la cultura y el bienestar de la gente, y aquellas que les hacen daño y los menoscaban. Dicho de otro modo, las empresas sofisticadas protegen su imagen con tenacidad al tiempo que pretenden hacer negocios muy rentables. No por otra razón el grupo Santodomingo, antiguo socio de Prisa en Caracol, acaba de donarle a Bogotá una biblioteca por un valor de diez millones de dólares. Lo que una empresa responsable no hace, en cambio, es mutilar la vida cultural de la capital de un país en el que aspiran a tener una alta figuración y donde quieren hacer buenos negocios, por ejemplo, dictándole sentencia de muerte a una emisora que lleva 55 años sosteniendo la caña de la alta cultura con valentía y éxito. Algo así significaría una mancha notable para una organización tan respetable como el grupo Prisa e iría exactamente en el sentido contrario de esa tendencia empresarial contemporánea que señalábamos atrás.

Lo que se le pide a Caracol Radio no es un sacrificio enorme, ni entraña mayor riesgo. El grupo cuenta con 100 emisoras propias, 52 de ellas de FM, y administra entre asociadas y afiliadas algo así como 62 más en veinte ciudades, de suerte que destinar a la cultura una única emisora en Bogotá, que tiene todo para ser muy dinámica, que ya cuenta con una marca y un nombre muy reconocidos, no constituye ningún sacrificio. Toda la actual movida parece surgir de la reciente adquisición que RCN, la competencia de Caracol Radio, hizo también por la vía del arriendo de la emisora 88.9 para extirpar de ella el rock del que era pionera en Bogotá y volverla un punto de chucuchucu bastante deplorable. No tenemos nada contra la música tropical, ni mucho menos contra la salsa y el son que en Bogotá ya cuentan con un buen número de emisoras que las cubren de forma muy adecuada, pero es cierto que en esta música hay vertientes más ramplonas que otras, y en la nueva 88.9 predominan las ramplonas. Dicho sea de paso, el grupo Ardila y su cadena RCN están en mora de contribuir de algún modo a la cultura del país, ramo en el que están en ceros. Pero ésa es harina de otro costal.

Y si ahondamos aún más en el asunto, nos irá pareciendo cada vez más absurda la idea de que una emisora cultural de alto perfil en una ciudad de siete millones de habitantes como Bogotá está condenada a ser poco rentable. La HJCK tenía obvios problemas cuando iba sola por el mundo de los anunciantes -y en esta revista podemos dar fe de que esa soledad en la materia es costosa y dolorosa-, pero otro será el cantar cuando haga parte de un grupo tan calificado y profesional como el que vende la publicidad de Caracol Radio y cuente, además, con el eco que se le puede hacer en los medios afiliados al GLP (Grupo Latino de Publicidad), el cual hoy por hoy comercializa la pauta de Caracol Radio, del Grupo Editorial El Tiempo y de la revista Cambio, entre otros. Es cierto que quizá en la gélida matemática sean más las personas que oyen vallenatos, pero el target al que llega la HJCK, aumentado en forma notable con el impulso que le daría el nuevo esquema empresarial al que tendrían acceso, es muy selecto y tiene por principio un alto poder de compra y de decisión, de donde resulta indudable que son muchos los productos que allí podrían anunciarse. Sobra decir que los arrendatarios de la frecuencia tienen el derecho de orientar la emisora y de modificar sus contenidos, si bien en nuestra opinión no tienen el derecho de matarla.

No todo ha sido color de rosa en la evolución de la cultura en España en la época que siguió a la muerte de Franco. Han desaparecido muchas editoriales de prestigio que cayeron en malas manos y, para dar apenas un ejemplo reciente, un par de semanas atrás se dio la escandalosa renuncia de Juan Marsé al jurado del Premio Planeta en medio de un proceso turbio que no deja bien parado al establecimiento cultural español. Asimismo, quienes allí viven y ven televisión cuentan que en este medio actualmente predomina la chabacanería. De cualquier modo, debe reconocerse que la trayectoria del grupo Prisa en estas materias ha sido mucho mejor que la de otros y que sus editoriales mantienen altos estándares culturales. Por su parte, El País es un gran periódico que ya quisiéramos tener circulando en Colombia. Todo lo anterior nos permite suponer que entenderán, y a lo mejor atenderán, nuestra campaña para salvar a la HJCK.

Con todo, como estas cosas suelen a veces adquirir una inercia hacia lo inevitable, también es necesario que se enteren de que somos muchos los que no estamos para nada de acuerdo con el cambio de programación propuesto. De ahí que sea perentorio escribirles mensajes comedidos pero firmes a:

Ricardo Alarcón, gerente general: ralarcon@caracol.com.co Juan Piedra, subgerente general: jpiedra@caracol.com.co Jorge Roa, director de radio hablada: ra la emisora pequeñas audiencias, digamos, en República Dominicana, en Singapur o hasta en Simití , Bolívar, pero a nadie puede caberle la menor duda de que si la programación se transmite tan sólo por internet, la audiencia que tiene la HJCK en Bogotá se reduciría a una mínima expresión, y eso para todos los efectos significa la muerte del medio, pues es casi imposible mantener la calidad actual de los programas, hechos por profesionales muy exitosos y buscados, quienes -nos atrevemos a asegurarlo sin consultarles- no estarán dispuestos a trabajar para que los oiga tan sólo una pequeña fracción de la audiencia a la que estaban acostumbrados.

Sin embargo, el propósito de esta carta abierta y de la campaña que queremos iniciar con ella no es, en principio, pugnaz. Antes que atacar a Prisa por el desatinado paso que están pensando dar, nos gustaría convencerlos de que se abstengan de darlo. Y es que, como dijo Fouché al enterarse de que Napoleón hizo secuestrar y luego asesinar al duque de Enghien en 1804, lo que tiene planeado hacer Prisa con la HJCK , "antes que un crimen, es una equivocación". Debemos aclarar que en esta revista hay bien pocos partidarios de la mohosa idea según la cual el capital extranjero es dañino e indeseable para un país y de que el ánimo de lucro entraña alguna forma de inmoralidad. Antes al contrario, nos parece excelente que grupos incluso muy grandes y poderosos inviertan en el país y claro que nos alegraría que estas inversiones les resultaran rentables. Mucho menos excluimos de la receta a las actividades culturales. Si alguien filma una película, está bien que tenga éxito y gane dinero, y si un escritor vende muchas ediciones de sus libros, nos alegrará y hasta nos dará envidia cuando obtenga cheques cuantiosos por sus derechos de autor. No faltaba más, nunca hemos sido miserabilistas y no creemos que la cultura tenga que ser la eterna Cenicienta.

Por fortuna, en otras partes se están dando crecientes discusiones que señalan a la actividad cultural como un factor clave en el desarrollo de las ciudades y de los países, y por eso mismo se están destinando a este factor cuantiosos recursos de inversión. Así, la concepción moderna y primermundista de los negocios -y España, sede original del grupo Prisa, es un país prominente del Primer Mundo- distingue entre las prácticas que respetan el medio ambiente, la cultura y el bienestar de la gente, y aquellas que les hacen daño y los menoscaban. Dicho de otro modo, las empresas sofisticadas protegen su imagen con tenacidad al tiempo que pretenden hacer negocios muy rentables. No por otra razón el grupo Santodomingo, antiguo socio de Prisa en Caracol, acaba de donarle a Bogotá una biblioteca por un valor de diez millones de dólares. Lo que una empresa responsable no hace, en cambio, es mutilar la vida cultural de la capital de un país en el que aspiran a tener una alta figuración y donde quieren hacer buenos negocios, por ejemplo, dictándole sentencia de muerte a una emisora que lleva 55 años sosteniendo la caña de la alta cultura con valentía y éxito. Algo así significaría una mancha notable para una organización tan respetable como el grupo Prisa e iría exactamente en el sentido contrario de esa tendencia empresarial contemporánea que señalábamos atrás.

Lo que se le pide a Caracol Radio no es un sacrificio enorme, ni entraña mayor riesgo. El grupo cuenta con 100 emisoras propias, 52 de ellas de FM, y administra entre asociadas y afiliadas algo así como 62 más en veinte ciudades, de suerte que destinar a la cultura una única emisora en Bogotá, que tiene todo para ser muy dinámica, que ya cuenta con una marca y un nombre muy reconocidos, no constituye ningún sacrificio. Toda la actual movida parece surgir de la reciente adquisición que RCN, la competencia de Caracol Radio, hizo también por la vía del arriendo de la emisora 88.9 para extirpar de ella el rock del que era pionera en Bogotá y volverla un punto de chucuchucu bastante deplorable. No tenemos nada contra la música tropical, ni mucho menos contra la salsa y el son que en Bogotá ya cuentan con un buen número de emisoras que las cubren de forma muy adecuada, pero es cierto que en esta música hay vertientes más ramplonas que otras, y en la nueva 88.9 predominan las ramplonas. Dicho sea de paso, el grupo Ardila y su cadena RCN están en mora de contribuir de algún modo a la cultura del país, ramo en el que están en ceros. Pero ésa es harina de otro costal.

Y si ahondamos aún más en el asunto, nos irá pareciendo cada vez más absurda la idea de que una emisora cultural de alto perfil en una ciudad de siete millones de habitantes como Bogotá está condenada a ser poco rentable. La HJCK tenía obvios problemas cuando iba sola por el mundo de los anunciantes -y en esta revista podemos dar fe de que esa soledad en la materia es costosa y dolorosa-, pero otro será el cantar cuando haga parte de un grupo tan calificado y profesional como el que vende la publicidad de Caracol Radio y cuente, además, con el eco que se le puede hacer en los medios afiliados al GLP (Grupo Latino de Publicidad), el cual hoy por hoy comercializa la pauta de Caracol Radio, del Grupo Editorial El Tiempo y de la revista Cambio, entre otros. Es cierto que quizá en la gélida matemática sean más las personas que oyen vallenatos, pero el target al que llega la HJCK, aumentado en forma notable con el impulso que le daría el nuevo esquema empresarial al que tendrían acceso, es muy selecto y tiene por principio un alto poder de compra y de decisión, de donde resulta indudable que son muchos los productos que allí podrían anunciarse. Sobra decir que los arrendatarios de la frecuencia tienen el derecho de orientar la emisora y de modificar sus contenidos, si bien en nuestra opinión no tienen el derecho de matarla.

No todo ha sido color de rosa en la evolución de la cultura en España en la época que siguió a la muerte de Franco. Han desaparecido muchas editoriales de prestigio que cayeron en malas manos y, para dar apenas un ejemplo reciente, un par de semanas atrás se dio la escandalosa renuncia de Juan Marsé al jurado del Premio Planeta en medio de un proceso turbio que no deja bien parado al establecimiento cultural español. Asimismo, quienes allí viven y ven televisión cuentan que en este medio actualmente predomina la chabacanería. De cualquier modo, debe reconocerse que la trayectoria del grupo Prisa en estas materias ha sido mucho mejor que la de otros y que sus editoriales mantienen altos estándares culturales. Por su parte, El País es un gran periódico que ya quisiéramos tener circulando en Colombia. Todo lo anterior nos permite suponer que entenderán, y a lo mejor atenderán, nuestra campaña para salvar a la HJCK.

Con todo, como estas cosas suelen a veces adquirir una inercia hacia lo inevitable, también es necesario que se enteren de que somos muchos los que no estamos para nada de acuerdo con el cambio de programación propuesto. De ahí que sea perentorio escribirles mensajes comedidos pero firmes a:

Ricardo Alarcón, gerente general: ralarcon@caracol.com.co Juan Piedra, subgerente general: jpiedra@caracol.com.co Jorge Roa, director de radio hablada: jroa@caracol.com.co Adriana Giraldo, directora de Cadena Básica: