Richard Segovia jamás imaginó tener cuatro bolsas de basura repletas de billetes y sentirse pobre. Hace un mes llegó a vivir a La Parada, el barrio del municipio de Villa del Rosario, Norte de Santander, que colinda con San Antonio del Táchira, Venezuela. Venía con lo indispensable: su esposa (que tiene cuatro meses de embarazo), una maleta con ropa y una bolsa con bolívares que, con maña, pudo camuflar.Le puede interesar: Encontramos a John Neira, el venezolano que conmovió a los colombianos cuando le decomisaron el pescadoEn 2013, cuando la moneda de su país se devaluó un 32 por ciento, entendió que una billetera llena ya no era indicador de riqueza. Mucho menos, de bienestar. Pasaba hambre, acababa de ser papá y no sabía cómo sobrevivir en esas condiciones. Veía a la gente quemar los bolívares, echarlos al mar o dárselos a los niños como un juguete más. No alcanzaban para nada.Fue allí cuando se le ocurrió aprovechar su talento con las manos para hacer algo útil con los billetes. Comenzó doblando los de baja denominación y haciendo figuras de origami con ellos. Primero hizo estrellas, luego corazones, y, finalmente, a él y a un amigo se les ocurrió hacer bolsos. “Cuando vi que definitivamente uno no podía comprar nada con semejante cantidad de billetes preferí hacer algo bonito con ellos”, cuenta.En Caracas los vendía a 100 bolívares, el equivalente, hoy en día, a 0.01 pesos colombianos. Ahora, en Cúcuta, los vende a 35.000 pesos. En un día puede hacer hasta 10, pero no todos los vende inmediatamente ni en esa ciudad. Consiguió personas que le ayudan a venderlos en Bogotá, Medellín, Cali y en otras ciudades -a un costo un poco más elevado- y aunque no se ha hecho millonario, encontró una manera digna y honesta de comenzar una nueva vida en Colombia y de enviarles dinero a su mamá y a su otro hijo en Caracas.