A Júpiter le sienta bien estar cerca a su cuidadora Ana Julia Torres. Hace cuatro días llegó a Cali en un estado casi moribundo, no podía levantarse del suelo, ni mover por sí mismo la cabeza; hoy, no solo recuperó parte del semblante imponente que lo caracterizó por 18 años en el refugio animal Villa Lorena, sino que también ingirió alimentos sólidos por primera vez en diez meses. Recomendamos: Informe especial: el rúgido del Rey León colombiano La junta veterinaria entusiasta con la mejoría de Júpiter ya piensa en el futuro del animal, que hoy es atendido en un hogar de paso del Dagma, autoridad ambiental de la capital vallecaucana. Ana Julia no tiene dudas sobre lo que viene: "Mi niño se tiene que ir a vivir conmigo otra vez". Por eso, desde este domingo recorre las calles de Cali con la fundación Sentir Animal. Llevan camisetas blancas con la estampa del león, plantillas y bolígrafos. La idea es recoger tantas firmas como se puedan para presionar ante las autoridades el regreso de Júpiter a manos de su cuidadora. "Ayer estuvimos en el parque de las banderas (cerca al estadio Pascual Guerrero) y mucha gente firmó. Otros me pedían fotos", dice Ana Julia con el entusiasmo de quien espera algo anhelado. Entre risas también comenta que Júpiter está indignado con ella por dejar que se lo llevaran hace más de un año para el Zoológico Caimanes de Montería, Córdoba. "Está bravo conmigo, le cojo la mano y de una la quita, como queriendo decir: no me toque". Ana Julia aún no tiene claridad a dónde dirigirán las firmas, ni cuántas necesitan para lograr el objetivo. Por ahora, dice que recorrerá cada rincón de Cali para buscar apoyo. Conozca la historia de Júpiter y Ana Julia con esta crónica publicadada el pasado fin de semana en la edición impresa de SEMANA. Júpiter: el rey león de los abrazos Ana Julia Torres recuerda perfectamente el día que Júpiter la abrazó por primera vez, hace 16 años. Ambos estuvieron confinados en un espacio de doscientos metros, al aire libre, por tres días con sus noches. El león de cuatro años era víctima de una intensa diarrea y su cuidadora no era capaz de abandonarlo, presa de los nervios al ver al rey del refugio animal Villa Lorena postrado sobre el pasto. Ella, decidida a desafiar la muerte, comía y dormía con la cabeza de la noble fiera sobre sus piernas. Él respondía mirándola fijamente por varias horas hasta caer vencido de sueño.
Al cuarto día, Júpiter se levantó. El león resucitó sin más remedio que el amor. Ya vigoroso, como de costumbre, alzó sus enormes patas delanteras y las puso justo en el cuello de Ana Julia, luego acercó las fauces hasta los labios de su cuidadora. Esa escena nadie se la hubiera creído tiempo después, sino fuera porque Júpiter y Ana hicieron de este símbolo el más fuerte lazo, solo bastaba que ella se arrimara a los barrotes de la jaula de Júpiter para que este sin pensarlo se abalanzara sobre su humanidad. No fue la primera vez que Ana Julia lloró sin consuelo por Júpiter, ni tampoco la primera que el felino estuvo al borde de la muerte. El león nació con todos los pronósticos en contra, fue el segundo cachorro de una leona de circo que horas antes parió a su primogénito muerto. Una llamada desesperada hizo que el veterinario Jorge Gardeazábal y su joven asistente, Delio Orjuela, llegaran el 13 de febrero del 2000 hasta el circo de las afueras de Cosmocentro, sur de la ciudad. Encontraron a la leona con el pulso suficiente para mantenerla viva, la embarcaron en el baúl de un carro y cruzaron Cali con ella hasta el zoológico, ya en medio de la cesárea se encontraron a Júpiter acomodado en un costado de las entrañas de su madre. El cachorro estaba vivo, pero su madre murió días después. Delio fue el encargado de darle nombre, quería algo mitológico para ese león milagro. Lo primero que pensó fue en Júpiter, rey de la mitología romana. Ana Julia llegó a Júpiter por curiosidad: una amiga le contó que Delio tenía a un cachorro de león de tres meses de edad en su apartamento. Para entonces, Villa Lorena ya era el refugio animal más grande de Cali; un vasto terreno al oriente, pegado al río Cauca, donde residían animales silvestres y domésticos, todos abandonados, donados o rescatados tras ser víctimas de maltrato. Ana Julia los acogía sin pedir un peso a cambio para manutención, ella respondía por todos los gastos.
“Cuando vi a Júpiter les dije que yo quería a ese león, porque era hermoso. Delio me llamó días después y me dijo: Julia, ¿usted quiere al cachorro? Porque estoy pensando en dárselo. Yo pegué un grito e inmediatamente salí por él. En el camino me compré una pañalera y un tetero”, recuerda. Con ese kit andaba siempre en el carro, ubicaba al león en la silla trasera, como si llevara un inofensivo bebé. Lo llevaba a todas partes. Solo con escuchar abrir la puerta del vehículo, Júpiter de un salto se ubicaba en su lugar. “Siempre ha sido muy cariñoso, pero travieso también. La demora era subirse para que defecara en el carro. Yo vivía cambiando tapetes”, cuenta Ana Julia. Los días eran iguales: ella y el león visitaban los tres colegios de su propiedad, iban al refugio Villa Lorena, llegaban a casa y a la hora del descanso, el cachorro era inquilino de la parte derecha de la cama. La rutina se repitió por un año hasta que Júpiter creció lo suficiente como para atemorizar a la ciudadanía, entonces Ana le acondicionó un espacio de 200 metros en Villa Lorena. Los separaban barrotes de acero, ya no había complicidad en el carro ni disputas de espacio en la cama. Al león mimado no le cayeron bien los días de encierro y tuvo su primera crisis tres años después. Delio—veterinario de cabecera de Júpiter— no encontró en nada irregular en el león, sin embargo, la diarrea no paraba. Ana lo llamaba entre barrotes con su voz ronca, pero no respondía. La mujer de temple fuerte, labios gruesos, pómulos pronunciados, pelo corto y ojos redondos se quebraba al verlo: “Yo de pequeña quería ser una coronel, porque soy muy jodida, pero tengo un problema: los niños y los animales son mi punto débil; por eso, tengo tres colegios y un refugio animal”. Sin pensar en las consecuencias, Ana Julia entró a la jaula del león sin protección alguna. Se quedó tres días y tres noches hasta que Júpiter recuperó el semblante y le agradeció con abrazos por el resto de sus días juntos. “Él es como una persona. Después de esa enfermedad decidimos sacarlo con un lazo a dar vueltas por el refugio, él caminaba juicioso y estaba bien, pero un día cuando se acabó el paseo e íbamos de nuevo para la jaula, cayó desmayado. Yo empecé a gritar: ‘Júpiter se murió, se murió’. Se me iba a salir el corazón. Como pudimos lo montamos a un carro y a mitad de camino se despertó. No tenía nada. Nos devolvimos y al otro día al final del paseo también cayó desmayado, ahí nos dimos cuenta de que estaba fingiendo, entonces lo arreamos para que se levantara. Nunca dejó de hacerlo hasta el día que se lo llevaron. También le gustaba que yo entrara a la jaula para que le rascara la barriga. Usted viera cómo movía las patas y la cola cuando le hacía cosquillas”. Una despedida sin despedida El refugio animal Villa Lorena fue fundado en 1992, Ana Julia “no tenía otra opción”. Ese año una prima le regaló una lora, meses después, a sus manos llegó un chimpancé maltratado, luego un puma manco. Poco a poco se fue llenando de animales silvestres que no tenía dónde ubicar. Con ahorros compró un lote cercano al río Cauca, oriente de Cali, y lo bautizó con el nombre de su primera hija: Lorena. Mientras prometía no recibir muchos animales, más personas tocaban a la puerta buscando refugio para un desamparado. En 28 años compró otros ocho lotes para crear un espacio de 25.000 metros cuadrados, donde llegó a albergar 1.200 animales silvestres y domésticos. Recibió condecoraciones de ONG, fundaciones animales, de la Corporación Autónoma Regional del Valle (CVC) y del Dagma, autoridad ambiental de Cali. Esta última entidad decidió en 2017, bajo la administración del alcalde Maurice Armitage y la dirección de Luis Alfonso Rodríguez Devia, que Villa Lorena no era apto para tener fauna silvestre. Siguiendo un concepto de Janeth Alegría, exfuncionaria y exviceministra de Medio Ambiente, decidieron ordenar el traslado de los animales. Algunos, que tenían deficiencias físicas, fueron sentenciados a la eutanasia.
“Ese día me temblaban las piernas. No me podía mover. Esta gente estaba condenando a muerte a varios de mis hijos”, dice Ana Julia. La presión mediática impidió el fatídico final para 24 animales del refugio. Sin embargo, días después tres pumas murieron electrocutados en el vivero municipal, hogar de paso del Dagma donde actualmente se recupera Júpiter. Ana Julia no fue capaz de ir el día del traslado, se deprimió y no pudo levantarse de la cama. A Júpiter lo sacaron en una jaula mediana en julio de 2017 rumbo al Zoológico Caimanes, de Montería, Córdoba. En Villa Lorena solo quedaron animales domésticos. “Yo tengo dos hijos humanos y miles animales, ellos me han dado los mejores días de mi vida, pero ese junio de 2017 fue como una daga al corazón. No pude despedirme de mis peluditos, ni abrazar por última vez a Júpiter”, relata Ana Julia, mientras besa una fotografía del león que lo muestra en la celebración de su cumpleaños número diez, en 2010. Fue una fiesta grande con bombas, platillos y miles de invitados. Del león no supo más. Meses después salió del cuadro de depresión. Quiso continuar con su vida, pero el 17 de febrero de 2020 sufrió un ataque de ansiedad. “Era como si se me quisiera salir el corazón, me sudaban las manos, caminaba de un lugar a otro y no me hallaba. Dije: yo tengo que ir a ver a Júpiter. Compré los pasajes míos y de una prima para que me acompañara y al otro día nos fuimos. Cuando llegamos al sitio, yo le digo ‘adelántese para que grabe el reencuentro’, pero segundos después ella viene corriendo y me grita: ‘¡Negra! Júpiter se está muriendo’. Yo casi me voy para atrás, llegué a la jaula y le gritaba, pero él no me reconocía, no se movía, no hacía nada”. El león de 300 kilos ahora pesaba 90. Las costillas se delinean perfectamente sobre el torso y las fuerzas solo le alcanzan para no cerrar los ojos. “Yo me tiré encima de él llorando, luego lo arrastré porque le estaba dando de lleno el sol”. Tal parece que desde su llegada a Caimanes, Júpiter no volvió a comer con regularidad, además, el Zoológico cerró hace seis meses y el animal se quedó sin cuidado veterinario, abandonado en una jaula cuatro veces más pequeña que su espacio en Villa Lorena. Ana Julia le compró pasajes a Delio —ahora veterinario del Dagma— para que viajara al otro día a Montería. Compraron suero y algunas medicinas en la capital cordobesa, pero no era suficiente. Delio trató de sacar muestras de sangre, pero por las venas del león corría agua. “Tiene una hemoglobina de 2.7 y lo normal es que esté por encima de 10. Además tiene un hematocrito de 9, que debería estar arriba de 35, entonces es un animal que tiene agua en vez de sangre”, le dijo el médico a Ana Julia. Delio viajó regresó a Cali y Ana Julia se quedó con Júpiter en el zoológico. Como hace 16 años, volvieron a dormir juntos, encerrados en una jaula durante cinco días. La cabeza de la noble fiera reposó en las piernas de su cuidadora. “Yo, sin saber le aplicaba el suero, las vitaminas que me dejó Delio y todo los demás. No voy a dejar que mi león se muera así, porque ese día de la corazonada él fue a buscarme, me buscó para que viniera a salvarlo”.
Un video de Júpiter moribundo llamó la atención del país. El ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, habilitó un avión de la Fuerza Aérea para el traslado de Montería a Cali. Ahora reposa en el hogar de paso del Dagma, a la espera de transfusiones de sangre de otros leones y el resultado de los exámenes que podrían dar positivo de cáncer estomacal. Ana Julia está segura de que Júpiter se quería dejar morir, no como en aquellas ocasiones de teatro en que se tiraba al suelo para evitar entrar a la jaula de Villa Lorena; el león se sintió solo y no encontró más razones para seguir viviendo.