Con la imagen de Álvaro Uribe entrando a la Corte Suprema de Justicia, se derrumbó el mito de que el expresidente y senador más poderoso de las últimas décadas en Colombia es un intocable. El martes 8 de octubre, Uribe salió de esa lista vergonzosa. Uribe, el paisa finquero y montador de caballo, no podía permanecer en el podio de intocables donde están solo los aristócratas, los de apellido, los del “circulito bogotano”, los amigos de sus amigos, los de toda la vida, los mamertos finos o los millonarios que lo manejan todo. Eso está bien; lo malo es que el salón de los intocables sigue repleto y a pocos les importa. Para la izquierda, esta semana compareció ante la Justicia un monstruo culpable de todos los males de este país. Para la derecha, acudió la víctima de una disputa ideológica que se convirtió en un caso judicial, su símbolo político al que quieren fulminar con tal de complacer a la empoderada izquierda. Lea la columna completa aquí