Así cualquiera se hace rico. Tenemos un sector de la clase empresarial al que le gusta el capitalismo colombiano y todas sus ventajas, la plusvalía y las ganancias, los bajos impuestos y la ausencia de sindicatos. Pero que les hace trampa a las reglas del sistema, especialmente aquellas que benefician a otros, como la competencia, que es posiblemente el único resquicio a favor del consumidor que tiene el libre mercado. Según ha revelado el superintendente de Industria y Comercio, Pablo Felipe Robledo, encumbrados ejecutivos de las empresas productoras de papel higiénico se convirtieron en un cartel para hacerle el esguince a la sana competencia. Es decir, para no competir entre ellos y elevar el precio sin escrúpulos, en un país donde los consumidores piensan todavía que mientras más caro, mejor. Esto ocurre desde 1998 y lamento decir que esa platica, tasada en 61.000 millones de pesos, por lo menos para nuestros bolsillos, se perdió. Me parece interesante que se trate justamente del papel higiénico, que es, en América Latina, el símbolo del capitalismo ya que su ausencia o escasez es indicador inequívoco de que los países marchan hacia el castro-chavismo. Un elemento esencial, convertido en artículo de lujo por cuenta de unos ejecutivos que bajo la sombra de los alias, los mensajes encriptados y la clandestinidad, se reunían para violar la ley y la regla básica del sistema que defienden. Algunos de estos empresarios habían hecho lo mismo durante años con los pañales desechables y, otros de similar ralea, lo propio con el azúcar, y otros con el cemento. Ahí está también la mafia de los medicamentos. Y estoy segura de que si el señor superintendente se da una vueltica por el supermercado, se encontrará también el cartel de los huevos y el salchichón; el del jabón en polvo, el del maíz; el de las galletas de soda, y las máquinas de afeitar; por donde camine encontrará este tipo de prácticas, en las que participan activamente multinacionales. Y ojalá se anime a darse un paseo por el terreno más fangoso aún de las empresas de servicios telefónicos, de las basuras, la energía o del gas, donde los abusos son de marca mayor. La historia de Colombia está llena de prácticas empresariales vergonzosas, de competencia desleal y de monopolio, con las que los gobiernos se han hecho los de la vista gorda. Por supuesto que no se puede generalizar y que hay empresas con estándares éticos excelentes. Pero sus buenas prácticas ni se notan en un ambiente de cambalache donde, como dice el mismo, da lo mismo ser derecho que traidor. Y donde algunos muy honestos han quebrado porque no pueden competir en esas condiciones de baja sanción moral, y casi nula acción judicial. El Estado ha sido muy malo para regular porque se doblega ante el poder económico, y los consumidores no atinamos todavía que defender nuestros derechos como parte de nuestro ejercicio de ciudadanía. El problema de esta impunidad acumulada es que hay empresarios que ya confunden el bien y el mal y piensan que la mano invisible del mercado es, por naturaleza, esa mano siniestra que ellos se estrechan para hacerle trampa al sistema que idolatran. Y a lo mejor lo es.