No se trató de un voto protesta. Ni siquiera de un voto inconsciente o cegado por las mentiras o los engaños. Si algo hubo en común en estas tres votaciones, fue el “matoneo” al que estuvieron permanentemente sometidos sus votantes. Optar por un camino distinto al discurso de la paz, la integración y la inclusión social, que promovían los precursores de lo “políticamente correcto”, no era fácil. O por lo menos no, cuando se trataba de estar en desacuerdo con el acto que protocolizaba el final de la guerrilla de las FARC en Colombia; de desconocer las ventajas de hacer parte de un bloque regional que le permitía a los británicos moverse en otros países y mercados; o de ser los responsables de la llegada a la presidencia del país más poderoso de la tierra de quien encarnaba la irracionalidad y la exclusión social.Pese a las diferencias de sentido, contenido y magnitud, los procesos democráticos que se sucedieron en Inglaterra, Colombia y Estados Unidos, tuvieron unos rasgos muy similares:1) En las votaciones se estaban decidiendo asuntos de tal trascendencia, que las discusiones políticas no podían pasar desapercibidas, ni mucho menos estar desprovistas de pasiones que desbordaban la razón. Lo que se decidiera ponía o no en juego el futuro del país. Y los votantes estaban obligados a votar por una de dos opciones. No había términos medios. Era permanecer en la Unión Europea o no; aceptar los acuerdos con las FARC o no; votar por el orden que encarnaba Clinton o por el que pregonaba Trump. Y las discusiones llegaron a involucrar de tal manera a los ciudadanos, que el tomar la decisión de votar en uno u otro sentido o el optar por el otro candidato, llegaron a dividir a las familias, a los colegas, a los amigos.2) Los valores (políticamente correctos) de la integración, la inclusión y la paz sobre los que se han apoyado los gobiernos y los partidos para mantenerse en el poder, fueron desplazados por esos “otros valores” (políticamente incorrectos) de la exclusión y el rechazo, que estaban latentes en las sociedades e irrumpen con fuerza en las campañas, en el momento en que candidatos o promotores los ponen sobre la mesa. Son los problemas de empleo, seguridad y acceso a los bienes públicos (salud y educación) asociados a la migración, que se hacen visibles estos valores y que (gracias a los medios) se les asocia a los mexicanos, de la misma manera que los musulmanes al terrorismo. Los mismos problemas que surgen cuando se hablan de los más de 330 mil inmigrantes (especialmente rumanos y búlgaros) que llegan a Inglaterra. Son los valores que brotan frente cualquier forma de “regreso a la civilidad” de los guerrilleros de las FARC, que no estuviera mediada por la cárcel, que se convierten en ejes que llevan a los votantes a optar por un NO rotundo a cualquier forma de inclusión o integración.3) Los resultados pusieron en evidencia el quiebre de un orden en el que se creía que el poder del gobierno y los partidos podía imponer su candidato sobre los deseos de los ciudadanos; los medios de comunicación influían de tal manera en las decisiones de los individuos, que forzaban victorias de uno u otro aspirante; y la capacidad predictiva de las encuestas, permitían anticipar los comportamientos electorales de los individuos. Los antes poderosos fueron derrotados. Los gobiernos, la clase política y los medios de comunicación, que pusieron todo el poder de sus recursos para lograr que los británicos siguieran en la Unión Europea, pero el 53.4% de los votantes prefirió abandonar; para que los colombianos apoyaran los acuerdos con las FARC, pero el 50.2% de los sufragantes dijo NO; y para que los estadounidenses dieran una lección de humildad a Trump, pero en las colegiaturas dijeron NO.4) Lo más curioso ha sido la reacción de los “demócratas” en los tres países. Ante los resultados de las urnas, no dudaron en salir a señalar a quienes se decidieron por un camino distinto al de ellos, como los nuevos responsables de la debacle. Y ellos, apoyados de manera clandestina por los gobiernos, propician marchas y movilizaciones en que reclaman una verdadera democracia. No se dan cuenta que son los ciudadanos diciendo, “nadie decide por mí”.. “yo soy el que vota”. No son los votantes que están delegando en sus representantes, sino que está actuando por encima de ellos. Es el régimen de la democracia directa en la que se hace valer el peso de las decisiones, pero sin mediaciones partidistas, sin el peso del gobierno o sin la influencia de los medios. Es un campanazo de alerta que le dice a los partidos políticos que su fin está próximo; a los gobiernos que más vale que se dediquen a cumplir con sus tareas, antes que tratar de mantenerse en el poder y a los medios que su reino ya no es de este mundo.