Las últimas semanas han debido ser las más angustiantes en la vida de Juan Manuel Santos y su familia. Definitivamente no fue fácil vencer y de no ser por la intervención gerencial de César Gaviria, la ayuda en Bogotá de Gustavo Petro y la maquinaria a todo dar que se encendió en la costa, otra habría sido la historia.Todas esas cosas sumadas al acierto de poner -¡por fin!- el tema de la paz en el centro del debate electoral, le permitieron a Santos una victoria que, sin embargo, no es plena y vigorosa, pues ayer quedó de pie un abultado número de colombianos que con mucha dignidad obtuvo una votación imposible de soslayar.La tarea para Juan Manuel Santos apenas comienza y luego de saldar todas las cuentas de cobro que le llegarán cumpliditas a su despacho desde esta misma semana, tendrá que concentrarse en una empresa tan difícil como necesaria: hablarle al 45 % de colombianos que votaron en su contra y construir confianza entre el 52 % de ciudadanos indiferentes o inconformes que se abstuvieron de votar. Así las cosas, el reelecto presidente tendrá que escabullirse de los lugares comunes y gobernar desde el primer día en función del contrario. No para cambiar de discurso y tratar de quedar bien con todos, sino para ganarse el respeto del país, persuadir en medio del disenso y vencer alguna parte del comprensible escepticismo que se vive hoy en Colombia. “Cumplirles a mis electores”, “honrar el mandato que los colombianos me dieron para lograr la paz” y todos esos lugares comunes no harán que Juan Manuel Santos mejore lo que ya tiene. El presidente necesita respuestas audaces enfocadas en superar la división y garantizar la gobernabilidad los próximos cuatro años.El nuevo gobierno debería reconocer que su victoria es frágil y, con los pies bien puestos en la tierra, dedicarse a ampliar su base de apoyo a punta de hechos y de construcción real de capital social.Es verdad: el establecimiento se unió y venció, pero queda demostrado que existe un sector importante de colombianos aferrados a unas creencias que deberían ser tomadas en serio y que no se esfumarán del panorama nacional mientras tengan representación en el Congreso de la República y sean seguidas como una religión por un número significativo de ciudadanos. De esa mitad, y no precisamente de los aliados victoriosos, dependerá que el Gobierno tenga legitimidad y que pueda impulsar con tranquilidad institucional los compromisos programáticos que se fijó. Por eso no habrá reto más grande para Juan Manuel Santos que hablarle a la otra mitad de Colombia que no quiso acompañarlo en su aspiración. Esa otra mitad de colombianas y colombianos deben recibir más que un calificativo excluyente.Llamarlos guerreristas derrotados, como le oí a Lucho Garzón, o igualar a esa mitad con las FARC para gritarles que “no pasarán”, como hacen algunos progresistas sonrientes, no es una afortunada idea.Que Santos hable por él de aquí en adelante y que ejerza un liderazgo fuerte que lo convierta en un interlocutor de respeto para sus contrarios. Quién quita que en una de esas logre seducir a unos cuantos millones de colombianos más y que termine su segundo período con una base popular sólida que le reconozca sus esfuerzos.Será desde ahora cuando veamos de qué está hecho Juan Manuel Santos y si pasará a la historia como otro presidente más que quiso hacer la paz o como el que de verdad la consiguió. Su dialéctica frente al contrario y su esfuerzo por llamar la atención de los más indiferentes serán decisivos en los meses que vienen.  Twitter: @JoseMAcevedo