El primer pronunciamiento de J Balvin sobre el paro nacional en Colombia se dio a través de una publicación de Instagram del 22 de noviembre. Después de un día de manifestaciones masivas contra el gobierno de Iván Duque en casi todas las ciudades colombianas y de represión violenta por parte del ESMAD, y después de una noche de pánico —aparentemente concertada por las autoridades— en Cali, J Balvin publicó una imagen de la bandera nacional acompañada de la siguiente cita, atribuida al dalái lama: “En la práctica de la tolerancia, nuestro enemigo es nuestro mejor maestro”.
¿Qué quiso decir con esto “el Niño de Medellín”? ¿Fue un mensaje de apoyo o de condena a las manifestaciones? ¿Una sugerencia a los oficiales del ESMAD de que, antes de atacar a los manifestantes pacíficos con “armas menos letales” (según las caracterizó el flamante ministro de Defensa), intenten aprender algo de su “enemigo”? O quizás haya sido, en realidad, como sugirieron muchos en Twitter, una publicación hecha para salir del paso, para calmar a las personas que le pedían una declaración sin tener que asumir ninguna posición ni decir nada, sin comprometerse; un rápido “pongamos cualquier cosa en el Instagram para que dejen de joder”. Pero la gente siguió jodiendo porque la lucha siguió en las calles, la policía siguió atacando a los manifestantes, el pánico de noche siguió, esta vez en Bogotá, y la respuesta de J Balvin fue considerada insuficiente.
Pero ¿por qué es importante lo que diga o deje de decir J Balvin sobre el paro? Al fin y al cabo, no es un analista ni un líder político, ni habla de política en sus canciones. Ningún músico ni ningún artista tienen la obligación de comprometerse, de asumir una posición política particular, y no andamos exigiéndole pronunciamientos sobre los acontecimientos sociales del país a cuanto cantante aparece.
Sin embargo, las protestas recientes en Puerto Rico, que terminaron con la renuncia del gobernador Ricardo Roselló, redefinieron las expectativas generales sobre la participación de los cantantes populares en las causas políticas de América Latina. Ricky Martin, Residente y Bad Bunny no solo apoyaron de palabra las manifestaciones contra Roselló, sino que estuvieron en ellas, convocaron a la gente a las calles, cantaron, hablaron y cancelaron conciertos para quedarse ahí. Su participación y su convocatoria fueron determinantes en que las protestas tuvieran la fuerza necesaria para obligar a Roselló a renunciar. Martin, Residente y Bad Bunny nos recordaron la fuerza social del arte y mostraron que la música popular —y el reguetón en particular— puede movilizar a la gente a luchar por una causa colectiva.
Esto hizo que algunos colombianos esperáramos, antes del 21 de noviembre, una muestra de apoyo y solidaridad parecida de los cantantes más populares de nuestro país. Apareció Carlos Vives y dijo que marchaba, y luego dijo que apoyaba las marchas pero no marchaba. Muchos músicos colombianos sí apoyaron decididamente las manifestaciones: AlcolirykoZ, ChocQuibTown, Aterciopelados, Bomba Estéreo, Adriana Lucía y Juan Pablo Vega, por solo mencionar a algunos, se pararon del lado del pueblo que estaba por salir a la calle.
Pero todas las miradas estaban puestas en J Balvin, el cantante colombiano que mayor éxito ha tenido en el mercado mundial en los últimos años. Además, como se había manifestado a favor del pueblo venezolano, cuyas protestas también han sido reprimidas violentamente por el gobierno, y a favor de los puertorriqueños que llenaron las calles de San Juan, a lo mejor no era muy descabellado esperar una muestra clara de respaldo del cantante paisa a las luchas de su propio pueblo. Se llegó a pensar que el apoyo de alguien con tanta capacidad de convocatoria, con tantos millones de seguidores en las redes sociales y con tantos fanáticos en tantos lugares podría no solo darles fuerza a las manifestaciones, sino hacerlas visibles en el mundo, contra las estrategias de ocultamiento y criminalización de los medios regidos por los intereses del poder. La respuesta de J Balvin a todas estas expectativas fue la máxima del dalái lama: “En la práctica de la tolerancia, nuestro enemigo es nuestro mejor maestro”.
Para ser justo, esa no fue la única respuesta. Como la gente siguió pidiéndole un pronunciamiento, J Balvin decidió hablar. Lo hizo en su concierto en la Ciudad de México del 23 de noviembre: “Quiero mandarle un mensaje a Colombia, que los amo, que los quiero. Que no soy, ni me importa hablar (sic), ni de izquierda ni de derecha. Lo importante es uno ser derecho en la vida”. Es probable que J Balvin se haya confundido, pues nadie estaba pidiéndole una declaración de amor, ni que se identificara como adepto al comunismo o al fascismo. Luego intentó justificar su negativa a pronunciarse sobre el Paro con un insólito argumento: “Yo no soy el presidente”. Parece tener una comprensión distorsionada acerca de los derechos y deberes de los ciudadanos en una democracia, por más nominal que sea, en la que no hay que ser el presidente para tener o expresar opiniones políticas.
Entonces, un miembro del ESMAD asesinó a Dilan Cruz. Poco después, el país se enteró del suicidio del soldado Brandon Cely, hostigado y perseguido por manifestarse a favor del paro. J Balvin respondió con dos publicaciones de Instagram, ambas con una imagen de un ojo lacrimoso y un mensaje de condolencia. Hay que reconocer que ante estos hechos Balvin no guardó silencio. Pero en el caso del pésame por Dilan Cruz, llama la atención la omisión de palabras como “asesinato”, “matar” o “crimen”, tan incómodas para el régimen. En el caso de la muerte del soldado Cely, Balvin, que ha sido diagnosticado con depresión, dijo “se (sic) lo que se siente cuando todo se ve nublado y sin esperanza”. Habría que pensar si es equivalente sentir ansiedad y tener depresión a ser hostigado hasta el suicidio, a causa de haber expresado una opinión distinta de la oficial, por una institución violenta y poderosa. Justamente, Cely sufrió por hacer lo que Balvin no había querido hacer: sentar su posición con claridad.
Luego vino otra publicación de Instagram, esta vez con una foto en el Estadio Atanasio Girardot de Medellín, donde había de presentarse unos días después. En ella, J Balvin intentó aclarar los malentendidos a los que sus anteriores publicaciones podían haber dado lugar: “Finalmente mi mensaje es que nadie va a hacer por ti lo que tú no hagas por ti mismo. Necesitamos más sueños y enfocarnos cada día en ser mejores personas”. Aquí, a pesar del lenguaje propio del coaching, podemos hacer una interpretación caritativa y pensar que Balvin por fin se puso del lado de los manifestantes que están haciendo cosas por sí mismos, sin esperar a que nadie las haga por ellos, y que son “buenas personas”. Sin embargo, muchos seguidores de Balvin no consideraron que este mensaje fuera lo suficientemente claro y así se lo hicieron saber en los comentarios. El niño de Medellín se tomó el trabajo de contestar a algunos él mismo con aclaraciones del tipo de “que Marika mas bobo” o “tan ridiculo tu foto en tangas , noooo huevon” (ambas sic).
Y entonces, finalmente, vino el apoteósico concierto en Medellín, con lleno total en el Atanasio, con apariciones del mismísimo Bad Bunny, de Zion y Lennox, de Jowell y Randy, Prince Royce y Jhay Cortez. Era el escenario perfecto para mandar un mensaje claro y definitivo, y Balvin no la desaprovechó. Empezó con una petición y con un análisis sobre los motivos de las manifestaciones: “Hablo en nombre de la juventud y le pido al gobierno que por favor los escuche. Si están marchando, es porque algo no anda bien”. Prosiguió con una apelación en la segunda persona singular, presumiblemente dirigida al presidente Duque, y con una enunciación de las peticiones de las protestas en primera persona: “El pueblo te lo pide. Yo pido paz, pido amor”. Siguió por el camino de la primera persona y definió su papel en el contexto de las protestas: “Yo nunca pensé que después de ser artista me iba a convertir en la voz del pueblo. Y es verdad: a veces tenemos tanto poder que nos escuchan más que a cualquier presidente”. Luego se distanció de su persona artística y declaró: “Utilizo al (sic) nombre de ‘J Balvin’ para que el presidente y el gobierno escuche (sic) a la juventud”. Reiteró su análisis de los motivos de las manifestaciones: “Si está saliendo, es porque algo necesita”, y por último presentó una explicación de las causas generales de la violencia en Colombia: “Los muertos de tantos años que ha sufrido este país por culpa de la puta intolerancia”.
Hay que reconocer que entre citar al dalái lama y excusarse diciendo “no soy el presidente”, por un lado, y hablarle directamente a Duque y autoproclamarse como “la voz del pueblo”, por el otro, sí hay mucho trecho. No veo por qué las declaraciones de J Balvin en el concierto del 30 de noviembre en el Atanasio no contarían como una muestra de apoyo al paro nacional. Sin embargo —dejando de lado que esa muestra podría ser más clara y más precisa ante la violencia, la mendacidad y el cinismo con los que el gobierno ha reaccionado a las protestas—, ¿por qué no fue así de claro desde el principio? Si así piensa y así siente, ¿por qué no acompañó ninguna de las marchas o de los cacerolazos que se han hecho y que se siguen haciendo? Si se considera “la voz del pueblo”, ¿por qué solo se pronunció después de recibir muchos reclamos, de hacer muchos desplantes y de evadir el tema con ahínco?
Ahora bien, J Balvin no tiene la obligación de respaldar el paro nacional. Puede tener la posición política que quiera y expresarla o no expresarla. Puede hablar de lo que quiera entre canción y canción en sus conciertos. A ningún artista, así como a ningún ciudadano en una democracia, se le tiene que exigir que asuma una posición determinada o que se comprometa con ninguna causa. En Colombia, donde ni el voto es obligatorio, todos tenemos la libertad de participar en política de la manera y en la medida que queramos y podamos. Todos somos libres incluso de ser indiferentes ante una situación de injusticia y opresión.
Lo que sí es condenable es la pretensión de engañar, de posar, de hacer como si, de aparentar que se tiene una posición encomiable, noble, solidaria y desinteresada para quedar bien ante el reclamo generalizado. Lo que molesta es que se haga llamar “la voz del pueblo” alguien que no ha estado con el pueblo en la empresa colectiva que empezó el 21 de noviembre. Lo que incomoda es que se rasgue las vestiduras por las luchas de la juventud alguien que ni siquiera puede enunciar los reclamos de los jóvenes y los viejos que han salido a las calles. Lo que es inaceptable es que, sin estar dispuesto a asumir ninguna posición política, sin criticar en nada al gobierno de Duque y sin hacer ningún esfuerzo por acompañar las manifestaciones, pretenda J Balvin hacernos creer que está con los manifestantes, con los jóvenes o con el pueblo, puesto que lo contrario sería impopular y mal visto, tanto en Colombia como en la escena regional del reguetón.
Quizás fuimos ingenuos o injustos al esperar un pronunciamiento claro o un apoyo real del autor de versos como “No es secreto que a ti yo te odio como el Grinch odia la Navidad” o “Mis nietos dirán ‘Diablos, qué duro era mi abuelo’”. El ejemplo de los reguetoneros en Puerto Rico nos confundió e infló nuestras ilusiones. La sensibilidad que J Balvin había mostrado ante otras causas populares del continente nos hizo esperar lo imposible. No tenemos ningún derecho de exigir que J Balvin piense como nosotros, o que haga lo que nosotros queremos, o que ponga su capacidad de convocatoria al servicio de nuestras causas, de la misma manera en que J Balvin no tiene ningún derecho de hacerse llamar “la voz del pueblo”. La voz del pueblo colombiano es la voz de cada una de las personas que vuelven hoy, 4 de diciembre, a manifestarse en las calles sin el apoyo de ninguna superestrella.