Las estadounidenses eliminaron a las inglesas de la semifinal del Mundial Femenino con el cabezazo de Alex Morgan a un balón que arrastraba una larga polifonía de jugadas hechas desde la mitad de la cancha. A solo dos días del aniversario de la independencia de los Estados Unidos de Gran Bretaña, Morgan celebró ante las cámaras con el gesto de tomarse una taza invisible de té, una bebida esencial al colonialismo británico e históricamente vinculada a la esclavitud. La subversión política de ese guiño nos recuerda que, para celebrar la utopía de la pluralidad, la igualdad y la ruptura que marcó la independencia de los Estados Unidos con las jerarquías del mundo británico, Walt Whitman publicó, precisamente un cuatro de julio, uno de los manifiestos políticos más importantes de ese país: Song of Myself. Casi una semana después de esa victoria, Estados Unidos jugó la final del Mundial contra Holanda y su capitana, Megan Rapinoe, anotó un gol de penal que le abrió el camino a esa Selección a su cuarto campeonato del mundo. Su disidencia política ha logrado recordarle a la humanidad que Estados Unidos alguna vez fue un país cosmopolita que propuso, como Whitman, una sociedad en la que podían convivir personas de diferentes orígenes y orientaciones sexuales, en fraternidad e igualdad. Whitman, que presenció un país de condiciones similares a las que vive actualmente Estados Unidos, urgió en su texto a la construcción de un amor secular, plural y libre —a partir de una alianza entre lo humano con lo animal y lo vegetal— para impugnar las exclusiones sociales. Un tipo de amor que podría encontrar hoy resonancias en la abierta homosexualidad de Megan Rapinoe y en su permanente defensa de las minorías sexuales y culturales. Defensa que ejerce, por ejemplo, cuando deja de cantar el himno de su país para protestar la brutalidad policial que afecta fundamentalmente a los afroamericanos. Le puede interesar: 11 poemas sobre fútbol El domingo, apenas finalizó el partido que coronó a las estadounidenses como campeonas del mundo, se escuchó desde la tribuna el grito unánime de equal pay, en solidaridad con las jugadoras que hoy exigen un pago igual al de sus contrapartes masculinas. Y es que, desde 2015, la Selección Femenina demandó a la Federación de Fútbol de ese país por discriminación de género, pues no solo reciben una contraprestación abiertamente inferior a la de los hombres a pesar de haber logrado mayores reconocimientos, sino que —con todo y su manifiesta superioridad deportiva— continúan también sometidas a la desigualdad en acceso a recursos e infraestructura, y a tener condiciones mucho menos favorables para participar en torneos internacionales. Este Mundial deja una propuesta de autonomía del fútbol femenino que lo ha hecho ingresar en la política global como lugar de resistencia, y que nos hace pensar que el fútbol masculino continúa, en cambio, enfrascado en la perpetuación del statu quo. Solo hace falta ver a los jugadores de la Selección de Brasil posando felices con Bolsonaro para celebrar su campeonato en la Copa América, mientras que las jugadoras de Estados Unidos han rechazado abiertamente cualquier invitación que pueda venir de la Casa Blanca o de Trump. Si digo que Whitman puede leerse en los pies de Megan Rapinoe no es solo porque en su fútbol habite la resurrección de lo que su poesía ambicionaba a doscientos años de su natalicio —"soy el poeta de la mujer y el poeta del hombre y digo que es tan grande ser hombre como ser mujer"—, sino porque, más que un equipo, la Selección Femenina de Estados Unidos es hoy por hoy y como Song of Myself, un vastísimo proyecto democrático. Le puede interesar: De Neruda a Frank Báez: 7 poemas para celebrar a Walt Whitman *Escritora ganadora del Premio Aura Estrada de Literatura y del Premio Nuevas Plumas de crónica periodística. Sígala en Twitter como @birthdayletters y en Instagram como @vanessalondonol.