Un repaso a la historia económica y al patrimonio cultural de nuestro país basta para dimensionar el papel fundamental del Banco de la República, que cumple su primer centenario de servicio a los colombianos. La Universidad del Rosario ha reconocido su importancia al otorgarle a esta institución la Orden del Fundador al Mérito en las Ciencias Económicas y al homenajear a cinco gerentes que lo han liderado con excelencia en las últimas décadas: Hugo Palacios Mejía, Miguel Urrutia Montoya, José Darío Uribe, Juan José Echavarría y Leonardo Villar.
La creación del banco central se dio en el contexto de una crisis económica y financiera que afectó a Colombia a principios del siglo XX, tras la Guerra de los Mil Días. Ante la necesidad de estabilizar la moneda y el crédito, el Gobierno de la época contrató a una comisión de expertos en temas económicos y financieros, a cargo del profesor Edwin Kemmerer, que recomendó, entre otras medidas, la creación de tres entidades que el país no tenía hasta el momento.
Así nacieron en 1923 el Departamento de Contraloría, hoy Contraloría General de la República, la Superintendencia Bancaria, hoy Superintendencia Financiera, y el Banco de la República. Las finanzas públicas y privadas quedaron entonces reguladas por instituciones especializadas. De esta manera, el Banco de la República de Colombia se convirtió en el segundo banco central de América Latina, solo precedido por el de Perú, establecido en 1922.
Pocos años después, en 1939, emprendió su misión cultural al adquirir el emblemático poporo quimbaya, evitando que saliera del país e iniciando con él una de las colecciones arqueológicas más importantes del mundo, que hoy podemos admirar en el Museo del Oro en Bogotá y en sus museos del oro en otras seis ciudades de Colombia. El Banco también es custodio de la biblioteca pública más importante del país: el Luis Ángel Arango, una de las más visitadas tanto presencial como virtualmente.
A lo largo de su historia, el Banco de la República ha superado muchos desafíos de la economía nacional y mundial. Tal vez uno de los más difíciles fue la Gran Depresión de los años treinta, que se desató a finales de 1929 y que tuvo efectos en todo el mundo. El desplome de las bolsas de valores agravó una situación que ya era crítica para el país por la baja del precio del café. El crédito internacional se cerró, el valor de la moneda se depreció y fue necesario limitar las importaciones. Esto llevó a un primer esfuerzo de industrialización en Colombia para reemplazar las importaciones con producción local y el Banco apoyó el proceso proporcionando crédito a los gobiernos para superar la crisis.
Como lo señalan Juliana Jaramillo, Adolfo Meisel y María Teresa Ramírez en su interesante estudio sobre los efectos de la Gran Depresión en nuestro país, “entre 1930 y 1953, la producción industrial en Colombia creció a una tasa promedio anual de 6% per cápita en pesos constantes”. Este crecimiento, uno de los más altos en América Latina durante ese periodo, fue posible en gran parte gracias al papel prudente y ortodoxo del Banco de la República.
La Segunda Guerra Mundial también redujo el crédito y las importaciones. Una vez más, el Banco jugó un papel crucial para superar las restricciones del comercio mundial. Vinieron luego ciclos de prosperidad y dificultad, relacionados con las fluctuaciones del precio internacional del café. Algunos de los momentos más críticos fueron las devaluaciones de la década de 1960, que afectaron negativamente los ingresos por exportaciones del grano y provocaron varias crisis cambiarias. Para diversificar las fuentes de ingresos y reducir la dependencia del café, el Gobierno implementó una política de fomento a las exportaciones, en la que el Banco fue un actor clave, realizando un estricto control de cambios y subsidios para los sectores industriales, agropecuarios y exportadores.
La crisis de la deuda latinoamericana de los años ochenta del siglo pasado fue otro momento de grandes desafíos y restricciones, pero, sin duda, el punto de inflexión en la historia de nuestro banco central fue la Constitución Política de 1991. Como muchos recordamos, en la Universidad del Rosario se encuentra el aula donde un movimiento estudiantil propuso la idea de incluir en la elección presidencial de 1990 una séptima papeleta, solicitando la convocatoria de una asamblea constituyente.
Esta nueva Carta concedió al Banco de la República un nivel de autonomía similar al de otras entidades de su tipo y cerró la posibilidad de seguir otorgando crédito al Gobierno, una práctica que había contribuido a un alto nivel de inflación. Dicha autonomía también le permitió manejar desde entonces la política monetaria de manera independiente.
Además, la Constitución determinó que el Banco debía mantener su actividad cultural. La colección de historia del arte colombiano que preservaba se enriqueció poco después, en 1998, con la donación del maestro Botero, quien entregó obras propias y otras del arte mundial adquiridas a lo largo de su vida para la creación del Museo Botero. Hoy, con sedes culturales en 29 ciudades del país y una red interconectada de bibliotecas, el Banco continúa desarrollando una valiosa labor cultural.
A lo largo de estos cien años, una palabra ha sido clave para explicar el papel de la banca central en nuestro desarrollo: confianza. Gracias a su manejo serio, técnico y responsable, el Banco de la República ha construido un capital de confianza que nos ha permitido sortear muchos de los retos que en otros países han derivado en graves crisis económicas. Colombia ha logrado evitar hiperinflaciones, cesaciones de pago y recesiones que han golpeado a muchos de nuestros vecinos. Tal como lo resalta su gerente general, Leonardo Villar, la economía colombiana ha logrado destacarse como una de las únicas de Suramérica que no ha experimentado hiperinflación en 100 años.
Hoy, desde la Universidad del Rosario, reconocemos al Banco como institución clave para el bienestar de los colombianos. Más allá de nuestra cercanía física en el centro de la capital, nos vincula una larga y profunda cooperación en temas importantes para la economía colombiana, a través de la docencia e investigación. Por ello, nos unimos al agradecimiento de todo un país, al banco central, pilar de nuestra economía, garante de nuestra moneda y activo fundamental de nuestra democracia.
@alejandrocheyne, rector de la Universidad del Rosario.