Tal como se advirtió en la pasada entrega, el Gobierno nacional posee una clara confrontación con las fuerzas del orden. Pareciera que la consigna es la transmisión del poder territorial, la concesión frente a la explotación de las economías ilegales y, en general, la entrega de soberanía estatal a las manos de la insurgencia, las bandas criminales y los delincuentes comunes. Incluso, esta semana trascendió la información que de parte del Ministerio de Defensa se había ordenado la eliminación de los comandos específicos y las fuerzas de tarea conjunta de las fuerzas militares; lo anterior, permitiendo que el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea trabajen de forma independiente y no de forma articulada como se venía haciendo, ello resta capacidad operativa para cubrir las distintas áreas de nuestra compleja geografía nacional y merma la capacidad de defender nuestra soberanía. Así, la anterior decisión no es otra cosa que una más de la tácita entrega y cesión del territorio de parte del Gobierno a los criminales, situación que se suma a las conocidas noticias que dan cuenta de que al ELN se le ha conferido el poder, incluso para “pedir” la salida de general del Ejército que los ha combatido, como es el caso del general Óscar Murillo.
Ahora bien, la advertida estrategia no sólo compete al debilitamiento de la Fuerza Pública, en el orden de las fuerzas armadas, esta estrategia también trasciende a nuestra respetada Policía Nacional. El suceso del curso 088 de oficiales de la Policía Nacional causó estupor entre los aspirantes a teniente coronel, quienes se enteraron de que aquellos que tuvieron la valentía de enfrentar al grupo delincuencial de la primera línea y quienes, en su momento, fueron los encargados de la seguridad de la familia presidencial del anterior gobierno, no serían llamados al curso de ascenso a teniente coronel. En ese mismo orden, salieron 17 integrantes de la Policía Nacional, dos coroneles, 14 mayores y un capitán.
La crisis, cada vez más acentuada sobre seguridad en los territorios y ámbitos urbanos de nuestras ciudades y capitales, en gran parte se debe a las medidas retaliatorias del Gobierno contra nuestras fuerzas armadas y nuestra Policía Nacional, paradójicamente porque estas han tenido la valiente y decidida estrategia contra el crimen organizado y la delincuencia en los señalados ámbitos.
El pasado 5 de noviembre, nuestra Policía Nacional estuvo de aniversario; la institución cumplió 133 años de creada al servicio de los colombianos. Es importante destacar que más allá de la posible celebración, el cumpleaños de esta gran institución no es precisamente la oportunidad para celebrar, sino para conmemorar y rendir un homenaje a todos esos hombres y mujeres de la Policía Nacional que han ofrendado su vida en cumplimiento de su deber. No existe un país en el mundo como Colombia, que cada año sufra el rigor del crimen en que varios de sus hombres y mujeres policías pierden la vida o terminen lisiados por servirle a su país, sacrificando su bienestar por el bien de todos los ciudadanos.
Estos valientes y esforzados policías no sólo se arriesgan por proteger su vida o su integridad, también arriesgan su vida por cuidar su patrimonio, sus bienes y por garantizar su convivencia. Ellos no pidieron hacer parte del conflicto armado —conocido como el más antiguo del mundo—, a nuestros policías no se les permitió elegir esa forma de vida; para desgracia de estos, en el ámbito del conflicto les ha correspondido ser protagonistas más como víctimas que como actores propios de este.
Los reales y cada vez más frecuentes flagelos que atentan contra nuestro Estado social y democrático de derecho son —entre otros— el narcotráfico, la minería ilegal, el contrabando, la migración, la trata de personas y muchos fenómenos delincuenciales, sumadas aquellas estructuras que viven de una economía criminal, organizadas con estructuras transnacionales con capacidad económica de propiciar un Estado fallido. Las anteriores sólo pueden ser enfrentadas por una policía capacitada, preparada y formadas profesionalmente, de igual forma, motivada, querida y respetada por todos, con amplia experiencia y conocimiento.
Para nuestro infortunio, lo anterior no sucede a pesar de seguir existiendo una admiración y un reconocimiento internacional por nuestra Policía, que hace parte de las 196 policías del mundo que pertenecen a Interpol, siendo reconocida como una de las mejores del mundo por organizaciones internacionales como Ameripol, Europol, la Policía Nacional de España, la Guardia Civil de España, la Real Policía de Canadá, el FBI, la DEA, la CIA y otras agencias de policía, de investigación criminal y de inteligencia de Estados Unidos, el Mosad de Israel, el MI6 de Reino Unido, entre otras. También se ve cómo ese protagonismo y esa admiración se ha ido reduciendo a partir de las cada vez más recurrentes y desmotivantes narrativas de odio y contracultura hacia nuestra Policía Nacional.
Es momento y oportunidad de que los colombianos valoremos uno a uno cada miembro de esta gran institución y les rindamos un homenaje no solamente en esta fecha especial de su aniversario, sino todos los días del año, para que nuestros hombres y mujeres policía sigan sintiéndose un patrimonio vivo de nuestra nación, y con esa característica sangre colombiana continúen con arrojo y valentía protegiéndonos y protegiendo nuestra democracia.