Muchos recordamos el relato de la mitología griega conocido como la manzana de la discordia, que narra lo ocurrido durante la boda de Peleo y Tetis. Eris, la diosa de la discordia, que no había sido invitada por Zeus a la celebración, arrojó una manzana dorada con la inscripción “a la más bella”, desatando un intenso interés y disputa entre las diosas Afrodita, Hera y Atenea, cada una convencida de ser merecedora del reconocimiento por su belleza.
Paris, príncipe de Troya, fue elegido por Zeus para decidir quién merecía la manzana y, en el proceso, recibió tentadoras promesas de las diosas: Hera le ofreció poder y riqueza; Atenea, sabiduría y gloria en las batallas; Afrodita le prometió que tendría a la mujer más hermosa como esposa. Deslumbrado por la belleza y el deseo, Paris sucumbió a la propuesta de Afrodita para obtener el amor de la hermosa Helena de Esparta.
¿Era posible evitar el conflicto entre las tres diosas y las consecuencias que se desencadenaron, como la ira de Menelao (esposo de Helena) y la posterior guerra de Troya? Sin duda, la manzana de la discordia ofrece diferentes aprendizajes para nuestra sociedad polarizada, dividida y con algunas confrontaciones aparentemente irreconciliables.
Eris personifica el deseo de quienes, pensando en beneficios personales, siembran la duda y la desconfianza entre amigos y compañeros de trabajo, generando enfrentamientos y conflictos que destruyen relaciones y proyectos. Sus artimañas, que desestabilizan y generan caos, incluyen la provocación, la tergiversación de la verdad y la creación de falsas injusticias. Eris disfruta el caos que genera, sin remordimiento alguno, incluso cuando sus acciones pueden destruir proyectos de vida, arruinar instituciones y alterar el curso de la historia de un país.
Afrodita, Hera y Atenea, en su vanidad, solo consideraron su propia belleza, sin reconocer las virtudes de las demás. Compartir la manzana o contemplar que alguien más podría merecerla no era una opción en medio del orgullo desmedido que sentían por su apariencia, logros y talentos. En el “Olimpo del liderazgo”, fácilmente podemos caer en el error de creer en un “estatus divino”, olvidando reconocer nuestra propia fragilidad y vulnerabilidad.
El joven Paris, al aceptar la misión de elegir a la más hermosa entre las tres diosas, se enfrentó a un reto para el cual no estaba preparado. ¿Tenía las competencias para tomar esta decisión?, ¿poseía la imparcialidad necesaria para tal juicio, especialmente frente a los ofrecimientos de cada diosa?, y lo más importante: ¿era consciente de las repercusiones que su elección acarrearía? La respuesta a estas interrogantes es, indudablemente, negativa.
La toma de decisiones, para ser acertada y justa, requiere una perspectiva amplia, que se logra únicamente con las experiencias previas, así como con un análisis riguroso para no ceder ante presiones exógenas. Demanda también una visión a largo plazo para superar el populismo del corto plazo y valentía para tomar decisiones que, aunque no sean del agrado de todos los grupos de interés, son indispensables para el bien común.
En el liderazgo, no es suficiente con evitar la “decidofobia” (el miedo a tomar decisiones equivocadas), es necesario decidir con base en la experiencia, proyectando hacia el futuro, analizando cuidadosamente los riesgos y asumiendo con firmeza las consecuencias que puedan surgir.
Finalmente, recomiendo redescubrir las obras que ilustran el juicio de Paris, como las de Rubens y Renoir. Además, sugiero una lectura detenida de la manzana de la discordia, que plantea debates profundos en una sociedad que rinde culto a la belleza sin comprender realmente su significado.