Además de su cansina charlatanería y una ignorancia ofensiva, Nicolás Maduro posee una inigualable capacidad para esconder la mano cuando ordena encarcelar y torturar opositores. Y para saquear las arcas públicas venezolanas con insaciable glotonería.
Al tratarse de un vecino conflictivo, determinante y peligroso en muchas áreas, el Gobierno debería explicar las razones de convertirlo en el mandatario extranjero más visitado por el presidente. En ocho meses, van cuatro encuentros, número que resulta llamativo.
¿Qué necesidad tiene Gustavo Petro de exhibirse con el sátrapa que mata de hambre y abusos a sus ciudadanos? ¿Quiere hablar en secreto de Iván Márquez, del ELN, del cartel de los Soles, de los vínculos con Rusia e Irán, de Álex Saab?
¿O de la reciente purga de Tareck El Aissami y la conveniencia de celebrar las presidenciales del 2024 con un disfraz democrático?
No creo que nadie en Venezuela o Colombia se trague el cuento de que Maduro emprendió una cruzada contra la corrupción al desnudar al clan El Aissami, exministro de Petróleos y cabeza de PDVSA.
“Se ha logrado capturar una parte de estas riquezas, mansiones donde hacían orgías terribles”, proclamó el capo di capi, con asombroso cinismo, tras la dimisión de El Aissami y la detención de decenas de sus cómplices.
Su nación es la cuarta más corrupta del planeta –por detrás de Siria y los Estados fallidos Somalia y Sudán del Sur, según Transparencia Internacional–. Ese funesto honor lo deben a los dirigentes chavistas, empezando por el fallecido Chávez y su siniestra familia. Son igual de delincuentes y atracan con idéntica avaricia a Venezuela. Solo que PDVSA, incluso arruinada como está, sigue siendo la única empresa estatal que genera importantes ingresos y de ahí la necesidad de arrebatarle el botín a Tareck El Aissami.
Quizá muchos olvidan que ese personajillo, descendiente de un extremista sirio, fue uno de los hijos predilectos del dictador Hugo Chávez. Creció políticamente a su sombra y pronto aprendió ese oficio tan chavista de atracar el erario a manos llenas. Desde que en 2006 ocupara su primera cartera ministerial, El Aissami se dedicó a tejer una extensa red de testaferros y lugartenientes para amasar su incalculable fortuna. Según cuentan sus conocidos, vivía convencido de que la plata disimulaba su falta de carisma y otras limitaciones, y sería su mejor arma para conquistar el Palacio de Miraflores en el futuro.
Los 3.000 millones de dólares de ventas de petróleo no reportadas, que presuntamente se quedó el clan El Aissami y que podrían ascender a 20.000 millones en total, es una cantidad similar a la robada por los hermanos Rodríguez –Delcy y Jorge–, y el propio Maduro y su esposa, Cilia Flórez (tía de los traquetos Franqui y Efraín, condenados en Estados Unidos a 18 años por narcotráfico. Biden los canjeó por 7 gringos presos en Venezuela).
Maduro y los Rodríguez necesitaban eliminar a El Aissami del escenario, arrebatarle los billonarios fondos petroleros y librarse de un competidor partidario de sostener fuertes lazos con Irán y Hizbulá.
Aunque el chavismo volverá a ganar las elecciones del 2024, haciendo todo tipo de trampas, los innumerables paros organizados desde principios de año, incluidos los de maestros y personal sanitario, son un permanente dolor de cabeza. Para sofocarlos de alguna manera con nuevos subsidios, requieren urgente las rentas petroleras que roba el clan El Aissami y aumentar la producción diaria de crudo, hoy por los suelos.
En otras palabras, no existen suficientes fondos públicos en Venezuela para alimentar a los tres clanes mafiosos: Miraflores, El Aissami y Diosdado/Padrino, y dejar unas migajas para repartirlas al pueblo.
Además, los Rodríguez buscan recuperar las relaciones con Washington con el fin de aliviar las sanciones comerciales y lograr que borren de las listas de parias planetarios a los altos cargos que incluyeron en ellas. Porque los 15 millones de dólares que ofrecen por Maduro, por ejemplo, siguen vigentes, al igual que los 10 por El Aissami.
Dar la impresión de que la dictadura venezolana está cambiando, con medidas tipo el engañoso combate a la corrupción, podría ser una de las razones de Petro para sus encuentros casi que furtivos con dicho tirano. Le ayudaría a proyectar su anhelada imagen de líder regional, aunque sería otra de sus muchas incoherencias. En lugar de democratizar de verdad la nación vecina, se limitaría a maquillar y revestir de aparente legitimidad a un régimen despótico y ladrón, aliado de las guerrillas colombianas.
Habrá que seguir de cerca el alcance de la purga interna del chavismo, proceso habitual en las dictaduras. Apartan con gran alharaca a unos alfiles y empoderan a otros más fieles. Delcy y Jorge Rodríguez salen victoriosos esta vez. Pero que nadie se engañe. Son tan corruptos y tiranos como El Aissami, Diosdado o el propio Nicolás Maduro. Venezuela democrática sigue siendo un sueño lejano.