Los dolorosos episodios vividos en los últimos días, y las facultades de medicina, nos deben llevar a repensar algunos de los supuestos en que se basa la educación médica en nuestro país.
Es casi inobjetable que Colombia tiene uno de los cuerpos médicos más idóneos en la región de Las Américas y, probablemente, en el mundo. La calidad de la atención y el conocimiento de nuestros médicos es realmente sobresaliente. La inmensa mayoría de nuestros médicos son tremendamente profesionales, con una formación ética excelente, y con una capacidad muy importante de actualización e investigación en diferentes campos. También Colombia puede sentirse orgullosa de la calidad de nuestros especialistas y de los profesionales que colaboran en el mantenimiento de la salud de los compatriotas.
Los médicos tienen la responsabilidad sobre lo más preciado para las personas que es su propia vida. Las fallas y errores clínicos suelen generar consecuencias fatales o muy difíciles de corregir. Por esa razón, la educación médica se basa en la delegación de responsabilidades a los estudiantes, donde el criterio del profesor, la madurez profesional y las habilidades adquiridas por los estudiantes, determinan las responsabilidades que ellos pueden asumir en cada momento de su formación. Esto hace que necesariamente deba existir una relación muy estrecha entre estudiante y profesor, más allá de lo que sucede en la formación para otras profesiones.
Desde que en 1912 Abraham Flexner impulsó la más profunda reforma en la educación médica —con limitadas excepciones— la formación de los galenos se lleva a cabo bajo la combinación de un aprendizaje de las ciencias básicas. Esto va acompañado por un ciclo de formación clínica donde en el contacto con los pacientes se promueve la construcción de la responsabilidad y la adquisición de las habilidades necesarias para diagnosticar, curar y practicar procedimientos quirúrgicos. Esto se realiza, de manera progresiva, bajo la tutoría de los profesores que conforman la escuela o facultad de medicina.
La educación médica en Colombia tomó dos caminos diferentes a la mayoría de los países del mundo, particularmente en la formación de los especialistas. En primer lugar, extendió el campo de acción de la universidad hasta la formación de la especialidad. En segunda instancia, mantuvo la condición de estudiantes tanto en el pregrado como en el posgrado a diferencia de otros países y otras profesiones. En la mayor parte de los países de occidente los médicos que están en proceso de formación como especialistas no son estudiantes sino trabajadores en entrenamiento, ligados al hospital donde realizan su práctica y no al claustro universitario.
Esta es una diferencia muy sutil pero importante de destacar. Es muy diferente la relación legal y de poder existente entre profesores y estudiantes que entre los profesores y los médicos en formación. En países más avanzados en la educación médica existen programas nacionales para el ingreso a especialidad (también llamada residencia médica) y se realiza un match entre los resultados de los exámenes y los requerimientos de cada hospital para sus especialistas en entrenamiento. No obstante, en Colombia no ha sido posible hasta este momento tener un sistema de formación en residencias médicas, quedando hoy la mayor parte de la responsabilidad en el sector educativo y no en el sector de la salud.
A lo largo de 30 años, el Ministerio de Educación ha sido muy juicioso en la implantación de un sistema de garantía de calidad para la educación superior en el país. Los programas son evaluados de manera rigurosa y se ha avanzado en la evaluación de los escenarios de práctica para todas las profesiones. Sin embargo, la relación docente en los ámbitos clínicos es muy diferente. Plantea unos niveles de dificultad muy grandes para un modelo centralizado de garantía de la calidad. Precisamente aspectos como las relaciones humanas y los escenarios de práctica son imposibles de abordar desde un ente regulador, a través de visitas esporádicas a los escenarios de práctica.
Solamente aquellos que están cerca a esos escenarios donde se generan las relaciones humanas de docencia o trabajo tienen la capacidad de actuar preventivamente. También evaluar y corregir las situaciones en las cuales se transgredan los límites de la educación y se afecte los derechos de las personas, o se cometan abusos que son comunes cuando se generan interacciones humanas. Son los hospitales y no las universidades los que están más cerca de los residentes y, en nuestro modelo educativo, la supervisión desde estos es mínima.
Debemos aprovechar estos dolorosos momentos para reflexionar sobre la educación médica teniendo en cuenta estos factores, pero adicionalmente, otros muy importantes como el mercado de cupos de escenarios de práctica que se presentan entre universidades y hospitales. La posibilidad de generar una comisión intersectorial e independiente que haga el seguimiento de la formación médica y la implantación de un examen único nacional. De todos estos temas se lleva hablando hace años, pero ha sido muy difícil su abordaje debido a la resistencia al cambio de muchas instituciones.
No olvidemos que estamos ante grandes transformaciones en las relaciones sociales a nivel global, donde la inclusión, los derechos humanos y sociales han adquirido una importancia preponderante. Tampoco podemos dejar de lado que enfrentamos nuevas generaciones con visiones y sensibilidades diferentes a quienes atravesamos los procesos de formación médica aceptando un modelo jerárquico que hoy parece obsoleto e inaceptable para muchos jóvenes, estudiantes de medicina y de otras profesiones del área de la salud.