Es poco menos que risible ver a grandes figuras del establecimiento, muchas de ellas que fueron instrumentales en la elección de Petro o incluso partícipes de su Gobierno, clamando moderación, cabeza fría, compostura a todas las partes del espectro político en defensa de las “sagradas” instituciones de la democracia colombiana.
Muchos de los que aplaudían y todavía claman por el utópico “Acuerdo Nacional”, piden respetuosos y sumisos a Gustavo Petro que no pisotee las instituciones y el Estado de derecho.
Los empresarios de la reunión de la casa de huéspedes en Cartagena les ordenan a sus medios de prensa adoptar una postura imparcial frente a los desafueros del Gobierno e insisten en presentarlos de la manera más higiénica posible, mostrando la postura de ambas partes en un hipócrita ejercicio de imparcialidad periodística que busca tapar la deriva dictatorial a cambio de preservar los beneficios acordados.
Insisten, inútilmente, en llamar a la razón al presidente pidiéndole que respete la institucionalidad y la Constitución a quien está convencido en acabarlas.
Y Petro y sus estrategas subversivos, que conocen bien las debilidades de las élites moderadas colombianas, cooptadas por sus intereses especiales, sus sentimientos de culpabilidad y su deseo de pertenecer a la intelligentsia socialista mundial; que han verificado el apetito insaciable de la clase política colombiana y su obsesión por renovar su credencial parlamentaria; que están dispuestos a mantenerle a ciertos grupos económicos sus monopolios, rentas atadas y ventajas competitivas; que han probado ya la debilidad de carácter del mando militar, encontrado sus rabos de paja y sus veleidades de poder interno y económico; y que, finalmente, han comprobado antes con éxito, como cuando su alcaldía, la desidia y acomodo del poder judicial y su sumisa posición frente a la jurisdicción del sistema interamericano que controla totalitariamente, están avanzando a todo vapor en el proyecto de la dictadura progresista colombiana.
Ni hablar, ni soñar con una condena a Maduro, cuando lo pretendido por Petro es emular muchas de sus herramientas de cooptación del poder en Colombia. Antes, por el contrario, Petro y Lula, aliados poderosos, seguirán convocando las solidaridades de la izquierda global y latinoamericana a favor de Maduro.
Ya el Grupo de Puebla y el Foro de São Paulo enfilan baterías para la “defensa” de Petro frente a la persecución de las corruptas instituciones colombianas en manos supuestamente de narcos, paramilitares y opresores capitalistas.
Y esta solidaridad comunista latinoamericana no es manca, ni tuerta. ¡Faltaría más! Con Lula y Maduro a cada lado. Con los cubanos manejando la inteligencia, la violencia y la insurrección y luchando, con desesperación, por la supervivencia del régimen de los Castro que la quebrada Venezuela ya no logra sostener. Con AMLO y el poderío económico y diplomático de México a disposición. Con la siempre confiable complicidad de las cancillerías de Noruega, Suecia y Holanda. Y claro, no lo olviden, Petro contará con la urgida solidaridad de un crédulo Biden que ahora también lucha por la supervivencia de su reelección en un acto de malabarismo desesperado que implica complacer a las élites sindicales de Estados Unidos apoyando a Petro y su mortal reforma laboral que destruye cualquier esbozo de competitividad colombiana, a la vez que busca desesperadamente un acuerdo con los republicanos sobre una nueva ley de inmigración que frene el desastre de sus políticas y la ira del público americano con el desborde migratorio.
Petro está enterito. Contrario a lo que supone el empresariado colombiano y un gran sector de la opinión que tiende al centro político como alternativa cómoda a su falta de compromiso político. Petro no es solamente un mal paso que pronto terminará.
Petro es un riesgo claro, presente y efectivo contra la democracia. Lo ha sido siempre, como guerrillero, como parlamentario, como alcalde y ahora como presidente.
Y para nada está derrotado por su incompetencia e incuria. Esa no es una medida relevante para él. Como sinvergüenza que es, como psicópata marcado por un agudo delirio narcisista, ninguno de sus errores es suyo y ninguna de las medidas de diligencia y cuidado que deben reclamarse de un funcionario público le son aplicables a él o su entorno.
Petro está enterito y avanzando. Tiene el control de cerca de la tercera parte de los recursos de la salud de Colombia con la toma vergonzosa de Nueva EPS y las EPS que, en vez de liquidar, ha intervenido. Decretando, con el ministro Jaramillo, la entrega inmediata del 5 % del total de los recursos de la prestación de salud para destinarlo al programa de atención “extramural” a través de los famosos Caps. Una cifra estrambótica que sobre un estimado de 85 billones de recursos para 2024, le pone en el bolsillo a Jaramillo 4,25 billones para desplegar la estructura política del Pacto Histórico para 2026. Agréguele la orden a todas las EPS de entregar identidades, datos de contacto, UPZ y patologías a MinSalud antes del 29 de febrero.
Ni hablar de la toma de las Cámaras de Comercio, el ordeño descarado de Ecopetrol y los intencionales rezagos en la ejecución presupuestal que permitirán un grueso carry over para las vigencias preelectorales de 2025 y 2026.
El golpe se puso en marcha con el paro nacional de 2021, se institucionalizó a partir del 7 de agosto de 2022 y avanza ante la mediocridad e hipocresía de los moderados y los vendidos.
Es hora de activar con la tutela y las acciones públicas la intervención judicial que permita frenar al aspirante de tirano que avanza a pasos agigantados.