Cuando hablo de los movimientos sociales me refiero a la consulta anticorrupción y la movilización estudiantil que, organizados y coordinados en el caso de los estudiantes, protestaron contra la ceguera gubernamental de mantener la educación pública al margen de los designios del país condenándola a la pobreza presupuestal y a la mala calidad. Estos dos movimientos sin partidos ni representatividad política, lograron despertar en el país una conciencia que venía anestesiada por las promesas y las mentiras de un estamento político ineficaz y deficiente. Además de acumular diatribas contra la corrupción que carcome a la sociedad colombiana, los resultados de la consulta anticorrupción con cerca de 12 millones de votos ponen de presente el descontento de una sociedad que cree en la democracia, pero que lamenta la incapacidad, inacción e inoperancia de quienes la administran. Refleja sin duda la desconexión entre el estamento político tradicional y le abre la puerta a un nuevo escenario político que puede verse reflejado en las elecciones regionales de 2019. Por los lados de la movilización estudiantil, las universidades públicas demostraron que la calle es un buen escenario de presión y lograron, en un acuerdo histórico, concertar con el gobierno Duque una millonaria financiación para el bloque educativo superior que depende de la financiación del Estado. Creativos y con propuestas en mano, obligaron al gobierno a negociar pensando en futuro de país. Estas marchas estudiantiles fueron ejemplo para los ‘chalecos amarillos‘ en Francia que también forzaron al gobierno de Macron a negociar pensando en los franceses. Estos hechos pusieron en evidencia tanto allá como acá en Colombia que el sindicalismo como grupo de presión ha perdido espacio y que su corporativismo solo los lleva al descreimiento en que los tienen los jóvenes que hoy se la juegan con propuestas más universales y de cara al desarrollo de la sociedad. En lo político y en lo social sin duda el país creció y en los años venideros la sensación de la política será otra porque no se puede seguir engendrando un neoliberalismo basado en el libre mercado sin entender que la sociedad en la democracia occidental reclama el liberalismo de verdad fuera de los cánones conservadores en lo cultural, en la garantía de unos servicios sociales eficientes y con el acceso debido, además de que conduzca a la sociedad a unos escenarios más equitativos lejos de la morbosa concentración de la riqueza. Ahora, un lunar pone en entredicho estos avances lentos pero significativos y es el asesinato sistemático de líderes sociales y defensores de derechos humanos en el país. Ya son cerca de 350 líderes que han perdido la vida sin que desde el gobierno se diseñe una política de protección seria. Esto que digo se ha dicho de todas las maneras y en todos los escenarios, pero es inconcebible que se desconozca la sistematicidad de estos crímenes que obedecen a una especie de “plan pistola” diseñado por organizaciones paramilitares auspiciadas y financiadas por grupos de interés que no están de acuerdo con los programas de restitución de tierras y la implementación de los acuerdos de La Habana. No hay una respuesta efectiva y contundente a este tema por parte del presidente Duque, a quien parece diluírsele la administración del Estado en sus inexpertas manos, amén de la sensación de desgobierno entre los colombianos que se mantiene en un estado de latencia preocupante que en cualquier momento le puede explotar. Este año que termina nos deja un sabor agridulce pero esperanzador en lo político, veo en el país un cambio cualitativo, sin embargo, no así en el respeto por la vida: un país que es indiferente a los asesinatos de sus líderes sociales y defensores de derechos humanos, nos deja la degustación amarga de que aún no somos capaces de construir una sociedad más tolerante y democrática. @jairotevi