La libertad de prensa no goza de buena salud cuando en menos de 24 horas un joven amenaza con matar a Claudia Gurisatti, el Clan del Golfo amenaza a un periodista en Montería sin que ello le importe a la Policía y un columnista argumenta sobre el “patriotismo” de asesinar al presidente de Venezuela.Más allá del rechazo, es importante que la sociedad colombiana tome conciencia sobre la degradación del debate público, el riesgo de perder el poco pluralismo que tenemos y el derecho a la información como valores fundamentales para la democracia.Las audiencias de Orlando Sierra, de Guillermo Cano, de Jaime Garzón, de Flor Alba Núñez y de otro centenar y medio de periodistas asesinados por políticos corruptos, actores armados, o delincuencia común y organizada siguen extrañando sus opiniones, para coincidir o apartarse. En este país de la impunidad, por las calles caminan personas que ante un argumento crítico o de denuncia prescindieron de la controversia y prefirieron el silenciamiento de los que pensaban distinto.En Colombia han descendido los asesinatos de periodistas, pero no el deseo de eliminarlos. Esa intención se alimenta de entornos que promueven la violencia, que aspiran a que la sociedad comparta una mirada homogénea en donde sólo hay respuestas y no hay lugar para las preguntas, los cuestionamientos y la controversia pública.El pasado jueves en la tarde se promovió en redes sociales la etiqueta: #GurisattiAuCN24. Este llamado no solo asoció un grupo paramilitar con la periodista, sino que derivó en amenazas como: “Donde me encuentre a Claudia Gurisatti la mato”.En el primer caso, es común, pero no saludable que a los periodistas se les atribuya complicidad por entrevistar a un actor al margen de la ley. Les pasó por ejemplo a Hollman Morris y a Carlos Lozano por entrevistar a integrantes de las Farc y les pasa a varios periodistas, entre ellos a Claudia Gurisatti.Como sociedad afectada por actores armados o grupos criminales nos interesa saber qué piensan, y la estigmatización por acceder a esas fuentes solo genera desincentivos para cubrir un asunto de relevancia pública.Los ataques deben distinguirse de fuertes y agudas críticas que son muy importantes para el debate público y para que los medios conozcan las opiniones de las audiencias frente a su trabajo.Hoy como nunca las audiencias tienen y quieren expresar críticas sobre los medios de comunicación. Sobre este punto nos corresponde como medios y periodistas recibir esas críticas con apertura y con respeto por quienes las expresen. Así se fortalece la libertad de prensa. El problema en esta ocasión es que se trató de un ataque al que se sumaron críticas y no se trató de una crítica con lunares de ataque.Lo grave de todo este episodio es constatar que como sociedad no hemos comprendido el alcance de la libertad de expresión. Podemos coincidir en que a la democracia colombiana le faltan voces, pero es inadmisible que se fomente la expulsión de periodistas del debate público o que se genere un ambiente tan adverso que promueva la autocensura. Faltan voces, pero no sobra ninguna.No hay enfoque indeseable o que estorbe, hay sociedades que, por no haber experimentado la controversia democrática, prefieren los discursos de apología a la violencia. No solo es grave matar, sino pensar en hacerlo o promoverlo, como lo hizo Abelardo de la Espriella en una columna.*Presidente de la junta directiva de la FLIP