Con la imagen de Álvaro Uribe entrando a la Corte Suprema de Justicia, se derrumbó el mito de que el expresidente y senador más poderoso de las últimas décadas en Colombia es un intocable. El martes 8 de octubre, Uribe salió de esa lista vergonzosa. Uribe, el paisa finquero y montador de caballo, no podía permanecer en el podio de intocables donde están solo los aristócratas, los de apellido, los del “circulito bogotano”, los amigos de sus amigos, los de toda la vida, los mamertos finos o los millonarios que lo manejan todo. Eso está bien; lo malo es que el salón de los intocables sigue repleto y a pocos les importa.  Para la izquierda, esta semana compareció ante la Justicia un monstruo culpable de todos los males de este país. Para la derecha, acudió la víctima de una disputa ideológica que se convirtió en un caso judicial, su símbolo político al que quieren fulminar con tal de complacer a la empoderada izquierda. 

De cualquier forma, la imagen de Uribe en el estrado, frente al magistrado César Augusto Reyes, es una prueba ejemplar de que nadie puede estar por encima de la ley en Colombia. Así debe ser. Pero dejemos la hipocresía, aquí los más poderosos siempre han estado por encima de la ley y lo siguen estando. Sí, que la justicia opere con Uribe, pero no solo con él. Que, entre otros, los expresidentes dejen de ser intocables sería una gran noticia. Muchos de los políticos que quieren ver a Uribe arder en la hoguera, cómplices, guardan silencio frente al escándalo Santos-Odebrecht. Algunos se pavonearon como escuderos de Samper en el proceso 8000 o se fotografiaban felices con las Farc en el Caguán en el Gobierno Pastrana. Que tal los que jamás le exigieron la verdad sobre el Palacio de Justicia a Belisario o blindaron a Gaviria para que nunca lo tocaran judicialmente en tiempos de Pablo Escobar.  Vi entrando a la corte a un Uribe que no se escapó, que no se asiló, que no se hizo el enfermo y que no dilató su cita. El Álvaro Uribe que vi entrando a la corte no fue el poderoso presidente que se reeligió o el más popular de su especie, no fue el que llevó a Santos y a Duque a la presidencia, no fue el senador, jefe del partido de gobierno, no fue el intocable. El Uribe que vi fue un Uribe sometido ante la voluntad de la justicia, que el día que subió las escalinatas del Palacio Alfonso Reyes Echandía de alguna manera probó la derrota, el mundo lo vio comparecer. Un Uribe que no se escapó, que no se asiló, que no se hizo el enfermo y que no dilató su cita. Uribe dio la cara, no se escondió y cumplió con su obligación de rendir cuentas ante su juez natural como senador.  Claro, ¡no tenemos que agradecerle que lo haya hecho!, pero yo sí le reconozco que no haya usado su inmenso poder y una sarta de marrullas, como hacen otros, para evitar la indagatoria, en el proceso que le siguen por presunta manipulación de testigos, en el que ya tuvo que dar explicaciones y en el que solo podrán condenarlo con pruebas. 

La pregunta es si los magistrados, al contrastar el acervo probatorio con la versión de Uribe, pueden concluir que en lugar de manipular testigos, lo que hacía su investigado era buscar elementos para su defensa; o si, por el contrario, la evaluación deja un saldo en rojo para el expresidente que le pueda complicar su situación jurídica. Sus conversaciones con el abogado Diego Cadena hoy son miradas con lupa por la corte. El ‘abogánster’ o el ‘abohámster’ para mí es un impresentable, sus palabras lo revelan enredador, bajo y peligroso. En qué momento Uribe se metió con señor así, en esa se equivocó de cabo a rabo. Ojalá Cadena no se vuele.  Aunque en la corte este debe ser un proceso únicamente jurídico, es de estruendosas repercusiones políticas; para nadie es un secreto que tener a Uribe respondiendo ante la Justicia es un triunfo invaluable para la izquierda más radical que tanto lo odia, y que alcanzaría su clímax si lo condenan y nunca más vuelve a salir de la cárcel. Ese es su objetivo. Mucha de esa izquierda instigadora que hoy hace política no ha respondido por sus crímenes durante décadas y seguro no responderá. En especial, porque ha estado protegida por una parte del Estado que históricamente ha justificado el accionar armado y la combinación de lo que llaman todas las formas de lucha. Muchos de esos que tienen más de un muerto a sus espaldas y sangre en sus manos son los que jamás le perdonarían a la corte que no condenara a Uribe, a quien yo no defiendo de oficio, ese no puede ser el papel de un periodista; pero tampoco soy ciega y, aunque sé que hay fuerzas limpias que solo buscan la verdad alrededor del caso Uribe, hay otras turbias, muy turbias. Reprocho a los fanáticos a favor o en contra del expresidente, todos son iguales de ridículos. 

Uribe salió de enfrentar su batalla jurídica en la sala de audiencias a dar su pelea política. No sé si le sirva. Esa noche, parecía un toro envalentonado, habló por más de una hora, mientras su gente lo rodeaba y le celebraba cada palabra. Pero el mito del Uribe intocable esa noche se derrumbó; Uribe, en todo caso, ya perdió algo en la pelea de titanes que libra con el senador Iván Cepeda y lo que ambos representan. Dos fuerzas potentes que son capaces de hacerse mucho daño.  En los mentideros políticos algunos comentan, como si tuvieran línea directa con la corte, que a Uribe le fue mal en la indagatoria. Prefiero esperar la decisión de los magistrados, quienes tendrán que hacer un trabajo de filigrana para desenredar el nudo de verdades y mentiras de una manada de exparamilitares que han desfilado en este proceso. La corte decidirá en los próximos días si el expresidente debe enfrentar su proceso libre o preso; se equivocan quienes consideran que con Uribe en la cárcel se acaba la impunidad en Colombia, porque tendrían que encarcelar a más de un encumbrado. Pero si la corte le dicta una medida de aseguramiento a Uribe, no hay remedio, tendrá que cumplirla.