La Sala de instrucción de la Corte Suprema de Justicia tiene en sus manos la decisión judicial más compleja de los últimos tiempos en Colombia por sus repercusiones políticas. ¿Álvaro Uribe Vélez, el político más potente del país, debe enfrentar libre o preso el proceso que le siguen por supuesta manipulación de testigos? Partiendo de que nadie está por encima de la ley, la decisión no es fácil. Sé de las presiones inaceptables y dañinas a magistrados de la sala por parte de malquerientes y simpatizantes de Uribe. Muchos se han empeñado en mandarles mensajes a los togados, especialmente políticos y periodistas.

Aquí se necesita una decisión en derecho. ¡Solo en derecho! Los honorables magistrados no se pueden dejar amedrentar. Esta semana no hubo acuerdo: de los cinco, dos contemplaron dictarle una medida de aseguramiento al expresidente, el ponente César Reyes era el de la línea más dura. Hablaron de detención intramural y luego llegaron a la domiciliaria. Hubo un indeciso. Otros dos magistrados se opusieron rotundamente a cualquier medida. La decisión quedó aplazada y exige una mayoría de cuatro. ¿Vendrán conjueces? No quiero entrar en la disyuntiva de si Uribe es inocente o culpable. Eso lo dirá la corte. Entonces hablemos de los efectos políticos si llega una decisión adversa para el senador. Lo primero que hay que preguntarse es: ¿a alguien le sirve que Uribe vaya preso? La respuesta es Sí. La lista es larga porque Uribe tiene odiadores evidentes y hasta confesos que se han empeñado en destruirlo a como dé lugar. Como en el plano político ha sido imbatible, la táctica para vencerlo ha sido una sofisticada mezcla de campañas de desprestigio con denuncias penales. Para las Farc, que Uribe pierda la libertad sería un trofeo de guerra posacuerdo de La Habana. Lo que siempre han soñado. Un sistema perverso: ellos libres y Uribe preso; el que los persiguió cada minuto durante ocho años. Cuántas veces quisieron matarlo. Recuerdo que, en medio de los diálogos, no perdían la oportunidad para decir que Álvaro Uribe era un asesino, un delincuente. Ellos querían hacer la paz con Santos para hacerle la guerra a Uribe, cómodamente y desde el Congreso. Camuflados en la “legalidad” que les otorgó el proceso.

Para casi todos los políticos de izquierda, ver a Uribe tras las rejas sería el clímax. Su opositor natural, su contrario absoluto, su polo opuesto. Al que políticamente no pudieron derrotar. Sería no solo un triunfo, sino una delicia, un bocatto di cardinale. Para el expresidente Juan Manuel Santos sería más que una victoria. Es el peor enemigo del expresidente Álvaro Uribe. Aunque fueron aliados, la traición de Santos los llevó a romper y se enfrentaron. Santos nunca pudo derrotar políticamente a Uribe. La reelección de 2014 siempre estará manchada por Odebrecht y el hacker, y ni qué decir del plebiscito por la paz. A pesar de la maquinaria del Gobierno y la mayoría de los medios de comunicación a favor, Uribe venció con el No. Solo con un fast track en el Congreso embutido con mermelada, Santos logró su objetivo de firmar un acuerdo con las Farc. Santos, el Nobel; Uribe, el Preso. Una triste paradoja. Pero al fin y al cabo, una partitura seguida al pie de la letra para reescribir la historia. Para el régimen de Nicolás Maduro y Cuba sería como entregarles la cabeza en bandeja de plata de su más agudo contradictor en Colombia y toda la región. Uribe ha sido sin duda un muro de contención para lo que él mismo bautizó como el “castrochavismo”; los puso en evidencia, incluso internacionalmente, y los enfrentó. El uribismo también sufriría unas consecuencias catastróficas si a su líder le quitan la libertad. El Gobierno de Iván Duque recibiría un golpe letal. Se quedaría sin aire y sin una bancada fuerte en el Congreso. Lo que tiene de gobernabilidad se iría al carajo. Duque quedaría en cuidados intensivos. A no ser que se una a la oposición, como lo hizo Santos. Por su parte, el Centro Democrático sin Uribe se muere. Muy pocos estarían dispuestos a acompañar a Duque lealmente. El que mantiene la unión es Uribe. Hoy muchos conviven inconformes y dicen en privado que el presidente dejó solo a Uribe. Estoy segura de que si a Uribe lo detienen, sus enemigos aunarán esfuerzos para que no vuelva a ver la luz. Empezarán a llegarle todos los procesos donde lo mencionan. Terminarán empapelándolo y condenándolo hasta por el primer tetero. Le llegarán los falsos positivos, las masacres, el paramilitarismo y mil cosas más. Si logran encarcelar a Uribe, encarcelan a un símbolo.

La corte debe decidir basada en pruebas, con impecable imparcialidad, no con base en comités de aplausos ni a punta de filtraciones fragmentadas. En todo caso la van a criticar, sea cual sea la decisión. La medida de aseguramiento privativa de la libertad debe ser una herramienta excepcional, y más en pandemia. Los magistrados deben saber que si se equivocan le harán un daño irreparable a la credibilidad de la justicia. Mucha gente espera que si el senador Iván Cepeda salió limpio, con Álvaro Uribe pase lo mismo. Lo que no me canso de pedir es que a Uribe le den las mismas garantías que a cualquier ciudadano colombiano; las mismas que le dieron, incluso, al narcotraficante Jesús Santrich. Si a Uribe lo ponen preso, les doy una pésima noticia a sus malquerientes: no se acabarán todos los problemas que tiene Colombia. Tampoco llegará la paz que todos deseamos. Quizás la violencia se agudice. La corte tiene la palabra.